La viuda del Gitano repasa su historia de amor con la estrella y habla de su relación con las famosas “nenas”
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A lo largo de su vida, Sandro tuvo muchos amores –la gran mayoría no fueron públicos– y, además, experimentó la pasión incondicional de sus fans (las “nenas”, como él las llamaba) que, a catorce años de su muerte, sigue intacta. Pero en sus últimos años, el corazón del astro tuvo una única dueña: Olga Garaventa (69), su amor y su gran compañera –se casaron en abril de 2007–, quien lo cuidó en los peores momentos y hoy maneja su legado. Cálida, serena y de gestos amables, la viuda de Sandro de América recibió a ¡HOLA! Argentina en el Castillo de Sandro, un edificio de estilo medieval de tres plantas, coronado por una torre, que el Gitano mandó construir en los años ochenta y donde se conocieron en 1994. Aunque el flechazo de Cupido llegó varios años después –recién en 2004 empezaron a mirarse de manera diferente–, este lugar, en el que funciona el Centro de las Artes y Viticultura de la Argentina (CAVA), un centro cultural y un bar temático, y que alberga muchísimos tesoros del artista, como la bata de su último show, tiene un significado muy especial para ella. Mamá de Manuela y Pablo, y abuela de Malena, Valentina y Ema, Olga es la guía para recorrer el castillo y se le iluminan los ojos cuando hace memoria y recuerda los primeros encuentros con él.
–El año que viene se cumplen 80 años del nacimiento de Sandro y se viene un musical a modo de homenaje. ¿Qué podés adelantar sobre ese show?
–Mucho no puedo contar, porque la idea es que sea una sorpresa. Sólo puedo decir que se están convocando artistas, que no sean recreadores de Sandro, de entre 25 y 35 años, para ir armando el elenco.
–¿Te involucrás en la producción de estos eventos?
–Me involucro con una mirada medio por arriba, porque tengo un equipo de profesionales buenísimo en el que confío plenamente: ellos están en cada detalle.
–¿Cómo era Roberto Sánchez en su casa?
–Era excelente, un sol. Realmente era una persona cálida, muy divertida, más corazón que cuerpo. Por ahí te hacía un chiste y te reías durante media hora. También era un gran contador de anécdotas, le gustaba mucho que vinieran sus amigos a casa y compartir buenos momentos, porque por sus problemas de salud él no podía salir. De verdad era un ser maravilloso.
–¿Escuchaba música?
–No, en general no. En casa él no escuchaba música, no cantaba, ni nada de eso. Quizás, en algún momento, se sentaba a tocar sus teclados. La música era parte de su trabajo y él lo desglosaba muy bien: el de la música era Sandro, no Roberto, y estaba bien guardado en el placard. Sandro sólo salía cuando tenía que ir a trabajar.
–¿Qué te enamoró de él?
–Me enamoró su sencillez, lo simple que era. Cuando se acercó a hablarme fue muy simple y eso es lo que me deslumbró.
–¿Es cierto que fuiste a aprender cocina por pedido de él?
–Sí, tuve que ir a lo de Mirta Carabajal, que era su amiga. Fui cuatro meses porque después no me gustaba dejarlo solo y ya no fui más. Me mandó con un cuadernito y un lápiz.
–¿Y aprendiste a cocinar lo que le gustaba comer?
–Sí. Le gustaban los platos orientales, las comidas sofisticadas.
–Con un churrasco con ensalada no lo arreglabas…
–[Risas]. Nooo. Además, le gustaba la mesa bien puesta, con una velita, con un florero con flores, ¡y eso todos los días! Nunca era una mesa común, de diario digamos, en eso era un bon vivant.
–Como él, tenés un bajísimo perfil. ¿Es para serle fiel a lo que fue o porque sos tímida?
–En parte sí, es por respeto a él. Porque no le hubiera gustado una persona expuesta, bulliciosa, de hacer escándalos. Pero también tiene que ver con que yo no venía del mundo del espectáculo y todo eso era ajeno para mí. Hay que tener mucho cuidado porque te equivocás en una palabra y hacen un mundo. Yo me cuido muchísimo de eso.
