Es autodidacta y sus obras con brillantina se venden en miles de dólares
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En el fantástico reino de Larenland se encuentra el archipiélago de las Islas Divinas; hay una ciudad –Barbilonia– donde las mujeres son como muñecas Barbie; la moneda oficial es el dolaren y los centavos se denominan pepas. Los larenlandeses toman Naranjoda, se alimentan con el fruto de la planta tulipancho y saludan respetuosamente a la bandera real, que presenta un ovni amarillo y rojo sobre un cielo celeste con estrellas blancas. Como es un reino imaginario, Larenland no posee un territorio más allá de lo que permiten el arte y las ganas de jugar de su rey, el artista plástico Benito Laren (60), aunque sí tiene una embajada que funciona en la casa del propio Laren, frente al porteño Parque Centenario. “El reino es imaginario, está en el éter. Es un país nómade, pero materialmente se manifiesta en mi casa. El príncipe heredero y duque de las Islas Divinas es Guillermo Carlos I, mi hijo de 14 años. Pero no hay reina, el lugar está vacante”, aclara Laren, que recibe a ¡HOLA! Argentina vestido con un traje de lino blanco repleto de insignias doradas, lentes de sol y zapatos negros con strass que compró en Miami. Cuando está de entrecasa no se pone la corona, que está protegida por una burbuja de acrílico en la sala del trono.
Benito es uno de los personajes más llamativos del arte argentino no sólo por su manera de vestir y su vocación por los juegos de palabras delirantes, sino porque su obra es codiciada por coleccionistas, celebrada por críticos y, además, extensa. “Desconozco cuántos cuadros hice, pero hace 36 años que pinto y estimo que produje unas 200 piezas por año. Saquen las cuentas”, dice. Gran parte de su obra está realizada con brillantina sobre vidrio, con una técnica propia, pero también tiene una serie hecha en collage de papel metalizado y hologramas, y está orgulloso de una instalación peculiar llamada “El monoambiente”, que estuvo expuesta en la Coleción Amalia Lacroze de Fortabat para una retrospectiva de su carrera. Es un conjunto de veintisiete obras diferentes montadas en una cama con cabecera capitoné, dos mesas de luz, un tocadiscos, una bañera y un perchero (todo, intervenido por él), con un mono de peluche sentado sobre un acolchado con el mapamundi. “Más que en una galería, a ‘El monoambiente’ habría que venderla en una inmobiliaria”, bromea.
–Su verdadero nombre es Alberto Juan. ¿Y su apellido?
–Eso ya no tiene importancia. Sólo en San Nicolás, donde nací, me llaman Alberto. En el secundario me decían Benito porque me parecía mucho a Benito Urquiaga [fundador del movimiento guerrillero ERP]. El nombre me gustaba, así que cuando empecé a escribir, porque también escribo y canto, lo hice con ese seudónimo, al que le agregué un apellido inspirado en Sophia Loren, que me gustaba mucho. Un tiempo después le agregué un segundo nombre, Eungenio. Eun genio, ¿se entiende? Benito Eungenio Laren.
–¿Cuál es su formación artística?
–A los 23 años tomé tres clases en la Cultural Inglesa de mi pueblo y no me gustó porque la profesora tenía muchos alumnos.
–¿Sólo tres clases?
–Sí, soy autodidacta y pinto lo que me sale de adentro. Empecé cuando estaba en la primaria. Vi que un compañero hacía historietas, que mi papá pintaba en azulejos y que mi hermano dibujaba y quise copiarlos. Mi hermano tenía más capacidad que yo para el dibujo, por eso trabajo con vidrio, que es como calcar. El vidrio es un soporte ideal para mi obra porque es brilloso y yo me considero un artista marabrilloso.
–¿Y enseguida tuvo éxito?
–Nooo. En mi pueblo me decían que yo hacía pavadas, pero ahora me hicieron un homenaje. La Federación de Comercio e Industria construyó un ovni como los que pinto, aunque de cuatro metros de diámetro y cuatro de altura, y lo pusieron durante tres días en la plaza principal. Además, desde abril soy ciudadano ilustre votado por el Concejo Deliberante de San Nicolás. ¿Le cuento cómo sigue mi vida, que es una novela? Yo me recibí de técnico mico en el secundario y trabajé ocho años en un laboratorio de Somisa, en el turno noche. Mis primeros trabajos artísticos fueron pequeños porque era lo que podía llevar en el bolsillo del uniforme de la fábrica. Cuando pintaba estaba en mi mundo. En un momento despidieron a muchos empleados y me alegré de irme. Me dieron 13 mil dólares y con eso me fui a Nueva York.
–¿A qué fue a Nueva York?
–En el laboratorio comprábamos el diario y yo veía que en Nueva York se vendían cuadros por millones de dólares. “Yo puedo hacer algo mejor”, pensaba. Sentía que esa ciudad me llamaba y llevé mis obras para mostrarlas. Era una caja de 500 kilos. Un conocido de mi mamá me iba a alojar en su casa por dos meses, pero cuando le dije que yo era marciano, me dijo: “No quiero marcianos en mi casa”, y tuve que irme a otro lugar, a convivir con unos latinos vegetarianos que también eran artistas. Pero no logré nada en Nueva York. Entrar al mercado del arte ahí era muy difícil y perdí diez mil dólares.
–¿Le parece bien que dejemos para después el tema del marciano? Cuénteme cómo despegó su carrera artística después de la mala experiencia de Nueva York.
