Nació en Dolores, estudió medicina e hizo su primer desfile en 2009, cuando tenía 39 años. En poco más de una década, se convirtió en uno de los creadores de alta costura más importantes de Argentina
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Es viernes, día de consultorio médico. Pero hoy, Adrián Brown (52) no va a atender: canceló los turnos de rejuvenecimiento facial con láser que tenía agendados para para recibir a ¡HOLA! Argentina en su casa de Recoleta. Allí, acompañando por su mujer María Victoria Vergara (42) y su hija Eugenia (7), el médico dermatólogo hablará de su otra exitosísima actividad: el diseño de alta costura. “Soy médico de profesión y creativo de vocación. Siempre sentí que podía hacer las dos cosas, pero, de a poco, estoy soltando al médico”, cuenta el creador que, en estos últimos años, logró que su nombre se instalara entre los couturiers de la Argentina. Sus diseños –elegantes, llenos de color y feminidad– son la debilidad de primeras damas, como Fabiola Yáñez y Juliana Awada, y también de actrices como Julieta Ortega, Flor de la V, Delfina Chaves y Guillermina Valdés. Del éxito, dice, no se da cuenta. “A veces, pienso que estaba en mi destino. Me esforcé mucho para estar en este lugar. Si la consagración me llegó tarde, puede ser… Pero así se dio mi vida. Ser médico me consolidó como persona y eso me ha permitido plantarme de manera diferente frente al costado más frívolo que puede tener la moda”.
LA BÚSQUEDA ESTÉTICA
Estaba escrito. En alguna de las largas siestas de su infancia, en Dolores, provincia de Buenos Aires, Adrián tuvo la certeza de que, algún día, iba a dedicarse a la moda. “El ojo estético –la búsqueda de la forma, el equilibrio y el color– vino conmigo. Tengo en mi mente cada detalle de los vestidos de las mujeres elegantes que vi, y son recuerdos previos a mis 6 años”, asegura el diseñador, cuya familia desciende del almirante Guillermo Brown. “Empecé tirándole trapos a mi hermana Myriam [su única hermana; es un año y medio más chica que él]. Comprábamos ¡HOLA! Alta Costura, Vogue y revistas de figurines, y teníamos una modista que nos hacía lo que queríamos en tres días. En las fiestas, casamientos y en los bailes de presentación en sociedad que se hacían en Dolores, mi hermana siempre estaba impecable con los diseños que yo le hacía. A veces, le decían que, con mis vestidos, estaba mejor que la novia. Como estuve soltero mucho tiempo, le compraba cosas afuera, todo de firma”, recuerda.
–¿Cómo es que, con tanto potencial fashion, estudiaste medicina?
–En mi casa, había cierta resistencia. Mis padres no entendían que su hijo pudiera hacer moda: lo encontraban poco masculino. Yo entendí que tenía que irme de Dolores con un argumento concreto y la medicina fascinó a mi familia [se dedican al campo y tienen una panadería desde hace tiempo]. A mí, el campo, me aburría.
–¿Te costó estudiar la carrera?
–No, la terminé a los 23 años. Pero los primeros años, fueron angustiantes. Cuando empecé con la especialidad en dermatología, la cosa se alivianó: estaba más vinculado con lo estético. La piel y el vestido tienen cosas en común. Como la piel, el vestido te separa del otro, pone un punto entre lo interno y lo externo. Me gusta tanto la prolijidad de una piel sin manchas como la de los géneros planchados.
–¿Y cómo resolviste esa situación?
–A pesar de haber elegido la medicina, nunca oculté al diseñador. Soy médico de profesión, pero diseñador de vocación. Pero esta definición es producto de un acompañamiento terapéutico largo, que me ayudó a saber quién era yo. Gracias a ese trabajo pude sacarme un montón de prejuicios. Tenía miedo de ser juzgado como mal profesional, que dijeran “si hace moda, imaginate qué clase de médico puede ser”. La terapia me ayudó, también, a no abandonar la medicina. La medicina me ha servido para sostenerme; me dio los recursos para armar una colección y los primeros desfiles.
–¿Y en qué momento apareció Victoria, tu mujer?
–Fue mi secretaria en el consultorio. La había conocido antes, en una reunión en la casa de una amiga. Fue como ver a un ángel. Tenía el pelo tirante, la piel perfecta, anteojos… impecable. Nos pusimos de novios en 2013 y nos casamos al año siguiente. Los que nos conocen dicen que es el cerebro de la empresa que tenemos, y es cierto: el salto comercial lo tuve gracias a Victoria. Ella bromea diciendo que es mi Pierre Berger [el socio de Yves Saint Laurent, con quien el diseñador fundó la marca]. Puso mi moda en marcha, ordenó mis cuentas: soy un poco compulsivo [Se ríe]. En mi ilusión de hacer un vestido divino, yo gastaba más de la cuenta: hacía diseños que no podía vender a nadie.
