Artista multifacética, formó con él una dupla amorosa e irreverente que supo mantenerse unida pero independiente en lo creativo
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Jamás pasa inadvertida. Por su estilismo inconfundible –smoking negro y camisa blanca–, por su pelo de fuego, sus anteojos modernos y su sonrisa enmarcada en labios rojos, Dalila Puzzovio (79), una de las pocas que, junto con Marta Minujín, integró la “troupe” que desde el Instituto Di Tella revolucionó el arte argentino, ya alcanzó status de ícono pop. Creativa, irreverente y genial, diseñó desde sombreros para Dior y tejidos para Madame Frou Frou, hasta papelería en la Galería del Este, vestuario para figuras como Antonio Gasalla y Libertad Leblanc, pasando por proyectos arquitectónicos y de decoración de interiores para ámbitos tan distintos como un shopping, la peluquería de Alberto Sanders y un tríplex en Avenida del Libertador. Aunque su creación más renombrada, las dobles plataformas –para levantarle varios centímetros de altura a chicas cancheras–, surgieron en 1967 en medio del desparpajo y la adrenalina que caracterizó a la década del 60, desde que irrumpió como artista transgresora Dalila obtuvo muchísimos premios y figuró en el Bénézit, el diccionario internacional dedicado al arte. Y para alcanzar semejantes logros siempre contó con el apoyo incondicional, la mirada amorosa y el estímulo de Charly Squirru, su amor, su amigo, su compañero durante casi seis décadas. Artista talentoso como ella y referente del arte pop –también miembro del staff que puso al país de cabeza desde el Instituto Di Tella–, Charly murió el pasado 17 de agosto, tras varios meses enfermo. Por pedido de ¡HOLA! Argentina, ella repasa su larga vida juntos en una charla íntima, marcada por la emoción y la risa.
–¿Qué recuerdos tenés del día en que conociste a Charly?
–Fue un 30 de noviembre, creo que del año 1966. Había una muestra en una galería nueva en Martínez o en Olivos, no recuerdo bien. Era una noche de calor, él estaba recién llegado de Nueva York, adonde había ido a estudiar arte, y yo fui a la inauguración con mi mamá y mi hermana Silvana. Ahí, en esa galería nos conocimos, y nunca más nos separamos.
–¿Fue amor a primera vista?
–Empezó como una amistad. Él era artista, venía de vivir en Nueva York, y yo me quería ir, estaba con un entusiasmo total por irme a estudiar afuera, así que me acerqué a Charly para preguntarle cómo era vivir en Nueva York. Y se lo pregunté con el temor de saber que no tenía capacidad de irme a vivir sola, de manejarme en Nueva York, que era una ciudad que no conocía. Y finalmente me quedé acá. Pero después de ese primer acercamiento ya no nos separamos nunca.
–¿Qué te enamoró de él?
–Charly tenía unas pestañas larguísimas y hermosas y mamá no tenía pestañas, o sea que la primera que se enamoró de él fue mamá, que quedó loca con sus pestañas. Era una persona muy genial y creativa, que además intentaba ser absolutamente libre. También era valiente para ser como era en aquellos años. Y gracioso, muy gracioso, con un gran manejo de la ironía. Por eso me casé con él, por lo original, lo sensible, lo artista. Charly no era uno más del montón. Por supuesto que había que tenerle paciencia. Fuimos muy compañeros y seguramente ayudó que no teníamos metas burguesas en cuanto a querer tal o cual casa, cambiar el auto, tener casa de fin de semana con pileta, y esas cosas. Si podíamos comprar, comprábamos, si podíamos viajar, viajábamos, y si teníamos que quedarnos todo el verano en Buenos Aires, nos quedábamos.
–¿Se casaron enseguida?
–No, esperamos tres o cuatro años para casarnos. Pero yo iba todo el tiempo a su taller, en Cangallo y Callao. Allí estaba la casa de su abuelo y en el último piso Charly tenía su atelier.
–¿Es verdad que los casó un astrólogo?
