Junto a Martín, la actriz recuperó la huerta de verduras orgánicas que había quedado abandonada en el campo de su familia. “Estoy contenta, siento que les abrí las puertas hacia una nueva vida”, revela.
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Cuando el mundo empezó a cerrarse a causa del coronavirus, Natalia Lobo (50) tuvo una intuición. “Sentí que la prioridad era comer sano, tener el sistema inmunológico fuerte y no ir como loca a comprar papel higiénico y conservas al supermercado”, dice del otro lado del teléfono. Corría abril de 2020 y en vez de acopiar alimentos enlatados para hacerle frente al virus, la actriz arrancó un curso de meditación online, implementó cambios sustanciales en su alimentación y le propuso a su hermano Martín revivir la huerta que había quedado abandonada en el campo de su familia, cerca de Buenos Aires.
“Tengo un mecanismo de defensa que me sirvió mucho y que es enfocarme en lo que puedo hacer. Y como no se podía salir, me enfoqué en aprender a meditar, comer mejor y ponerme a producir alimentos”, recuerda sobre los primeros tiempos de la cuarentena, en que le dio inicio a un nuevo estilo de vida.
–En vez de paralizarte, te pusiste en acción.
–Acepté la invitación de ir hacia adentro y comprendí que la pandemia me estaba dando la oportunidad de volver a conectarme con la naturaleza. El segundo día de la cuarentena empecé a meditar con una amiga y después seguí sola. Investigué sobre el detox y dejé las conservas, las gaseosas, el azúcar y las harinas blancas. Además, hablé con Martín, que su trabajo en Publicidad se había frenado completamente [es director de comerciales], y le dije que se instalara en el campo para remontar la huerta.
–Y Martín te hizo caso.
–Compró semillas, gallinas y se fue para allá. Está feliz y no quiere vivir más en la ciudad. Por el momento, la huerta sólo produce vegetales para nosotros, pero su idea es escalar la producción y armar un emprendimiento. Está haciendo cursos de permacultura [es un sistema de diseño agrícola inspirado en el modo en que se organiza la naturaleza] y aprendiendo a producir huevos de manera orgánica. Estoy muy contenta porque siento que le abrí las puertas a una nueva vida.
–¿Cómo se organizaron?
–En un principio, Martín se instaló solo en el campo. Iba y venía porque está separado y tiene un hijo chiquito. Ahora se queda cinco días allá y va dos a Buenos Aires. Nuestra hermana, Miranda, sigue los avances por teléfono desde Bariloche, donde vive, y nuestros padres [se llaman Martín y Chabela] recién se vinieron para acá en la primavera. Hasta octubre estuvieron encerrados en un departamento en el centro. Yo vengo una vez por semana para darle una mano a Martín y todavía no puedo creer cómo algo que empezó para nosotros va camino a convertirse en su principal sustento.
–En tu primer reportaje con ¡HOLA! en 2014 posaste en esta misma huerta, que estaba rozagante. ¿Cuándo se cayó?
–La huerta funcionaba porque estaba cuidada por alguien que venía a trabajarla todos los días. Cuando quedé embarazada de Inti [su único hijo, nació en 2002], me instalé en el campo y la armé yo, con mis propias manos. Después vino un señor del pueblo, un italiano de esos que saben un montón, y la sostuvo con mi mamá hasta que arrancó la cuarentena. Ahí fue cuando se vino abajo.
–Debe haber sido muy positivo, entonces, recuperarla.
–Sí, porque la tierra es maravillosa: vos plantás una semilla, la cuidás y ella te da frutos. Si entrás en su código, ella te devuelve. Trabajar la huerta, además, te permite entrar en contacto con vos mismo y desarrollar la paciencia y la constancia. Ahora, por ejemplo, aprendimos que si dividimos las verduras en unos canteros de madera que se llaman bancales todo está contenido y por ende crece mejor
–¿Cuánto cambió la familia a raíz de este proyecto?
–A mi hermano y a mí trabajar la huerta nos dio una unión que habíamos perdido. Uno se va alejando a lo largo del tiempo y hacer algo juntos fortaleció nuestro vínculo. Mi papá ahora va todos los días a buscar su radicheta y sus rabanitos para el almuerzo y mi mamá la riega.
–¿Qué aprendiste de Martín y Chabela?
–Tomé conciencia de que son personas independientes, inteligentes y muy fuertes. Estuvieron solos siete meses y nunca les escuché una queja. Se lo bancaron hasta con humor, te diría.
–¿A los mayores les costó menos aceptar la cuarentena?
–Puede ser. En lo personal, yo sentí que si no se podía salir había que entrar dentro de uno y me zambullí en ese viaje. Aún me quedan muchos lugares internos por visitar. Está difícil el mundo exterior…
–La sensación que dan tus posteos en Instagram es que lo pasaste muy bien durante este tiempo.
–Tuve mis momentos como todos, pero también soy consciente del enorme privilegio que es haberme podido quedar en casa y no tener que salir a trabajar. ¿Cómo iba a quejarme?
–La cuarentena te agarró en casa de tu novio, Ariel, y arrancaron la convivencia a la fuerza.
–Sí. La pandemia aceleró todo. Estoy contenta y nos llevamos muy bien, pero fue un desafío la convivencia. Construir una pareja es un trabajo, tenés que tener muchas ganas y estar abierto a hablar. Hay que recordar siempre lo que te unió porque el día a día muchas veces barre con la magia inicial. Ahora estamos en el plan de cuidar esa llamita que nos unió a capa y a espada.
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