–Volví sin trabajo a San Nicolás, y fue a buscarme el juez Gustavo Bruzzone, que es coleccionista y había visto obras mías en el Centro Cultural Rojas. Me llevó a vivir a su casa e impulsó mi carrera. Él se iba a trabajar al juzgado y yo me quedaba pintando. Nunca dejé de pintar. Él me ayudó mucho. Gracias a él hay un cuadro mío, “Le Moulin de la Galette”, en el Museo Nacional de Bellas Artes, y otra obra, enorme, con un tigre, en el museo Jack Blanton de la Universidad de Texas.
–¿Tiene mecenas?
–Hay gente buena que me ayuda, como el empresario Armando Brizzola, que fue un sponsor al comienzo de mi carrera. Amalia Amoedo fue generosa conmigo, es quien me coronó como rey y es la ministra de Belleza de Larenland. La conocí porque su abuela, Amalia Fortabat, una vez vino a una galería donde exponía y señaló unas de mis obras: “Este es un artista importante. Que me lleven este cuadro a mi casa”. También le agradezco a mi representante y amiga, Marcela De Diago, dueña de la galería Moonlight, y a Margarita Gómez Carrasco, que está organizando una muestra para fin de año en la galería Marifé Marcó Barcelona, en España, con mis cuadros que recrean obras maestras de Miró, Picasso y Lichtenstein. Ella, además, es la productora ejecutiva de mi videojuego. Soy el primer artista plástico que tiene un videojuego sobre su obra. En mis cartas astrales siempre dice que hay alguien que me va a ayudar.
–Usted cree mucho en el tarot, ¿verdad?
–Sí, porque yo veo y siento cosas. Eso es real. Yo soy de capricornio en el horóscopo occidental, búfalo de madera en el horóscopo chino y osito de peluche en el horóscopo gay. [Risas]
–¿Cómo ve su futuro?
–Sé que viene el apocalipsis. Entre 2026 y 2030 entrará un rayo solar que hará desaparecer el mundo que conocemos.
–Benito, estamos rodeados de cuadros coloridos, con brillantina, y de pronto hablamos del apocalipsis…
–Tengo que decirlo: vienen naves extraterrestres a llevarse la gente. El apocalipsis va a ser bueno para casi todo el mundo, porque vamos a pasar a otra dimensión. A los malos les esperan planetas de piedra, donde van a estar 300 mil años para poder evolucionar. Les espera sufrimiento.
–¿Está realmente convencido de que vino de otro planeta?
–Cuando nací era todo verde, eso me dijo mi mamá. Las parteras de San Nicolás nunca habían visto algo como eso. Y además yo siento que soy un extraterrestre. Vine a este planeta a contar estas verdades y a rescatar a las personas y, cuando termine de hacerlo, me voy.
–¿El arte le sirve para dar ese mensaje?
–Sí, en mi arte hago lo que me sale. A veces ni siquiera sé por qué hago lo que hago o si soy yo el que lo hace. Tengo que ser conocido a nivel mundial para cumplir mi misión, el arte me sirve para alertar sobre la llegada del apocalipsis.
–Pero usted suele decir que pinta, escribe y canta para no tener que trabajar…
–Eso es una broma. Yo trabajo en mi arte desde que me levanto hasta que me acuesto. Soy de los pocos artistas que pueden vivir de sus obras, aunque siempre me nombran como “artista emergente”. Tratan de catalogar mi obra entre el impresionismo y el cubismo, pero mi movimiento es el oportunismo: primero veo a quién le puedo vender un cuadro, lo hago y trato de vendérselo. [Risas].
–¿En la Argentina se puede vivir del arte?
–Y… Yo vivo. Las obras muy grandes pueden valer 15 mil dólares. Las obras pequeñas se venden a 350 dólares cada una. Por ejemplo, [Jorge] Corcho Rodríguez me compró 70 pequeñas para regalarle a su mujer [Verónica Lozano], pero no voy a decir cuánto pagó. Quiero ser discreto. Los Pimpinela también tienen obras mías. A Susana Giménez le llevé una de mis obras cuando yo recién empezaba. Le gustó mucho y la comparó con las de Andy Warhol y Marta Minujín. Lo que pasa es que después el programa siguió y apoyaron mi cuadro al lado de la papelera. [Se ríe].
–¿Qué es lo más delirante que hizo?
–Ir a buscar un auto a San Pedro sin saber manejar. Quería llevarlo hasta San Nicolás y el motor se paró después de hacer una cuadra. Alguien “de arriba” me ayudó para que no manejara.
–Me refería a lo más delirante en el arte…
–Ah, fue “El monoambiente”, que me llevó tres meses de trabajo.
–Usted tiene un gran sentido del humor. ¿Qué lo hace enojar?
–Busco ser humilde y sencillo y me gusta jugar con las palabras y hacer reír a la gen - te. Soy tranquilo. Por ahí me enojo con las cosas que pasan y quisiera ser presidente para acomodar un poco las cosas.
–¿Presidente de Argentina?
–Sí, por supuesto, pero es muy difícil. En el mundo son veinte tipos que manejan todo. Los presidentes no deciden nada, son otros los que les dicen lo que tienen que hacer. Ahora los gobiernos están con la agenda 2030, pero se les va a cortar porque antes van a llegar los marcianos.
–¿Su hijo entiende su universo, Laren?
–Es muy amoroso y como adolescente de nuestro tiempo nos supera con su imaginación. Él comparte conmigo el juego de la creación de un nuevo país.
–¿Y el resto cómo lo mira cuando habla del apocalipsis?
–A mí no me interesa cómo me miran. Si me vieran como alguien común no me prestarían atención. Yo soy lo que soy.
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