–¿Te costó aprender los códigos de ese mundo?
–Me manejo intuitivamente y me siento cómoda de ser como soy. Yo puedo hablar con quien conozco, pero no hablo con todos porque, como te dije antes, una palabra equivocada puede ser tremenda.
–¿Cómo es tu relación con las famosas nenas?
–Es buena. Yo las trato muy bien y ellas me quieren mucho, porque no me meto en nada y respeto lo que sienten. Ellas también me respetan. Por supuesto que hay miles que no conozco, porque tiene muchísimas fans aquí y en otros países, y no puedo conocerlos a todas, pero con las que conozco no tengo ningún problema…, ¡si son maravillosas! Además, yo las entiendo: Sandro era su ídolo. Yo lo veo de otra manera, como mi marido, como Roberto.
–¿De joven fuiste su fan?
–Nunca fui fan de él, eso es lo más cómico. Lo vi cantar una sola vez en San Lorenzo, cuando tenía 17 años. Fue un show impresionante, en el que había 50 mil personas. Después, nunca lo seguí, nunca seguí su vida, y por eso cuando nos conocimos le expliqué: “Mirá, yo no puedo hablar de Sandro, porque no te seguí, no sé nada de vos. Yo te veo como Roberto, no como el ídolo. Sé quién sos, sé lo importante que sos, pero nada más”. Y creo que eso fue lo que le gustó, que lo viera como persona, no como ídolo.
–¿Qué cosas o momentos compartían?
–De todo, porque yo casi no salía, vivía permanentemente en casa. Salía a la mañana a hacer mis cosas, hasta las tres de la tarde que él bajaba de la habitación. Éramos muy compañeros, de conversar, de contarnos nuestras cosas. Él me hablaba mucho de cuando viajaba y yo lo acompañaba todo el tiempo porque estaba realmente enfermo.
–¿Fue difícil cuidarlo?
–Era muy difícil porque por ahí él estaba bien y a los cinco minutos se descomponía y tenías que tener el teléfono en la mano para llamar a la ambulancia. Muchas veces terminaba internado en el IADT. Lo de él era un enfisema muy, muy grave: tenía el 8 por ciento de capacidad aeróbica. ¡Imaginate lo que era su vida! Pero quería vivir y le ponía tanto tesón para vivir que no te dabas cuenta de lo enfermo que estaba. Sólo te dabas cuenta por el oxígeno: estaba conectado las 24 horas.
–Después de que murió, ¿cómo te adaptaste a vivir en esa casa sola?
–Vivo con el recuerdo, porque mis hijos viven los dos en Capital y cada uno tiene su casa y su trabajo. Si bien me llaman todos los días, la que está en la casa soy yo. Pero lo llevo bien. ¿Sabés qué pasa? Él me pidió que me quedara ahí y soy muy respetuosa de eso.
–¿Están sus cosas en la casa?
–Vos entrás a mi casa, que viene muy poca gente, porque soy cuidadosa, y está todo igual. Muchos se ponen a llorar y me dicen: “En cualquier momento va a abrir la puerta Roberto y va a decir ‘Buenas tardes, ¿cómo les va?’”. Porque está todo tal cual. Yo siento que tengo que dejar todo así, como un homenaje hacia él. Y no me cuesta nada eh, al contrario.
–¿Qué hacés durante el día?
–A veces me voy a caminar hasta Lomas, que está hermoso, me tomo un cafecito. Tengo mi grupo de amigos, que son fabulosos, con los que me reúno seguido. Ellos me sostuvieron en los peores momentos, además de mis hijos y mis nietas.
–¿Lo extrañás?
–Lo extraño siempre. El anochecer es el momento más difícil, porque baja el sol y empieza la noche. Pero bueno, me pongo a ver televisión y a tratar de distraerme haciendo cosas. Porque tampoco quiero ser un peso para mis hijos. Por supuesto que algunas veces estoy angustiada, pero trato de superarlo, porque no los puedo estar molestando a cada rato.
