La primogénita del “Zar”, fundadora de la plataforma digital Teatrix, cuenta que aprendió a tomar riesgos de su padre y reflexiona sobre el amor, la familia y los negocios
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De los cuatro hijos que Alejandro Romay tuvo con Leonor “Lita” Rosio, Mirta (67) es la primera. “Soy la mayor –se presenta y, al segundo, se corrige, divertida–; mejor dicho, soy la que más experiencia acumulada tiene”. Y, a diferencia de sus hermanos, Omar, Viviana y Diego, ella fue la que menos trabajó con su padre, el “Zar” de la televisión argentina. Porque, según cuenta a ¡HOLA! Argentina, se animó a hacer su propio camino. “Me pasó lo que les pasa a muchos: quise crecer, hacer algo propio, tener un reconocimiento en mi profesión y formar una familia”. A los 18 años se fue de su casa, se casó con el novio que tenía desde los 16, empezó a estudiar Psicología y tuvo tres hijos (Fernando [49] Ariel [47] y Anelí [41]). Después de diez años atendiendo en consultorios, la genética hizo de las suyas. Y, de a poco, empezó a hacer programas de debates junto con Andrea Stivel [la mujer de Jorge Guinzburg] y otros de tipo educativo. “Con papá, trabajé sólo una época muy corta, que me marcó muchísimo. Sin embargo, su forma apasionada de trabajar estaba ahí, esperándome. Es difícil escaparse de algunas marcas con las cuales creciste. Con mi papá tenemos muchas coincidencias, una de ellas es jugarse por un proyecto… y sostenerlo”, admite. Prueba de lo que dice es Teatrix, la exitosa plataforma que ofrece obras de teatro a través de formatos digitales. Lanzada hace siete años, la startup que Mirta gestó y concretó es la primera de ese tipo en Sudamérica y la tercera en el mundo que ya está consolidada. “Al principio costó porque me topé con bastante resistencia. Pero, a mí, los desafíos me divierten, me generan adrenalina”, reconoce.
–Como primera hija del “Zar” de la televisión, podrías haber sido su heredera natural, pero te metiste en el mundo digital de la mano del teatro…
–Muchos se sorprenden de eso. El teatro, al igual que la televisión, fue una gran pasión de mi padre. En los 2000, empecé a pensar que, a pesar de quienes creían lo contrario, el teatro podía ser filmado. Y que, a través de las plataformas digitales, una obra o una ópera podían llegar a gente que está lejos. Estamos en el medio de una gran transformación y lo digital cuesta un poco más, en especial para quienes somos más grandes y nos educamos en otros paradigmas.
–Sos abuela de ocho nietos, sabés de nuevas tecnologías, de segmentación de audiencias y de streaming. Para vos, ¿la edad es un prejuicio?
–Claro que sí. Existe una gran división entre aquellas que nacen gracias a gente que viene del palo de la tecnología y tiene veintipico; y los que venimos de la producción, queremos demostrar que podemos gestionar una plataforma y que, además, tenemos otra edad. Para mí, fue más fuerte el desafío de animarme a la tecnología que ponerme a pensar si tenía edad o no para hacerlo. ¡La edad no debería ser una traba para un proyecto de vida! Además, entender la virtualidad es casi una obligación: es el futuro.
–¿Creés que tu apellido fue una suerte de “abretesésamo”?
–Que las puertas se abran gracias a mi apellido es una de las satisfacciones más grandes que tengo. Ahí tomo conciencia de ese capital social y cultural intangible que me dejó mi papá. Él tenía un talento y una inteligencia increíbles. Era generoso con el crecimiento de los otros: te estimulaba a hacer tu camino. Tenía, además, gran resiliencia: pasó por la quema de teatros, la expropiación del canal, el secuestro de mi hermano... Lo he visto sacrificarse, pero también disfrutar muchísimo: disfrutó su propio camino y el de los otros. Agradezco, valoro y uso ese capital que me dejó en el mejor de los sentidos. Pero, más allá de eso, está lo que una hace con ese capital. Porque pueden estar dadas todas las condiciones, pero si no ponés algo de vos, nada se conquista.
–¿En qué cosas te ves parecida a tu papá?
–En ser generadores de cosas. Mi papá era una máquina. Fue un gran productor. Y los productores son grandes apostadores: una obra de teatro puede resultar algo fantástico o… todo lo contrario. El hacer estuvo siempre en nuestras conversaciones, una modalidad que yo sigo reproduciendo hoy. Él solía contarme sus proyectos y yo le contaba los míos. Nos divertía. En junio de 2015, cuando murió, yo llevaba un año trabajando en Teatrix. No pudo verlo.
–¿Con quién compartís esa herencia?
–Somos una familia que valora mucho el trabajo y los logros personales. Mis hijos han crecido con el ejemplo que les ha dado mi ex marido y con el ADN Romay, que es un sello familiar muy fuerte.
–¿Tanto trabajo atenta contra tu vida privada?
–Yo trabajé toda la vida y tuve la suerte de que mis hijos me bancaron siempre. Tenían esta mamá y listo. A mí me pasó lo mismo con mi viejo: no me lo cuestioné. Es así y punto.
–¿Y con el amor?
–[Se ríe]. Se compatibiliza. Desde 2008, estoy en pareja con Carlos Echegoyen (74). No tiene nada que ver con el ambiente artístico: es contador. Nos conocimos en 2008 bailando tango. Para los que están solos, como yo lo estaba en ese momento [desde que se separó, a los 34 años, Mirta no había vuelto a formar pareja], el tango tiene algunas ventajas: no está mal visto que una mujer llegue sola al lugar y se siente sola en una mesa. Con Carlos, nos llevó tiempo llegar a una relación. En la milonga, se valora el baile y la sincronía con la música, pero no las palabras. Cuando dejamos de bailar, empezamos a conocernos y ahí surgió el amor.
–¿Qué dijeron tus hijos cuando les caíste con un novio?
–¡Ellos ya eran grandes, todos estaban casados y tenían sus hijos! Seguro deben haber pensado: “Por fin la ubicamos a mamá”. [Se ríe]. Con Carlos, somos una pareja con cama afuera: cada uno tiene su casa y sus espacios.
–¿Él se entusiasma con lo que hacés?
–Me acompaña muy bien. Después de la pandemia, cuando empecé a ir al exterior para ver obras para la plataforma, él empezó a venir conmigo. Viajamos, hablamos sobre libros y vimos mucho teatro. Hace poco, en uno de los últimos viajes, me di cuenta de que estaba frente a frente al disfrute que tan marcado tenía mi papá. No sólo estaba pensando los próximos desafíos para mi empresa, sino que también estaba viendo hacia dónde iba. Sin darme cuenta, me armé una vida muy linda y estoy orgullosa de ella.
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