En una charla imperdible, la humorista habla de su personalidad culposa, el dilema de la maternidad, su novio al que conoció en una app de citas y los recuerdos junto a su padre, Jorge Guinzburg
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Su recibimiento es tan cálido como su casa: un PH reciclado que ella misma decoró. “Vivo acá desde hace más de diez años, pero ya estaba que se caía a pedazos y en 2019 decidí hacer arreglos y con el famoso ‘ya que estamos’ me metí en una obra gigante que se frenó durante meses por el aislamiento. En el ínterin me mudé cuatro veces, hasta que pude volver a casa”, cuenta Malena Guinzburg (44), orgullosa con el resultado de la remodelación. “Disfruto mi casa de punta a punta, aunque la cocina es el ambiente que más uso y se intensificó con mi participación en MasterChef”, revela la humorista, que además de lucirse en el reality de cocina agota funciones en el teatro con Las chicas de la culpa (los viernes en el Metropolitan Sura). “Es como una previa con amigas, con un tema disparador y mucha improvisación, medio zarpado porque hablamos sin filtros de sexo y temas íntimos. Hacemos juegos y la gente se copa, no sólo las mujeres, sino también los hombres”, cuenta con entusiasmo, y se dispone a la charla con ¡HOLA! Argentina en la comodidad de su casa, donde vive junto a su gata Chavela (que en marzo cumple 19 años) y convive de a ratos con Adrián, a quien conoció hace siete meses. “Cuando no tiene que estar con sus hijas (tiene gemelas de 12 años)”, revela.
–¿Sos culposa?
–A veces creo que dejé de serlo y me doy cuenta de que no. Me da culpa rechazar una oferta de laburo o sentir que no cumplí lo suficiente… Soy judía, soy culposa.
–¿Te fue difícil hacerte un lugar como humorista en un ambiente donde predominaban los hombres?
–Todavía se piensa que un show hecho por mujeres es sólo para mujeres, pero no pasa lo mismo con un show protagonizado por hombres. Aún tenemos que demostrar un poco más.
–¿Mantenés el humor cuando se apaga la cámara?
–¡No soy como Gasalla! [Se ríe]. Por supuesto que tengo mis días como todo el mundo, pero el humor forma parte de mi vida. A veces estoy pasando por un momento tenso y me sirve pensar que puede llegar a ser un relato divertido después, entonces lo tenso se transforma. El humor me alivia y me sirve para hacer catarsis. Es sanador reírse de uno mismo. De ahí surgió Correo no deseado, el podcast de Spotify que hago con Connie Ballarini, en el que leemos viejas cartas de amor. Aunque todo comenzó con las lecturas de mi diario íntimo de los 15 años, que lo encontré y me resultó tan patéticamente divertido que tenía que compartirlo.
–El 12 de marzo se cumplieron catorce años de la muerte de tu papá. ¿Qué recuerdos tenés junto a él?
–Por suerte tengo muchos recuerdos familiares y de trabajo. También pienso en los viajes que compartimos. Pero lo que más extraño tiene que ver con lo cotidiano. Y lo que más lamento es que papá no haya podido ver mi crecimiento laboral. Para mí era una deuda pendiente. En la época en la que mi viejo murió yo estaba muy conflictuada con el laburo: era productora, pero me estaba volviendo una resentida porque lo que realmente deseaba era estar al aire en la radio o frente a una cámara de tele. Siento que si hoy él viera mi presente estaría muy orgulloso.
–Hace unos días, le dedicaste un mensaje por su cumpleaños en el que destacabas “que no se pierda el humor”.
–Compartíamos mucho el humor. En MasterChef una vez hice un chiste con algo como “este plato era el último de - seo de papá” y me salieron a matar diciendo que usaba a mi viejo. ¡Claramente el deseo de papá no era que hiciera una berenjena al horno! Pero bueno, no todo el mundo maneja el humor.
–¿Aplicás los nuevos conocimientos del programa en tu cocina?
–Siempre cociné, pero nunca platos sofisticados. Además, siempre fui de las que viven a dieta y no dieta. Algunos tips los sumé, aunque hay cosas que no me interesan, como ensuciar la cocina de harina para hacer unas pastas caseras o freír. Pero con mi novio nos copamos y nos gusta el plan de cocinar algo nuevo y probar.
–¿Cómo comenzó la historia de amor con Adrián?
–En una red de citas. Tenía todos los prejuicios que le puede tener cualquiera, multiplicado por mil por ser conocida. Tener que poner mi nombre y aunque no lo pusiera, que se viera mi cara y que me reconocieran. Me daba mucha vergüenza, pero con la pandemia no tuve mucha opción… Logré vencer mis prejuicios, le di una chance a la app de citas y gracias a eso conocí a mi novio. Reconozco que el chat es un buen filtro. Con él hubo poco boludeo. Empezamos a chatear un viernes, el domingo nos vimos y ya pasó a ser algo real.
–Contaste alguna vez que sufriste mucho por ser enamoradiza.
–¡Muchísimo! Tuve muchos amores no correspondidos, me dejaron y a algunos tipos los lloré mucho más tiempo del que salimos. Pero todo sirve de experiencia. Descubrí que el amor no es sufrir y que puede ser relajado sin ser un embole. Estoy muy enamorada. Espero estar toda la vida con Adrián. Hacía mucho que no me pasaba.
–¿Cómo te describirías como novia?
–Soy de las que podrían caer con el estafador de Tinder. No por salir con un tipo de guita, sino porque me gusta compartir y si me lo pedís, te doy lo que sea.
–¿La maternidad forma parte de tus planes?
–Nunca tuve el deseo clarísimo de ser madre, aunque temo sentir que me perdí de algo demasiado maravilloso. Eso es lo que me genera más tristeza porque no hay una persona que no te diga que sus hijos son lo mejor que les pasó en la vida. También soy de una generación en la que si no sos madre, te faltó algo. Entonces, ¿cuánto es deseo propio y cuánto cultural? Lo que siempre tuve en claro era que no quería ser una madre sola. Y no congelé óvulos... Igualmente, no es un tema que tenga tan presente.
–¿Qué te hace feliz?
–Estar con Adrián y compartir la vida juntos, mi laburo y los tiempos que me tomo para mí. Últimamente me copé con la astrofotografía y le saco fotos a la luna. El cielo siempre fue algo que me hipnotizó. También estoy tomando clases de pintura. Hubo un momento en el que fui tan culposa que todo lo que hacía tenía que ser productivo para mi trabajo y con el tiempo aprendí a darme mis gustos. ¡Y me encanta!
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