–¿Fueron felices?
–Estuvimos juntos cinco años nada más, los peores de su enfermedad, pero a pesar de eso fuimos muy felices. Nos llevábamos muy bien y nos respetábamos. Yo lo amaba tanto que, pese a todo lo que le pasaba, nunca pensé que se iba a morir tan joven, y eso que él me lo había anticipado. Un día me dijo: “Yo a los 64 años me voy”. Y le contesté: “¡Ay, Roberto, pero vos no sos Dios!, ¿cómo podés decir semejante barbaridad?, eso lo sabe sólo Dios”. Él quería hacerse el trasplante porque quería vivir. Tengo la tranquilidad de que, gracias a Dios, se le dio todo lo que se le podía dar. Cuando llegó el momento de hacerlo, viajó sentadito en la avioneta en la que volamos a Mendoza, sonriendo y haciendo chistes con los médicos. Era emocionante la gente que había allá esperándolo. Desde el aeropuerto hasta el Hospital Italiano de la ciudad se juntó tanta gente que yo no lo podía creer. Hubo que abrir la ventanilla de la ambulancia para que los pudiera saludar. Él quería ese contacto con la gente.
–¿Cómo te pidió casamiento?
–Un año antes de casarnos le dijo a mi hijo que quería hablar con él. Yo no estaba, me había ido a hacer compras. Y cuando se sentaron a hablar le dijo: “Yo quiero pedirte la mano de tu mamá”. Y mi hijo le contestó: “Pero no, Roberto, mi mamá ya es grande, la que decide es ella”. Y él insistió: “Pero ella me dice que no hace un año”, porque de verdad hacía un año que me pedía casarnos y yo le decía que estábamos bien así.
–¿Por qué le decías que no?
–Por las fans, porque para ellas él era todo, el hombre perfecto, soltero… y yo pensaba en todo eso y no quería ser egoísta con ellas. Hasta que en un momento que estuvo mal, me acuerdo que un 6 de marzo hubo que internarlo de urgencia, cuando le dieron el alta me dijo: “Ahora sí me quiero casar”, y medio que no le di bolilla. Pero al volver a casa lo mandó a mi hijo al registro civil: “Tenés que ir vos, porque yo no puedo, le van a romper el registro civil. Llevá mi documento y pedí fecha”. Él quería el 13 de abril por Civil y el 14 por Iglesia. Mi hijo fue y en el registro civil le dijeron que no, que con veinte días de anticipación no se conseguía fecha, que había que ir por lo menos con un mes de anticipación. Mi hijo lo llamó al celular y le contó y Roberto le contestó: “Nene, ¿vos mostraste el documento? Abrí el documento, entregáselo y correte por las dudas”. Después, mi hijo me contó que nunca había visto algo así, que la locura que se armó en el registro civil de Lomas fue impresionante. Hubo que hacer una movida tremenda, pedir permiso en La Plata para sacar el libro, y vino la jueza a casarnos a casa. Ella tampoco lo podía creer, estaba muy emocionada. Al día siguiente nos casamos por Iglesia, también en casa. Nos casó el sacerdote que lo iba a ver todos los días al IADT. Nos casábamos a las tres y se guardó el secreto hasta la una y cuarto de la tarde.
–¿Qué enseñanza te dejó el tiempo que estuvieron juntos?
–Muchas veces me dijo: “Ojo que cuando yo no esté la vas a pasar mal, van a intentar destruirte”, y tenía razón. “Yo sé lo que va a pasar, te van a volver loca. Pero vos siempre tranquila, en tu casa, no tenés que contestar. A mí me han vuelto loco de joven, diciendo barbaridades mías, pero yo jamás contesté”, insistió. Esa fue una gran lección que me dio: por eso me tomo las cosas con calma.
Maquillaje y peinado: Joaquina Espínola.
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