–¿Hay una clave para trabajar en pareja y no llevarse mal?
–Victoria tiene muy buen carácter. Ella me ayuda con los desfiles y, además, con la atención al público. Somos muy compañeros y muy simbióticos. [Se ríe]. Ella tiene un excelente ojo estético.
–¿Qué otras actividades comparten?
–Somos muy poco sociables. Viajamos mucho; en especial, a lugares donde hay telas. Nos fascina ir a ferias. Revolvemos mucho lo vintage. En ferias de Nueva York, Victoria ha encontrado vestidos de Oscar de la Renta, tapados de Courrèges... En la feria de Las Damas de Caridad (DAC), compró una chaqueta de Chanel. Una mañana, durante la pandemia, encontré un volquete que me llamó la atención. Cuando me acerqué, empecé a ver ropa de Lanvin, Chanel, Yves Saint Laurent, Valentino, un tapado de Marilú Bragance… Todo impecable. Eran de una aristócrata o de una diplomática que había muerto. Fue un festín ese día.
–¿Le das consejos a Victoria a la hora de vestirse?
–Yo la consulto más a ella que ella a mí. Nunca opino sobre lo que se pone. “Estás perfecta”, le digo siempre. Si vamos de shopping y vemos un vestido que le gusta, yo la incito a que se lo compre. “¡Compralo ya!”, le digo. En el último viaje que hicimos, le compramos a Eugenia un vestido Gucci con un estampado divino, una reinterpretación que hizo Alessandro Michele, director creativo de la marca, del estampado que les encargó Grace Kelly. Se lo puso para mi último desfile en el Teatro Colón.
–Eugenia heredó tu ojo…
–Identifica lo bueno. Le gusta que compremos cosas para la casa, ir a lugares lindos... Si le dejás ropa sobre la cama, arma un buen outfit. Eugenia ha sido la gran revolución de mi vida.
–¿A qué mujer de hoy te gustaría vestir?
–A Carolina de Mónaco, una mujer que, para mí, se transformó: el paso del tiempo la hizo aún más atractiva. Otra, Inés de la Fressange. Me gusta vestir a mujeres maduras.
–¿Cómo se vincula la inmadurez a una prenda de vestir?
–Muchas mujeres vienen a probarse ropa acompañadas de catorce amigas. Se prueban todo, le mandan fotos al marido y a otras amigas más. Todos opinan y, al final, no terminan llevándose el vestido, que inicialmente, les gustaba y, además, les quedaba bien. “Lo de afuera” –la cultura, la educación, el refinamiento–, está directamente relacionado con “lo de adentro”. Vestirse también supone autoconocimiento.
–¿Tenés clientas que quieren vestirse con vos porque vieron tu ropa en primeras damas y famosas?
–Y… sí. Eso pasa. Han escuchado de mí y quieren, entonces, que yo les haga algo. Pero no me engancho con cualquier proyecto. Cuando una propuesta me entusiasma, soy capaz de hacer el trabajo gratis. Entonces, a mucha gente digo que no, incluso a gente famosa. Si esa famosa no me cierra, no me cierra. Me entusiasma también ayudar a cambiar el estilo de alguien: en esos casos, Victoria suele hacer el estilismo y yo, los diseños.
–¿Qué no diseñarías nunca?
–Ropa urbana, como joggings o jeans. Tampoco crop tops o calzas. Los tajos, las transparencias y las panzas al aire me generan un poco de tensión. Durante la pandemia, alguien me preguntó si no quería hacer pijamas. ¡No me sale hacer pijamas! La alta costura, muchas veces, no es cómoda. Hay quienes, aun a pesar de que la ocasión lo requiera, no aguantan los vestidos o los tacos altos. Y, a veces, tenés que soportar un poco de incomodidad.
–¿Te genera incertidumbre ser un diseñador de alta costura en la Argentina?
–La medicina me dio un buen pasar. Nunca tuve trabas con lo económico y jamás me endeudé. Venga el gobierno que venga, sé que no voy a pasar penurias en mi vida. Porque soy de rebuscármela. Para vivir bien, no hace falta ser millonario, sino ser trabajador e ingenioso. Durante la pandemia, por ejemplo, remonté más mi consultorio.
–¿Cómo ves tu futuro?
–Me veo virando hacia lo escenográfico, diseñando vestuario para teatro o para una revista sofisticada. Pero no me voy a jubilar. Me imagino como Oscar de la Renta, trabajando hasta el último día.
Producción: Rodolfo Vera Calderón.
Maquillaje y peinado: Walter Pascalle.
Modelo: Lucía Torassa (Lo Management).
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