En su casa de San Isidro, la hija mayor lo recuerda con amor y orgullo, habla de su faceta menos conocida de abuelo y cuenta por qué quiso volver al lugar de la tragedia en el río Juramento
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El 20 de noviembre del año pasado, su mundo estalló en mil pedazos. Ese viernes, su padre, Jorge Brito, murió junto al piloto Santiago Beauden cuando el helicóptero que el mismo banquero volaba hacia su campo en la localidad de Joaquín V. González impactó contra un cable de acero de una tirolesa y se desplomó en la zona del embalse Cabra Corral, en Salta. El fundador del Banco Macro tenía 68 años.
Milagros (43), la mayor de los seis hermanos Brito –además de ella Jorge, Marcos, Constanza, Santiago y Mateo–, sintió el impacto de la noticia como si fuese un balazo en el pecho, escuchó nítidamente cómo algo dentro de ella se rompía y supo, con la certeza de las cosas irreparables, que tenía que atravesar ese dolor a su manera, para poder superarlo. “Uno no espera que algo así pueda suceder. Es como que me lo sacaron”, dirá en la entre-vista. Intentó mantenerse fuerte –como él le había enseñado– por sus hijos, por su madre... Recordó mil momentos, importantes y de los otros, conversaciones, ges-tos, enojos, se tomó tiempo para decidir lo importante y, apenas tuvo energía, se dispuso a hacer su duelo. Hoy, lo recuerda como papá, abuelo y hombre de negocios en una charla conmovedora.
–Si tuvieras la oportunidad de una última charla con tu papá, ¿qué le dirías?
–Mmm... ¡cómo arrancaste! Le agradecería por haber sido un buen padre, una buena persona, un gran ejemplo para nosotros y por haber dejado tan lindo legado. Siento que por ahí en vida no se lo dije tanto, aunque sí se lo demostré. A mí me cuesta decir lo que siento, pero lo demuestro con mis acciones. Y ahora que no está lo valoro mucho más. Pero le diría eso: “Gracias”. Porque estuvo siempre presente para nosotros, aun trabajando y haciendo las mil cosas que hacía.
–¿Cómo era tu relación con él?
–Yo fui la primera, fui la que allanó el camino para mis hermanos. Y tal vez fui la que tuve más cruces con él, no sólo porque era la mayor, sino porque teníamos personalidades bastante parecidas. Siempre tuvimos esa cosa idílica de padre e hija, por un lado, y medio de enfrentamiento empujado por mi rebeldía, por otro.
–¿En qué momentos de la vida cotidiana lo extrañás más?
–Lo extraño mucho en sus mensajes, los que eran más cotidianos. No tanto en el superconsejo, sino en el mensajito diario preguntándome cómo estoy. El otro día me atreví a escuchar sus audios, algo que hice recién cuando sentí que estaba preparada. Fui a momentos puntuales y me di cuenta de eso, de que él tenía una presencia que no estaba tan relacionada con las grandes ocasiones, sino con lo cotidiano, aparecía en momentos en los que yo necesitaba sentirlo cerca. Había una conexión entre nosotros en ese sentido. Extraño esa manera de él de estar cerca, sin invadirte.
–¿Y como abuelo?
–Como papá fue siempre muy presente, muy de estar, pero al mismo tiempo exigente respecto de muchas cuestiones. Fue muy firme con la educación y los límites, por ejemplo. Quizás por eso, verlo después como abuelo, fue espectacular. Es cierto que también estaba en otro momento de su vida, en un momento de disfrute, en el que se tomaba las cosas de otro modo. Seguía teniendo mil obligaciones, pero se permitía cosas que con sus hijos no. Ojo, seguía siendo firme y poniendo límites. No sé, en la mesa nada de teléfono ni televisión, por ejemplo, pero obviamente les daba todos los gustos. Hacía sus planes con ellos, tanto en el campo como en Punta del Este. Como eran muchos, armaba salida por grupos de edades. Se iban de viaje, tenían su cena de nietos (hoy siguen teniendo esa comida con mi mamá). Eso me da mucha alegría, que haya podido disfrutarlos a pleno.
–¿Es difícil hablar de su muerte con tus hijos? ¿Cómo hacés?
–Yo tengo cuatro hijos y cada uno es muy distinto al otro. Frani (fruto de su relación con su actual pareja, Agustín Ga-ravaglia), la más chiquita, ve un caballo y automáticamente dice: “Toto”. Aunque es la que menos tiempo compartió con él, lo tiene presente todo el tiempo y lo asocia al campo, a los caballos... ve una foto y le habla. Asia (su hija con Lisandro Borges, su segundo compañero) es la más extrovertida y necesita hablar del abuelo todo el tiempo. De golpe viene con una carta y me dice: “Mamá, te acordás de esta carta que le escribí”, y mira videos. Es a la que menos le cuesta conectar. Delfi ( junto con Santino, los hijos que tuvo con su primer marido, Roberto García Moritán, actual marido de Pampita), es más melancólica y ellos tenían una relación idílica. Lo extraña mucho pero no habla, se mete para adentro. Por ahí la miro y sé que estuvo llorando, pero le cuesta hablarlo conmigo. Y Santino me cuesta horrores: fue el primer nieto, por mucho tiempo el único nieto varón, el que le puso el sobrenombre “Toto”. Con él sigue siendo muy difícil. De hecho, no quiso venir a este viaje que hicimos todos a Salta. Yo quería que viniera, porque sabía que, como no lo puede hablar, le iba a hacer bien ir al lugar. Es como que uno se siente cerca de alguna manera. Pero no lo pude convencer y tampoco quise forzarlo, porque cada uno tiene sus tiempos.
