También es entrenadora de caballos y fue la primera en armar su propia organización. En la intimidad de su casa de campo en Cañuelas y rodeada por su familia, recuerda sus difíciles inicios
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En tiempos en que el polo era sólo cosa de hombres, Marianela Castagnola (45) irrumpió en ese mundo que por años le fue hostil a fuerza de garra, talento y muchísimo trabajo. Con esa pasión por los caballos que la atraviesa y la pinta de cuerpo entero, rompió estructuras, se convirtió en la primera mujer en tener su propia organización polera y la primera en ganar la Copa República (en 1997, junto a Adolfo Cambiaso y su primo, Lolo Castagnola). También recorrió el mundo, vivió dieciséis años en Inglaterra (además de jugar, daba clases y entre sus alumnos estaban, por ejemplo, los hijos de Elle Macpherson o Pablo y Marie-Chantal de Grecia) y hoy, con ocho goles de handicap, trabaja para la princesa Azema Ni’matul de Brunéi, además de ser manager del equipo olímpico del sultanato.
Con la serenidad de haber conseguido lo que se propuso y rodeada por su marido, el también polista Lucas Fernández, y sus hijos, Mateo (13) y Lucas (10), recibe a ¡HOLA! Argentina en su casa de Cañuelas y cuenta cómo fue ese camino. “Vengo de una familia machista, dedicarme al polo era algo impensable en casa, por eso me fui a los 18. Desde chica era fanática de los caballos y a los 11 años, por mi primo Lolo, empecé a taquear. Jugaba con mi prima Tamara, con amigas, quería hacerlo en serio. Observaba cómo tenía que agarrar el taco, cómo pegarle a la bocha. Un día, Adolfito me preguntó qué quería hacer de mi vida y le dije que jugar al polo. Él es la persona que más hizo y hace por este deporte, un ser único. Pero en ese momento, con razón, me respondió que no iba a llegar a nada porque había un solo torneo amistoso para mujeres por año”, cuenta Marianela. Y sigue: “Muchas cosas cambiaron, pero todavía falta. Por eso yo trabajo y decido por mí, no le rindo cuentas a nadie. Me acuerdo que me anotaba en una práctica y a último momento venía un hombre y yo quedaba afuera. Todo me costó mucho, incluso tuve depresión porque mi autoestima era bajísima. Trabajaba para demostrar, para que alguien me considerara buena, pero nunca era suficiente. Tuve que hacer terapia”.
–¿Cuál fue tu primer trabajo?
–Me fui a Palm Beach como petisera con Adolfito, feliz con la oportunidad. Ahí conocí a mi primera patrona, Martie Duncan, que había comprado en una subasta benéfica una clase de polo con él y yo le ensillé el caballo. Me propuso jugar juntas en Chicago, después recorrimos Estados Unidos con el polo y me consiguió mi primer contacto en Inglaterra.
–¿Cómo fue esa experiencia?
–Durísima, pero con los golpes te hacés fuerte. Tenía 20 años, estaba sola, era muy confiada, muy laburante y a la hora de pagarme se aprovechaban y no me pagaban. Ahí me di cuenta de que tenía que tomar el control de todo. Quedé casi en la calle, pero por suerte había llevado tres caballos que había criado y hecho de polo, así fui armando mi propia organización. También empecé a dar clases, compraba caballos y los preparaba. Nadie me regaló nada, me hice de abajo, y eso es una suerte. Hoy manejo las caballerizas, a los petiseros, monto, juego... Por eso me llevaron de manager del equipo olímpico de Brunéi. Con ellos estoy desde hace cinco años. En Inglaterra, además, conocí a Lucas y nos quedamos dieciséis años. Mis hijos nacieron allá. Estábamos ocho meses, aunque la temporada es más corta, entonces jugaba hasta polo de arena, ¡lo que viniera! Después me invitaron a Dubái a jugar con Sheika Maitha Al Maktoum, y más tarde conocí a la princesa Azemah Bolkiah de Brunéi.
–¿Cómo fue el encuentro?
–Una Navidad viajó a Inglaterra y me llamó para juntarnos. Así arrancamos. Ella siempre tiene que estar acompañada por una mujer. Al principio era darle el pie para montar y alcanzarle el taco, pero después fui sumando actividades porque, tal como planteé de entrada, este es mi hábitat natural, es mi trabajo, tengo que estar ocupada.
