A los 50 años, Juan Pablo Geretto repasa su historia y asegura: “Me siento muy bien sin tener arraigo”
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El campo, el barro, las calles de tierra sobre la que estaba construida su casa, la última del barrio, fueron el marco de la infancia de Juan Pablo Geretto (50). “Nací en Junín porque estábamos de paso por un trabajo temporal de papá, pero a los pocos días nos fuimos a Gálvez (Santa Fe), de donde es toda mi familia y donde me crie”, cuenta el actor, que hoy brilla en Exit, la obra que comparte en el Multiteatro con Nancy Dupláa y Fernanda Metilli, y que por años arrasó con los desopilantes personajes femeninos a los que les dio vida en diferentes unipersonales. Y sigue: “Arranqué con el teatro porque en la escuela era fútbol o nada. Había pretensiones artísticas en el pueblo. Estábamos un poco aislados, lejos de la ruta, no se llegaba así nomás”.
–¿Eso marcó tu infancia?
–Seguramente. Si bien era una ciudad de 17 mil habitantes, yo le digo pueblo cariñosamente. Y nuestra casa era la última de todas, bien al fondo, el resto era campo. No había un juguete, sólo la bici, el barro, correr… Tampoco había algo específico que uno quisiera tener, más que tiempo para salir. La escuela primaria fue cortar con el juego y pasar a la obligación. Luego, la secundaria fue casi peor. La educación formal y yo nunca hicimos buen vínculo. A tal punto que escribí el personaje de La Maestra un poco por eso, por lo aplastante que puede ser el sistema educativo para alguien que tenga una idea.
–¿Querías irte desde chico…?
–Sí. La situación en casa tampoco era muy amigable. Mis padres cuando lograron tener su casa fue como si fuera de cristal, no te la podías apropiar. Había que irse. Además, yo me quería desarrollar en lo mío, hubiese sido ideal si me hubiese gustado plantar algo en el campo.
–¿Y ya entonces jugabas a disfrazarte de mujer?
–Claro. De chico me metí en el grupo de teatro que me dio un espacio de pertenencia. Empezamos a hacer obras y un día, un poco más grande, comenzamos a hacer cositas en la televisión local y me tocó hacer de mujer. Fue muy revelador lo que me pasó con eso.
–¿Qué te pasó?
–Se ve que yo estaba más tranquilo detrás de la máscara, y había como una especie de revelación, un juego que sin máscara me daba más pudor. Me costó muchos años poder sacarme la máscara. Y, como era desde la actuación, había una justificación.
–¿Y en el colegio?
–No recuerdo haber tenido grandes problemas, más que el aburrimiento. Y no me lograba integrar. El colegio me quedaba muy lejos, entonces tampoco me quedaba a jugar con los chicos. Empecé a viajar muy seguido a Rosario, donde encontré un grupo de transformistas maravilloso. Y me instalé con ellos. Llegué una noche tras un encuentro casual. Me desperté en esa casa maravillosa, donde parecía que todos encajábamos. A partir de ahí empezó un camino muy divertido de trabajo. Te estoy hablando de los 90. Los bares y teatros de Rosario unieron fuerzas y empezaron a resurgir formatos como el café concert, incluso con este grupo abrimos un restaurante, La Traición de Rita Hayworth: contratábamos artistas locales y de acá también. Durante once años, antes de pisar Buenos Aires, hice Solo como una perra. Así empecé a vivir de esto.
–¿Era tu sueño?
–La verdad que no. [Se ríe]. Las cosas se fueron dando de tal forma que elegí la actuación en pos de otras cosas. Los que quieren estar en esta profesión lo anhelan mucho, entonces medio que uno se va mintiendo diciendo “sí, trabajo de lo que me gusta”. ¡Y andá a saber! Me parece que recién ahora lo estoy eligiendo, porque siempre estoy con un pie afuera. –De hecho, tenés otra profesión, ¿no?
–Sí, hago biomecánica aplicada al movimiento, que lo creó una médica argentina, Teresa Salazar. Empecé a trabajar en su método por un accidente que tuve, me caí muy mal y me rompí una vértebra. Intuitivamente supe que a la larga iba a ser un problema. Entonces me encontré con esto y cuando se abrió una posibilidad de formación lo hice.
–¿Trabajás de eso?
–Sí. Trabajo en un consultorio en la calle Paraguay. Cuando estoy conflictuado con el teatro es un lugar muy lindo para estar. El estudio de la anatomía es infinito. Pero podría hacer otra cosa también.
–Exit es tu vuelta al teatro y a la Argentina porque te instalaste en Valencia un tiempo.
–Sí, después de la pandemia, estuve dos años. En realidad, me fui a Italia con ganas de hacerme la ciudadanía, pero luego me instalé en Valencia porque había amigos. Me fui quedando y armamos una pizzería, La Vendetta, y una coctelería, La Santa Fe, que siguen funcionando. Mientras estaba allá Tomás Rottemberg me ofreció esta obra, la leí rápidamente y me encantó, así que decidí venirme. Me siento muy bien sin tener arraigo.
–Veo que no te atás a nada.
–No, no me ato a nada. El aburrimiento fue un gran motor en mi vida.
–¿Estás en pareja?
–En este momento no, aunque casi siempre tuve pareja. De hecho, estuve casado ocho años (con un científico), pero nos divorciamos. Fue hermoso casarme. Y nos seguimos viendo, la relación continuó después del divorcio y estamos bastante orgullosos con nuestro cierre, llevamos adelante el “para siempre” de otra manera.
–¿Estás abierto al amor?
–Totalmente, estoy abierto al amor, pero hay que ver si el amor está abierto a mí y a mis neurosis. [Se ríe].
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