La socialité italiana posa con su pareja desde hace doce años, el escritor y filósofo francés Jean-Paul Enthoven, y nos cuenta sus miedos, el vínculo con su hermana Rossella y los sueños que le quedan por cumplir
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Vive entre París, Miami y Punta del Este. Y si bien Buenos Aires también forma parte de su itinerario anual, Patricia della Giovampaola revela que más allá del destino que elija para echar sus raíces “por un tiempo”, no sufre para nada su vida nómade. “Mi hogar es cada lugar que habito y que vivo. Donde estoy yo, está mi hogar”, explica la socialité italiana, quien tras dejar su piso de París –ubicado a tan sólo unos metros del Parque Monceau, en el Distrito VIII– armó sus valijas para pasar, como desde hace tres décadas, el verano en Punta del Este. “Soy residente desde hace muchos años, por eso cada vez que vengo es una vuelta a casa”, explica mientras posa con su pareja, el escritor y filósofo Jean-Paul Enthoven (75), en su fabuloso departamento de Manantiales.
–Tu casa está impecable, todos los muebles están nuevos…
–¡Sí! El departamento lo compré de pozo hace seis años, pero después con la pandemia se demoró la entrega y recién a fines de 2021 me dieron las llaves. ¡Yo, feliz! Era lo que necesitaba para seguir disfrutando del mar de Punta. Estaba tan entusiasmada que el primer mes con Jean-Paul dormimos en un colchón en el piso porque no nos habían llegado los muebles que habíamos comprado en los Estados Unidos. Después, con el transcurso de los meses lo fuimos llenando. Ya pasaron dos años y todavía me faltan cosas: banquetas, cuadros… Vestir una casa lleva mucho tiempo.
–¿Cómo eligieron el mobiliario?
–Lo hicimos con la ayuda de mi decoradora, que es italiana, y ya habíamos ambientado juntas mi departamento de Miami. Las alfombras, las cortinas y algunas lámparas las compramos en Uruguay y los muebles principales son de Restoration Hardware. Jean-Paul también estuvo en el proceso; todo lo que tenga que ver con el diseño le encanta… Siempre está mirando cosas nuevas para traer a casa, me encanta que sea así porque es una de las cosas que más compartimos juntos. Siempre que podemos vamos a algún mercado de pulgas, casas de decoración o remates.
–¿Qué estilo quisiste imprimirle al piso?
–Nuestro objetivo siempre fue que el diseño tenía que ser claro, simple, blanco porque estamos frente al mar. Queríamos que la decoración tuviera detalles muy playeros, pero con un mínimo de sofisticación: sillones blancos, maderas resistentes al viento y a la sal, lámparas negras…
–¿Qué es lo que más te gusta de tu nueva casa?
–Una de las cosas que más me gustan es la vista panorámica de toda la playa de Manantiales, es un verdadero espectáculo la vista que tenemos frente al mar. La terraza es descomunal, tiene trescientos metros cuadrados.
–Y me imagino que el vestidor también es uno de tus espacios favoritos…
–¡Sí! En realidad, cuando vi los planos me di cuenta de que en ese ambiente estaba prevista una sala de cine y la verdad es que no me interesaba para nada esa idea. Las películas las veo en la cama con la tele de la habitación, así que le pregunté al arquitecto si no podíamos ampliar el vestidor. Y me dio el gusto. [Se ríe].
–¿Cuál es tu prenda fetiche?
–No soy muy loca de las carteras o los zapatos, pero sí soy muy fanática de los vestidos, aunque últimamente apuesto más a la moda circular, estoy usando diseños de hace diez o quince años. Creo que la moda ya no tiene temporadas, no se habla de lo que se usa o no se usa. Hay una moda más relajada, circular, se puede usar corto, largo, lo que quieras, salvo el animal print que lo detesto. [Se ríe]. Eso no lo usé nunca más.
AMORES, MIEDOS Y CUENTAS PENDIENTES
–Hace unos días Jean-Paul cumplió 75 años…
–Sí, ¿viste qué buenmozo que es? Él es muy deportista, juega al tenis todos los días, no fuma, no toma. Tiene 75 y una energía tremenda, parece un hombre más joven.
–¿Te acordás qué fue lo primero que te conquistó de él?
–Además de sus ojos verdes, me cautivó su inteligencia. Es un pensador. Siempre está analizando y estudiando todo a su alrededor. Y me comparte sus ideas. Con él siento que estoy aprendiendo todo el tiempo, me dice lo que piensa, lo que escucha, lo que analiza. Siempre le digo que es como mi Sorbona personal.
–¿Qué es lo que aprendiste con él?
