La fotógrafa y defensora del medioambiente llegó a Buenos Aires para la inauguración de su nueva muestra
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Fotógrafa, periodista, autora, productora de televisión, diseñadora de moda y activista ecológica, la sensibilidad es, sin dudas, el hilo conductor que hilvanó a través de los años cada capítulo de la apasionante y aventurera vida de Paola Marzotto. Como ella misma le contó alguna vez a ¡HOLA! Argentina, de chica, en su Italia natal, soñaba con viajar por el mundo, incluso conocer Argentina, un país del que se había enamorado perdidamente a través de las imágenes de las cataratas del Iguazú, los tucanes y Evita que brillaban en su colección de estampillas.
Con el correr de los años, no sólo conoció nuestro país, sino que vuelve recurrentemente. Como ahora, que acaba de llegar para la inauguración de la muestra que comparte con el fotógrafo Lorenzo Poli, “Ara Almirante Irízar, misión a la Antártida”, una mirada artística de la vida en el rompehielos y en las bases antárticas que registraron el año pasado durante un viaje de tres semanas, y que estará abierta al público del 16 al 19 en el Irízar y del 22 al 4 de junio en el Edificio Libertad.
–¿Cómo y cuándo surgió la idea de embarcarte en el Ara Almirante Irízar? ¿Es un viaje diferente al que hiciste cuando tomaste las fotografías de tu muestra anterior?
–Mi idea era y sigue siendo llevar a la Antártida a un grupo de fotógrafos-artistas para sumarlos a quienes, como Salgado o Richter, hitos de la cultura visual contemporánea, retrataron la Antártida en el pasado. Imagino una gran exposición en Buenos Aires, que tiene que convertirse en la Capital Occidental de la Cultura. Supe que el Irízar de vez en cuando llevaba pasajeros, así que presenté mi solicitud. Fue un proceso largo, de casi un año, que culminó con nuestro viaje, en marzo de 2023. El viaje duró tres semanas y fue muy diferente al anterior que, aunque era un viaje de turismo cultural, no dejaba de ser un paseo turístico. Entendí que no hay que ir a la Antártida como turista porque la presencia humana es invasiva. El Ara Almirante Irízar era mi oportunidad de ir en forma responsable.
–¿Qué fue lo que más te llamó la atención de la vida a bordo del rompehielos?
–Fue la sensación de familia. Pertenecer todos a una gran familia, el barco, los seres humanos, con ciertas jerarquías, pero de una manera muy armoniosa. Y en particular me llamó la atención la presencia de tantas mujeres jóvenes en los roles más diferentes. Por eso las retraté. Los retratos están en la exposición. También fue muy conmovedor asistir al traslado de las familias que llegaron a la Base Marambio en un Hércules y que luego llevamos a la Base Esperanza, donde iban a pasar un año entero. La excitación de los niños por el paisaje tan mágico te queda en el corazón.
–¿Cuáles fueron las mayores dificultades?
–El barco tiene todas las comodidades. Mi único momento difícil fue cuando me di cuenta de que para ir a las bases debíamos bajar por una escalera de cuerda colgada en el medio de la nada. El verdadero problema no era bajar, sino subir a la vuelta. No sé cómo lo hice. Creo que fue el sentido de supervivencia. [Se ríe mientras muestra una foto de ella trepando por la pared del barco].
–¿Cómo era un día a bordo?
–Poli y yo no sabíamos nada de nada, somos italianos y civiles… Al segundo día que daban la Diana, nos miramos a los ojos… “¿Quién será que siempre la buscan a la misma hora del día”…? ¿Quién será esta mujer que desaparece siempre de mañana?”, pensaba yo. Eran muy importantes los momentos del almuerzo y de la cena. Nosotros éramos muy afortunados y honrados de estar invitados a la mesa del comandante Recio, un gran anfitrión, aunque casi nunca comía sentado porque siempre estaba en movimiento atendiendo miles de temas.
–¿Con qué criterio seleccionaste las fotos que componen la nueva muestra?
–Nos habíamos divididos las tareas, yo me focalicé en el lado humano, él en el militar. La selección fue coherente. Esta nueva exposición, “Ara Almirante Irízar: Misión a la Antártida”, es un fotorreportaje de nuestro viaje, que es diferente a los paisajes metafísicos de “Antárctica Melting Beauty 2023″. Yo era foto reportera a los 20 años y sigo haciendo fotorreportaje en teatro (Nabuco y Fausto, del director italiano Stefano Poda en el Teatro Colón), y preparando mi libro I Patriarchi, sobre los árboles milenarios de Cerdeña. Nos hemos divertido muchísimo, la muestra es nuestra manera de decir gracias al Comandante, a la tripulación, a la Armada, a la Dirección Nacional del Antártico. ¡Una experiencia así vale una vida!