–¿En qué te ves parecida a tu padre?
–Tengo esa cosa de él de ir muy para adelante y ver el lado positivo. De pensar siempre que hay una alternativa. También, igual que él, tengo una personalidad fuerte y soy de enojarme en el momento, pero al mismo tiempo soy reflexiva y puedo ir para atrás y pedir disculpas. Mi papá era muy así. En eso nos entendíamos perfectamente porque éramos iguales. Por ahí nos enojábamos, pero los dos podíamos pedir perdón y recomponer. Y aun cuando nos enojábamos, siempre era con respeto. Creo que también me parezco en lo intuitiva, tanto en los negocios como en mi vida. Él hablaba mucho de que no era tanto el intelecto y el talento sino el esfuerzo, de que la constancia, la disciplina y el es-fuerzo hacen que las cosas vayan saliendo. Y yo también creo en eso.
–¿Recordás cuál fue el mejor consejo que te dio, ese que te cambió la perspectiva sobre algo y te sirvió para toda la vida?
–Siempre me enseñó a hacerme cargo de mis actos. Que todo lo que uno hace tiene consecuencias. Que no se puede ir por la vida echando culpas. Que uno es el actor de su vida, con todo lo bueno y todo lo malo. Esas cosas me forjaron y me ayudaron a enfrentar las dificultades. Él me dio herramientas para salir adelante en situaciones de adversidad.
–¿Qué te llevó a viajar a Salta, al lugar del accidente?
–No fue demasiado planeado. Yo estuve trabajando el duelo con mi terapeuta, porque cuando esto sucedió el impacto de la noticia superó todo, y quedé trabada ahí, en la noticia. Fue tan fuerte que tuve que hacer un trabajo para sanar, desde volver al lugar al que estaba cuando mi hermano me llamó y me contó lo que había pasado, hasta ir a Salta. Entiendo que esto tiene que ver con mi personalidad, que necesité como un proceso que empezó con esto de poder salir de ese lugar del impacto de la noticia, después poder empezar a escuchar sus audios, reconstruir algunas cosas. Y yo sabía que ir al lugar del accidente era un momento que quería vivir. Necesitaba conectar con él desde un lugar distinto. Pensá que habíamos arreglado para comer ese viernes, cuando volviera de Salta, y no lo vi nunca más. No digo que sea lo correcto, es mi forma. Yo sentía que ir a ese lugar era también recordarlo bien, porque él amaba Salta con toda su alma, desde 1989 que tenía su campo allí, y ese lugar era su pasión en los últimos años. Él siempre hacía ese trayecto, de Salta capital al campo, por ese camino, y hablaba de ese cañadón, de ese paisaje, embelesado, con admiración. ¡Y yo no lo conocía! Entonces, había algo de eso que no tenía que ver con el lugar de la tragedia, sino con que ese era el lugar que a él le parecía lo más espectacular del mundo. Y yo quería conectar con eso, con la parte linda, con que a mi papá le parecía un sueño volar por ahí, quería conectar con ese lugar que lo emocionaba tanto. Estaba segura de que quería hacer esto, pero no sabía cuándo. Y justo se dio que Isabel [Macedo], que iba a venir para Semana Santa, después no pudo viajar. Entonces fue ahí cuando pensé: “¿Y si vamos a Salta?”. Surgió de un día para el otro. Y, como la idea tampoco era ir todos juntos a rezar un Rosario, y vimos que estaba ese rafting, que es en el río Juramento, se nos ocurrió hacer ese plan que, de alguna manera, trascendía la tragedia. Y también por la aventura, que era algo que a mi papá le gustaba. En ese instante fue como que visualicé todo y dije sí, lo hacemos. Era tratar de conectar con el lugar que él amaba y con la aventura. Mi mamá me dijo: “Es lo mismo que hubiese hecho tu papá”. Fue muy emotivo pero lindísimo. El único momento realmente fuerte fue cuando estuve con la pareja que vio todo el accidente, porque el helicóptero cayó enfrente de ellos. Pero el resto del tiempo que estuve ahí lo viví como algo espectacular, no paraba de mirar los paisajes y acordarme lo que él me decía. Lo hicimos en auto y después en bote, que es un trayecto de una hora y media. Además, el río estaba en una altura espectacular para hacer el rafting, porque en invierno tiene un caudal más fuerte que por ahí no da ir con los chicos. Cuando terminó la excursión obviamente me quedé muy conmovida, pero era algo que yo necesitaba para sanar y habitar el dolor. Creo que cuando uno habita el dolor después puede convertir ese dolor en alegría y en más amor.
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