–¡Sí, es verdad! Charly siempre leyó sobre astrología y ocultismo, era un tema que le interesaba mucho. Por supuesto mucho más que a mí, que no me interesaba tanto y que, hasta ese momento, nunca había consultado un astrólogo ni me había hecho una carta natal. Un tío de Charly nos presentó a Sen Salgado St. John –le decíamos Zen, como el budismo Zen– y nos terminó casando. Aunque debo decir que también nos casaron los amigos, distintos sacerdotes… tuvimos muchísimos matrimonios, por todas las religiones. Pero el primero en casarnos fue el astrólogo, ante el horror de mi familia italiana y de la mamá de Charly, que era estricta y formal. Nos hizo una carta astral impresionante, en la que todos mis planetas se juntaban con los de Charly, y nos dijo que nuestra unión era para siempre.
–Y no se equivocó...
–Estuvimos juntos casi sesenta años.
–¿A qué lugares les gustaba ir?
–La debilidad de Charly siempre fue Nueva York, una ciudad que conocía perfectamente. Y con el tiempo nos hizo mucha gracia Río de Janeiro, donde fuimos bastante. Incluso llegamos a alquilar un departamento por tres meses en una esquina de Ipanema y pasamos allí Año Nuevo y Carnaval. Fue una experiencia genial. Con esas cosas difíciles que tienen los lugares para que uno pueda adaptarse. Por ejemplo, estuvimos en el Carnaval, y en esa época todavía no estaba hecho el sambódromo, había unas tribunas de madera, arquibancada se llama. Sacamos el ticket, fuimos al desfile, nos buscamos un asiento que estuviera cubierto por un árbol, porque después te quedás hasta que amanece y el sol te cocina, nos sentamos ahí, preparados para pasar la noche, y de golpe Charly vio unos tipos dudosos que le estaban robando el bolso a unas chicas por debajo de los escalones de las tribunas. Entonces les avisó que estuvieran alertas, que les estaban robando, y los tipos le hicieron una señal como que le iban a cortar el cuello. [Risas]. Y, el lunes de carnaval, Charly apareció todo brotado. Molestamos a medio mundo para ver a qué médico podíamos ir, porque teníamos estrictamente prohibido ir a un hospital en Río de Janeiro, y ahí caímos los dos, recomendados por una buena amiga, para que nos atendiera un médico que estaba de vacaciones, un lunes de carnaval.
–¿Tuvieron alguna crisis de pareja?
–Nos amenazábamos mutuamente con separarnos, pero ninguno de los dos tenía el coraje. Lo que realmente queríamos era cambiarnos: yo lo quería cambiar a él y él a mí. Eso sí, sin exagerar tampoco, porque cada uno atrajo al otro como era, lo que pasa es que los dos éramos difíciles.
–¿Lo de no tener hijos fue una decisión?
–Hubo momentos en los que yo hubiese querido. Pero Charly no tenía ningún interés en tener un hijo. Era como una fantasía que alguna vez se me pasó por la cabeza, pero si quería concretarla tenía que modificarlo a él, porque no quería saber nada. Además, hubiéramos tenido que cambiar de vida los dos, entrar en un tren de obligaciones que no queríamos. Y un poco Charly era el chico de la casa, funcionaba como un niño malcriado: celoso, demandante y totalmente dependiente de mí. Jamás hubiera aceptado que lo cambiara por otro chico. [Risas].
–¿Sentís que hiciste todo por ayudarlo cuando se enfermó?
–Realmente hice lo que pude. Igualmente, enfermo Charly fue otra persona. No se quejó nunca, no exigió nada, no pidió nada. Jamás dijo me duele, tengo hambre, o quiero estar solo. Al revés de lo que fue toda su vida –siempre demandó mucha atención–, enfermo no parecía él. Sus demandas siempre fueron graciosas porque él las hacía de manera graciosa.
–Parece que se divertían mucho juntos.
–¡¡¡Muchísimo!!! La pasábamos muy bien.
–¿Pensaste en hacerle algún homenaje?
–Todavía no junté la fuerza para eso, aunque es una idea que me ronda. Me encantaría tener la fortaleza de poder hacerlo y quede bien, porque él era muy original y se lo merece.
–¿El nombre “Dalila” te lo inventó él?
–Absolutamente. Decía que Delia, que es mi verdadero nombre, era muy poco para una artista.
Producción: Consuelo Sánchez Peinado y maquillaje: Joaquina Espínola Agradecimientos: Giesso, Grace Gaviglio, Style Store y Toribia Choque
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