–¿Lorenzo Poli forma parte de Eye-VGallery? ¿Cómo sigue este proyecto?
–Lorenzo Poli es un fotógrafo con un ojo y una estética extraordinaria. Lo conocí porque en 2022 fue uno de los ganadores del concurso Better Earth than Mars, que la UPM (Universidad Politécnica de Madrid) y la empresa cultural que fundé en el año 2021, Eye-V Gallery, hacen en conjunto. Desde entonces estamos trabajando en varios proyectos, uno de los cuales es Ode to the Ocean, un himno coral al Océano. Ya hicimos otra muestra, Ode to Nature, en Milán, junto a los primeros miembros del grupo, de los cuales algunos son artistas argentinos: Vicky Aguirre, Betta Gancia, Ricardo Labougle, Silvana Muscio, y la argentinizada Jasmine Rossi. Y mucho más, todavía in fieri. Con Lorenzo tenemos miradas diversas y complementarias.
–¿Qué llevaste en tu valija para un viaje de este tipo?
–Demasiado de todo. Y, como pasa siempre, me olvidé la cosa más fundamental, el cepillo de dientes. Me quería matar. Por suerte otro invitado, Nando Storchi, me salvó con un cepillo extra que había llevado. ¡Sigo agradecida!
–¿Te gustaría volver con tus hijos, Carlo y Beatrice Borromeo (casada con Pierre Casiraghi)? ¿Ellos también tienen conciencia ambiental?
–Mi hijo fue quien me mandó a la Antártida. Él había ido en 2013 e insistió durante años para que yo fuera. Yo no estaba tan interesada y creo que fui para no desilusionar sus expectativas. Fui sola con el barco del National Geographic, el Explorer. Y me quedé traumatizada al ver que ya no estaba la banquisa polar. Más tarde, en el Irízar, pude constatar que casi no hay más icebergs, casi no hay hielo flotando en el agua, y esto a pesar de que estuve en el otoño. Mis hijos son jóvenes y los jóvenes tienen conciencia ambiental. Mi hijo salva árboles en el bosque donde vive con su familia y los cuida. Tiene una pasión. Son bonsáis naturales. Árboles que no se desarrollan por falta de espacio. Yo espero que todo lo que hacemos sirva para generar un poco de conciencia en quien todavía no la tiene. Soy cero optimista, pero lo intento igualmente.
–¿Les hablás a tus nietos del cuidado del medioambiente o de este viaje?
–Todos los chicos hoy en día tienen conciencia ambiental desde la escuelita, es a los adultos a los que hay que convencer, ya que no se dan cuenta de lo grave que es. ¡Para mis nietos soy la abuela aventurera, la que tiene cuentos raros, o por lo menos espero haberme conquistado este papel!
–Como activista, ¿cuál es el mensaje que querés que llegue al público con estas nuevas fotografías?
–Estas fotografías van más allá de mi búsqueda mística, son un homenaje a quienes nos recibieron y permitieron contemplar durante horas y horas tanta poesía de nuestro pobre planeta maravilloso y abusado. Para mí la Antártida es la tierra de la Aurora y así la pintaré en mis próximas exposiciones, “Antarctica Melting Beauty”, en Abu Dabi y Madrid, para empezar. En cuanto a mi perspectiva personal, en esta exposición narramos la vida de a bordo y la compleja logística de la misión del Ara Almirante Irízar en la Antártida Argentina para aprovisionar en su tercera etapa las bases antes del invierno. Describimos el mundo vital y la sinergia entre las personas. Mi mensaje es muy simple, invito a tomar al Irízar como ejemplo de paz y solidaridad.
–¿Hasta cuándo te quedás en Buenos Aires y cuál es tu plan obligatorio cada vez que venís?
–En Argentina tengo varios proyectos que espero poder presentar pronto, muchos artistas buenísimos, más allá de los citados: un gran maestro argentino de la fotografía, Roberto Riverti, una pintora excepcional que trabaja con una técnica antigua japonesa, Natalia Novaro, y un fotógrafo extraordinario que pinta con la cámara los paisajes de Catamarca, Marcelo Bailat. Con Eye-VGallery fundamos la Escuela Latina, un colectivo de artistas multidisciplinarios entre los cuales hay muchos fotógrafos pictorialistas que usan la cámara como medio para pintar: argentinos, italianos, brasileños, portugueses y españoles. Yo tengo desde niña un vínculo especial con Argentina. Soy hija de empresarios e hija de campesinos. ¿Será por eso? Espíritu de emigrante. Soy ciudadana del mundo, pero nunca me sentí más cómoda que a bordo del Irízar, esa nave llena de empatía, en el fin de mundo.
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