Ubicado en el Yoo Punta del Este, el edificio ubicado en la Parada 8 y que ostenta el sello del diseñador francés Philippe Starck, el ex manager armó su nuevo refugio de mar
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Orgulloso y feliz. Así está por estos días Luis Francisco “Pancho” Dotto (67). Finalmente, y, después de un extreme makeover que duró más de un mes y medio, el ex manager de modelos reinauguró su departamento de Punta del Este. “Lo tenía desde hace años, pero no me sentía cómodo. Incluso llegué a pensar en venderlo porque, si bien está en un lugar increíble, no lo sentía como propio. Entonces, en enero, empecé a arreglarlo. Y, como no puedo dejar las cosas a medias, terminé tirando todo abajo. Buscaba que tuviera un estilo náutico y familiar y lo logré”, contará sobre “su nuevo refugio”, que está en el Yoo Punta del Este, uno de los edificios top de la ciudad: cuenta con una ubicación estratégica y amenities de primer nivel y, además, ostenta el sello del diseñador francés Philippe Starck. Y ahora, puertas adentro, la impronta única de Dotto en cada uno de los 100 metros cuadrados de ese espacio que mira a la Parada 8 de la avenida Roosevelt, la misma calle en la que él se instaló cuando desembarcó en Punta del Este por primera vez, en 1988.
–Hasta hace poco decías que “El Refugio”, la chacra que tenés en Entre Ríos, era tu lugar en el mundo y que nada iba a sacarte de ahí. ¿Qué pasó?
–Llegué a Punta el 10 de enero junto con Crack, mi perro Golden de cuatro años que es como mi hijo, y con uno de mis mejores amigos, Horacio Cabrera. El año pasado fue un año bravo para los dos. Así como yo perdí a Mario, mi hermano mayor (tenía 70 años y fue veterano de la guerra de Malvinas), Horacio perdió a su mujer, Mirna. Durante los veinte días que se quedó acá, se sumó a mi rutina de ir a caminar todos los días y fue testigo de una decisión que fui elaborando de a poco: quiero que mi año se divida mitad y mitad entre mi chacra de Entre Ríos y este nuevo refugio uruguayo. Me encanta el mar y amo Punta del Este, una ciudad de la que me siento parte y a la que no venía desde antes de la pandemia.
–¿Cuál es la historia de este departamento?
–Lo compré hace siete años, después de vender “Paraíso de Mar”, la chacra que tuve camino a José Ignacio. Si bien el departamento se encuentra en un lugar increíble, yo no lo sentía propio: no tenía mi impronta. Empecé con la idea de buscar algunos objetos, de poner un gran espejo para multiplicar el espacio y la luz y cambiarle las cortinas, pero, como no puedo dejar las cosas a medias, terminé tirando todo abajo. Durante un mes y medio, recorrí todos los lugares de decoración que hay desde José Ignacio hasta Maldonado. Busqué fotografías de playa, timones, barcos, peces, anclas, vajilla, toallas con aire marino… Me gusta que los lugares en los que vivo tengan una lógica y no mezclo estilos: si es playa, playa. Pasé días contracturado: ¡sufro horrores porque quiero que todo esté perfecto y, además, necesito hacerlo yo mismo! Un día, por ejemplo, me levanté a la madrugada y decidí cambiar toda una pared. Todo el proceso fue de ensayo y error: no soy decorador; lo hago de manera intuitiva. La búsqueda estética es, para mí, casi una obsesión. Al mismo tiempo, es una actividad que me mantiene vivo. Ahora estoy feliz: no sólo creé un espacio único desde lo estético, también armé mi lugar de pertenencia y un sitio para que mis amigos vivan una experiencia inolvidable. Ahora ni se me pasa por la cabeza venderlo. ¡Podría recibir a Máxima Zorreguieta acá sin quedar mal!
–Con tu decoración del departamento rendís muchos homenajes.
–Sí. El primer homenajeado acá es Carlos Páez Vilaró, que no sólo fue un artista fuera de serie, además fue un ser humano que vibraba: era un enamorado de la vida, de mirar para adentro, de contemplar atardeceres. En vida me expresó su afecto, que creo que es lo más importante que hay. Tenía platos y otros objetos de Páez Vilaró en “El Refugio” y los traje. Acá, encontraron su lugar. El otro gran homenajeado es el surfer marplatense Fernando Aguerre, una persona que está dejando un gran legado: fue uno de los que hicieron posible que el surf llegara a los Juegos Olímpicos. Aguerre [fundador de la marca Reef] es un enamorado del mar, un militante de la cordialidad y un convencido de que en la vida todo es posible con respeto, que son valores a los que yo adhiero. La tabla de surf que utilicé –es una pieza única– para dividir la cocina del living es en su honor, al igual que el lugar protagónico que tiene en el departamento un libro que Aguerre me regaló en 2011, en un viaje que hice con mi querida hermana Mónica a La Jolla, en los Estados Unidos, y que me dedicó especialmente: escribió que él y yo somos surfers de la vida.
–Ahora, que te reencontraste con Punta del Este, que salís a caminar con tu perro Crack, ¿pensás que hay una chance para el amor?
–Tengo 67 años, y parte del aprendizaje de estos años ha tenido que ver con la toma de conciencia de que tengo que cuidar mi paz, mi tranquilidad y mi salud. Pasé cerca de treinta años enajenado con la agencia, algo que muy pocos saben. Me quedo en “El Refugio” porque allí llevo adelante mi tratamiento: hago terapia con Lorena Cabrera, la profesional que me ayuda a estar en eje. Por otra parte, tengo seis hernias de disco y un plan diario de actividad física, que incluye RPG, osteopatía, pilates y kinesiología. Tengo que tomar vitaminas y hacer gimnasia para no quedarme sin masa muscular [bajó veinticinco kilos]. Como no puedo descuidarme, acá salía a caminar todos los días con Crack: bajaba por la Roosevelt hasta el mar y, de allí, hasta San Rafael y, luego volvía. Cada caminata por Punta del Este y cada casa de decoración y anticuario que visité buscando desde boyas hasta alfombras se convirtieron en grandes regalos para mí: voy a cumplir diez años sin la agencia [cerró en 2014] y llevaba más de dos sin venir acá y, sin embargo, no hubo vez que la gente no se me acercara para saludarme, para sacarse fotos conmigo, para abrazarme… ¡Tantas muestras de cariño me han llenado el alma y no tengo más que agradecimiento! Tener presente que eso es amor y que hay que valorarlo y celebrarlo porque la vida es muy corta es el gran mensaje que me dio mi regreso a Punta del Este.
Fotos: Carlos Chino Pazos
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