–A ver las cosas desde distintos puntos de vista, aprendí a no quedarme con una sola mirada de un hecho o un tema, sino tratar de entenderlos desde distintos ángulos. Se trate de la guerra de Ucrania, de una persona o un libro. Puedo estar de acuerdo o no con él, pero siempre es bueno escuchar otras voces.
–¿Te costó volver a apostar al amor después de haber enviudado del príncipe Rodrigo d’Arenberg?
–En realidad, no lo pensé mucho, creo que simplemente lo nuestro con Jean-Paul se dio de manera muy natural. Todo fluyó desde el principio.
–¿Cómo vivís el amor ahora?
–Estoy encantada, Jean-Paul es una persona que todo el tiempo te está estimulando. Por otro lado, los dos logramos construir también nuestros propios espacios. Pueden pasar días enteros en que cada uno está en lo suyo y ni nos hablamos.
–¿Te gustaría volver a casarte?
–¡No! Esa idea no me despierta ninguna fantasía. Nunca fui loca por los casamientos.
–¿Cómo es tu agenda durante el año?
–En septiembre y octubre voy a estar en París. Jean-Paul saca un nuevo libro, habrá varios eventos y quiero acompañarlo. En el verano voy a Miami o a La Toscana, el lugar donde nací y donde también suelo reencontrarme con mi hermana Rossella. Es un momento muy lindo porque además nos vemos con primos, compañeros de colegio, amigos. Es volver a un lugar que tanto quiero. Jean-Paul siempre me dice que lo que más ama de mí es la Patricia de La Toscana, la Patricia italiana.
–¿Seguís administrando vos tus propiedades?
–Sí, no tengo secretaria. Me gusta hacerlo y lo hago bien. Con la computadora hago los pagos, transferencias, todo. Eso de no hacer nada no va conmigo. Jamás me van a ver durante el día tirada en la cama viendo televisión. La cama sólo se usa para dormir, como me enseñaron mis padres. Si no tengo nada que hacer, me siento a leer.
–¿Cómo te llevás con el paso del tiempo?
–Me llevo de lo más bien, con lo que no me llevo bien es con la idea de que cada vez estoy más cerca de morirme. [Se ríe]. Me miro al espejo y no siento que estoy envejeciendo, pero sí sé que me quedan menos años por vivir. Sería muy estúpida si no me diera cuenta de que la muerte se va acercando.
–¿Te da miedo la muerte?
–Trato de no pensar mucho en eso, pero me da pavor. También me da miedo la enfermedad, quedar menos activa, sufrir algún mal que me acorte la vida. Veo a tanta gente a mi alrededor con algún tema de salud que no te queda otra que aceptar que es inevitable.
–¿Tenés alguna cuenta pendiente?
–Lo único que tengo pendiente es aprender a manejar de verdad. Le tengo terror. Hace mucho tiempo saqué el carnet, pero nunca me animé a salir a la calle. Me dan miedo los autos, el tránsito, todo. Creo que por eso me volví una muy buena caminadora. Si nadie puede acercarme adonde quiero ir, camino. Y me gusta. En Miami camino todo el tiempo, mi reloj me cuenta 12 mil o 14 mil pasos por día.
–Si hicieras un repaso de todo lo vivido, ¿qué momentos rescatarías?
–Yo rescato todo, lo bueno y lo malo. Los dolores que también viví me hicieron la mujer que soy hoy. No borraría nada, haría todo otra vez.
–¿Cómo es tu vínculo con tu hermana?
–Nos hablamos todos los días. Somos muy cómplices, basta con que intercambiemos una mirada o una palabra y ya nos entendemos; tenemos como un idioma muy nuestro, muy profundo. Nuestros padres ya murieron, con lo cual ella es la única que entiende y vivió mi pasado, sabe de los sabores, los olores, los sonidos que nos llevan directamente a esos recuerdos de infancia.
–Rossella también tiene una espectacular colección de vestidos. ¿Alguna vez se los prestan?
–No, jamás. [Se ríe]. Cada uno tiene lo suyo. Nunca compartimos la ropa, ni siquiera cuando éramos chicas. Mi sobrina María Toscana también es fashionista, así que con Rossella le hemos regalado vestidos.
–¿Alguna vez tuviste el deseo de ser madre?
–Sí, pero no se dio. No lo lamento porque reconozco que no tengo un sentido maternal muy desarrollado. En su momento no quise ir contra la naturaleza, simplemente no se dio con las parejas que tuve en aquel entonces y con el tiempo me di cuenta de que fue mejor así. Si hubiera tenido un hijo con Rodrigo, habría tenido que criarlo sola porque después enviudé. Hubiese sido otra vida y tal vez hoy estaríamos contando otra historia.
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