En una charla profunda, habla del amor en todas sus formas y explica su compromiso con el cuidado del medioambiente
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De chica, pasaba horas con su colección de estampillas. Entre su tesoro, había tres que la fascinaban y le remitían a un país lejos de Italia, su tierra. “Recuerdo los tucanes, las cataratas de Iguazú y a Evita. Así me enamoré de Argentina”, le dice a ¡HOLA! Paola Marzotto (67), mientras ofrece algo para tomar en su piso de Recoleta, donde ahora está de paso, ya que vive gran parte del año en Punta del Este.
Es difícil encasillar a esta mujer cercana, con buena conversación, que desciende de una dinastía textil que hizo grande la industria de moda en Italia (fueron dueños de Valentino y Hugo Boss) y se niega a que la llamen condesa porque “es ridículo, Italia es una república”. Algunos la conocerán porque es la madre de Beatrice Borromeo, casada con Pierre Casiraghi, uno de los hijos de Carolina de Mónaco, o porque su madre fue Marta Marzotto, un gran personaje. Aunque limitarse a esas señas particulares sería injusto. Paola brilló en la antropología, el periodismo, el modelaje, el diseño y, en especial, en fotografía y activismo por el medioambiente, que es la razón que la tiene hoy en Buenos Aires, donde acompaña su muestra “Antarctica, Melting Beauty”, en la Legislatura porteña, compuesta por fotografías que tomó con su teléfono celular (no están en venta) en un viaje a la Antártida y dan cuenta de los estragos del cambio climático.
HIELOS QUE SE DERRITEN
–¿Cómo surgió tu visita a la Antártida?
–Carlo, mi hijo, había estado en 2013 y volvió encantado y me insistió para que yo fuera. No amo el frío, pero partí en 2018, en el barco National Geographic Explorer. Al principio era todo excitante, las charlas interesantes, pero no te dicen lo que está pasando hasta la vuelta. Me di cuenta de la falta de animales: si teníamos suerte íbamos a ver un pingüino emperador, había pocas ballenas… Una especialista dijo que si el mundo se detuviera hoy tendríamos cuatro años para salvar el planeta. Quedé mal: me salió un mechón blanco del shock. De vuelta en Punta del Este, vino la pandemia y me quedé en casa, en el campo, como en un microcosmos privilegiado. Ahí me dije, esto es bueno, por lo menos sabemos que no vivimos en el caos. Somos 8 mil millones de personas y tenemos pensamientos no sostenibles. Aún no hay nada para mitigar el cambio climático. Vivimos en la era de la negación.
–¿Por qué tomaste las fotos con celular?
–No fui con la idea de hacer una muestra. Yo posteaba fotos y uno de mis seguidores me propuso mostrarlas en el pabellón de Italia de La Bienal de Venecia (2021). Después, María Teresa Arredondo Waldmeyer, de la Universidad Politécnica de Madrid, organizó un concurso de fotografía naturalista con mi hashtag de Instagram, Better Earth than Mars, y participé en la exposición fotográfica de la Escuela de Minas y Energía, en Madrid.
SU AMOR POR ARGENTINA
–¿Cuál es tu historia con nuestro país?
–Vine por primera vez a los 19, con amigos. Recorrimos la Quebrada de Humahuaca hasta La Rioja, las cataratas de Iguazú y volvimos a dedo. En Buenos Aires, en un seminario de Grotowski, me hice amiga de la actriz Hilda Blanco. Nos fuimos con su novio a la Patagonia a hacer café concert en los clubes sociales de YPF. Ellos actuaban y yo planchaba los vestuarios y me ocupaba del sonido. Estuvimos en pueblos como Pico Truncado, donde los obreros vivían en vagones de ferrocarril y tenían pequeños clubes sociales. Era la época de Isabelita, no se podía hacer nada político, así que presentamos “Sobre el amor y otras yerbas”. Había un boliche, La Pulga Azul, donde una señora amiga había comprado muebles vintage y armado pequeños livings en un depósito. Ahí actuábamos. Al volver a Buenos Aires fue el golpe de Estado. Apenas pude, volví a Italia.
–¿Cómo fue esa vuelta?
–Mamá quería hacerme un baile importante y yo me oponía. Ya tenía novio, por lo que no me interesaba que me presentaran socialmente. Papá la convenció de no armarlo y, a cambio, yo pedí dar la vuelta al mundo. La primera escala fue Filipinas, estuve dos o tres meses tomando fotos en sets de filmación (como en el de Apocalypse Now).
UNA MUJER, MUCHOS TALENTOS
–Tu madre, Marta Marzotto, fue una figura muy relevante en Italia. ¿Cómo fue crecer con ella?