–¿Cómo congenian dos culturas tan diferentes?
–Ellos son muy respetuosos de las diferentes culturas, no te exigen. Y yo soy muy profesional, así que observo para hacer lo correcto. La falta de profesionalismo del polo femenino es algo que me costó siempre. Por suerte yo tuve la escuela de Adolfito, que es superprofesional. Él siempre decía que las cosas hay que hacerlas al ciento por ciento. Por otra parte, como soy disléxica, soy creativa y eso ayuda.
–¿Cómo es la princesa e Brunéi?
–Es extraordinaria, me siento muy afortunada. A ella le encanta ser parte del equipo y sumar, como nos pasa a todas. Pero al principio el coach no le hablaba. Nos divertimos mucho, aman a mis hijos, a mi familia, para mí eso es fundamental. De todos los lugares en los que estuve, Asia es lo que más me gusta, la gente es muy cálida, hicimos muchos amigos.
–Este año se casó con el príncipe Pengiran Muda Bahar y fueron varios días de eventos increíbles…
–Sí, fue un gran evento, fue muy lindo acompañarlos.
–¿Había un dress code a seguir?
–Sí, hubo un cambio negro y otro blanco. Los vestidos debían ser largos y no se podía mostrar ni rodillas ni hombros. Una de las ceremonias fue un banquete para seis mil personas. Y, sin embargo, ella es muy sencilla, considera a quienes trabajamos con ella, agradece y nos hace sentir cómodos. Un día le agradecí todo lo que había hecho por mí, pero dije que, al elegir ser mamá, quería estar con mi familia y no perderme de nada por estar lejos, así que iba a tener que dar un paso al costado. Entonces lo sumaron a Lucas y trabajamos juntos. Nos complementamos muy bien.
–¿Cómo conociste a Lucas?
–Él era cero polo, trabajaba en un campo en el sur, buscaba la hacienda en la montaña. Hasta que el padrino le insistió para que se fuera a trabajar a Inglaterra. Ahí nos cruzamos, nos hicimos superamigos, a los cuatro años empezamos a salir y nunca más nos separamos. Estamos juntos las veinticuatro horas desde hace dieciocho años. Salimos a galopar temprano, vamos a los remates, trabajamos juntos y nos gusta estar en casa porque viajamos mucho. Desde que nacieron los chicos somos los cuatro de acá para allá. Es un padrazo.
–¿Cómo hacés con los colegios?
–El mayor estudia en el Royal Hollow, que tienen un sistema para cursar a distancia en el que se pueden elegir las materias. Y el más chico tiene una tutora y hace presencial cuando estamos acá. Soy muy práctica y ordenada, con organización todo se puede.
–¿Tus chicos también juegan al polo?
–Sí. Con el mayor ya jugamos una copa seis goles, él entrena con nosotros cuatro veces a la semana. Me hace muy bien entrenar para estar segura arriba del caballo. Me cuesta cuidarme en la comida, me encanta cocinar y todo se hace en casa, cuando viajo me traigo especias, pruebo, me encanta.
–También estás muy dedicada a Indio Bravo, una academia de fútbol con fines sociales. ¿Cómo surgió?
–Los chicos se relacionan mundialmente con una pelota de fútbol, es algo que une. El polo está creciendo, así que tenemos que tener un compromiso social, que nos conozcan como realmente somos. Hicimos una escuelita profesional, con profes de primera, donde surgen chiquitos talentosos pero les falta comida, por ejemplo, entonces ahí aparece un abanico de cosas para hacer. Hoy tenemos 248 chicos inscriptos, les estoy armando un aula, quiero que aprendan inglés, que vuelvan al cole los que dejaron. Hace poco hicimos un partido a beneficio y con lo recaudado vamos a hacer un gabinete psicopedagógico.
–¿Cuántas veces van los chicos a la academia?
–Tres veces a la semana. Los preparamos para que puedan cumplir su sueño, corregimos la parte alimentaria con nutricionistas, acompañamos a las familias y les damos los equipos de fútbol. Siempre les digo que no dejen de soñar y que trabajen mucho para conseguir sus sueños.
Maquillaje y peinado: Joaquina Espínola
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