–Muy bravo. Era muy severa por dos razones. La primera, mi padre le exigía el manejo de todo, él no hacía nada. Y eso que tenía mejor educación ya que mi madre era una campesina, igual que mis abuelos. Ella era una genia porque aprendió muchísimo. Miraba cómo se vestía la gente y lo hacía mejor todavía. Si se trataba de romper los esquemas, o aprender arte, también lo hacía mejor. Fue una mujer con muchos talentos. La segunda razón es que no quería complicaciones, así que los hijos debíamos ser sinceros. Pero le estoy muy agradecida. Como hermana mayor (al menor le lleva once años), viví mucho de su juventud y ví pasar de todo. [Piensa]. Yo era una chica rara y ella me metió en un ambiente intelectual estimulante de artistas, políticos de izquierda, gente muy culta. Teníamos una relación simbiótica. Entre los 15 y los 18 estaba mucho sola en Roma con ella, y me pedía que la acompañara a todos lados, la pasé brutal. Después murió su novio, el conocido pintor italiano Renato Guttuso, mi madre cambió y mi padre la dejó. Cuando se divorciaron, mamá tuvo que reinventarse. Pero hasta ese momento era una poderosa señora de la sociedad. Lo tenía a mi papá, que era empresario y representaba la familia; estaba el pintor, y después tenía otro novio. Era muy malcriada. Por ejemplo, veía una pulsera que le gustaba y se la hacía regalar a mi papá y a Renato. Decía: “Así no la escondo y los dos están contentísimos cuando ven que la uso”.
BIGAMIA, FAKE NEWS E HIJOS EXCEPCIONALES
–¿Te casaste alguna vez?
–No, jamás.
–¿Fue parte de tu rebeldía?
–No, me hubiera casado con el papá de mis hijos que en entonces estaba separado pero no divorciado. En aquella época el divorcio no era nada fácil en Italia. En fin, prefiero no hablar de mi familia.
–Pensé que no hablabas de tu consuegra, Carolina de Mónaco...
–No hablo de Carolina y tampoco de los asuntos de familia. Lo único que quiero rectificar, ya que me preguntás, es esta cosa de la bigamia que leo por todos lados y no es cierta. El papá de mis hijos (Carlo Borromeo) me conoció cuando yo tenía 13 años y él, 33, era amigo de mis padres. Me llevó a bailar y vino mi mamá también. Volvió a mis 15 y después nos reencontramos a mis 22. Lo de las dos familias existió en algún momento breve en que él se estaba separando y evidentemente me había mentido. No creo ser la única mujer que haya pasado algo así. Cuando lo conocí estaba siempre solo. Me enteré de que estaba casado a los tres años. Y algo que tampoco se dice es que estuvimos juntos dieciocho años. Yo entiendo perfectamente el otro lado. Y también entiendo perfectamente su duda, por eso me lo banqué.
–Tu hija Beatrice es periodista, como vos, y heredó tu sentido estético…
–Beatrice es mucho más guapa, mucho más inteligente y más determinada. Yo soy ecléctica. Mamá decía que cuando yo hacía bien una cosa pasaba a otra. ¡Me interesaban muchas cosas!
–¿Qué tienen en común?
–Con mis dos hijos comparto muchos valores y algo del sentido del humor. Y mucho diálogo, aunque quizás no tanto ahora porque mi hijo tiene 40 años, mi hija 37.
–¿Cómo sos con tus nietos?
–Estoy enamorada de ellos, soy una abuela feliz. Pero soy demasiado joven y no puedo quedarme a vivir siempre con ellos. Antes viajaba más, pero ahora no quiero polucionar y me estoy convirtiendo casi en una non flyer. Es una de las cosas con las que he reaccionado, además de plantar dos mil plantas autóctonas en Punta del Este, hacer compost, mantener mi huerta desde siempre, y hacer permacultura. Hace poco apareció en el campo un ciervo autóctono, están volviendo. Y tengo un mariposario y abejas.
–¿Compartís con tus hijos la preocupación por el medioambiente?
–Cuando nos vemos siempre están los chicos, no es para hablarlo. Pero ellos son muy ecologistas, por el lado de mi yerno (en 2019, Pierre Casiraghi llevó en su velero a Greta Thunberg a la cumbre climática de Nueva York), y mi hijo diseña coches eléctricos. Viven una vida muy simple.
–Poner el nombre al servicio de una causa te da visibilidad. ¿Pensaron con Pierre en unirse en este tema?
–No, no es que no hemos pensado. Esta cosa mía salió de manera espontánea. Yo ya tenía mi búsqueda a través de mi serie de fotografías My Giverny. Mi búsqueda es observar desde lo cotidiano, ver el milagro de la naturaleza. Me gusta el grupo cultural que es - toy armando a través de Eye V Gallery, donde con trece fotógrafos mostramos la belleza de la naturaleza. Me gusta seguir en la búsqueda.
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