A punto de cumplir 70, repasa demás su historia de amor con Ángel “Cacho” Cavanna, su marido desde hace tres años
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Desde hace una semana, el departamento que tiene Silvia Fernández Barrio (69) en el barrio de Belgrano está ocupado por su hijo Justo Benetti (35), su nuera Isabel Tassara y su primera nieta, Elisa (un año y once meses), quienes están recién llegados de Miami –donde viven desde hace seis años–. “El tema de vivir en países diferentes lo tenemos aceitado, pero ahora todo cambió con la llegada de la bebita. De repente el Zoom ya no me alcanza”, cuenta Silvia con una sonrisa. Con la agenda “patas para arriba”, como dice ella, Fernández Barrio organizó sus horarios en la televisión –es panelista en el programa de Fabián Doman, Momento D– y su rutina junto a su marido desde hace tres años, el empresario Ángel “Cacho” Cavanna (74), para aprovechar cada instante de la estadía de Elisa. “Hacía tanto tiempo que quería ser abuela que, cuando los chicos nos dieron la noticia, saqué un pasaje sólo para ir a abrazarlos. No podía más de la emoción… Fue en octubre de 2020 , en plena pandemia. A pesar de que tenía todos los permisos en regla, viajé con mucho susto. Todavía no teníamos las vacunas, así que el miedo era tremendo”, recuerda.
–De todas maneras, lograste vencerlo para ver a tu familia.
–Sí, me mandé con una felicidad gigantesca. Igual, creo que nosotros los periodistas tenemos un angelito especial que nos acompaña en determinadas situaciones... Si una vez llegué a meterme en medio de una selva de Malasia sin nada de comunicación, ¿cómo no iba a intentar al menos ver a mi hijo? Me volví contenta de lo que había hecho. La distancia te enseña a atesorar cada minuto de estos reencuentros.
–¿Qué estás descubriendo con el abuelazgo?
–Elisa es toda ternura, un bombonazo. Ser abuela es como estar en recreo porque me conecto con mi nieta desde un lugar de juego constante. Son momentos de mucha alegría, yo me divierto mucho y estoy para darle todo lo que me pida. [Se ríe]. Te confieso que me inquieta pensar en la posibilidad de que Elisa no me reconozca. Me da miedo que por la distancia y por no tener cotidianidad, se olvide de mí. Entonces cada vez que la veo le canto las mismas canciones: “El payaso plin plin”, “El elefante trompita”… Y hago determinadas cosas como para que le queden guardadas y las identifique conmigo. La primera vez que los chicos me la dejaron, estaban con miedo. [Se ríe]. Para mí fue como volver a andar en bicicleta: le cambié los pañales, la bañé, le di de comer.
–¿El debut como abuela te hizo acordar a cuando tus hijos eran chicos?
–Sí. La llegada de Eli me hizo acordar mucho a cuando nacieron mis hijos (Silvia es madre de Justo y Bruno, frutos de su anterior relación con el cirujano Federico Benetti). De repente te vuelve un poco ese miedito a que no les pase nada. Son esos temores que sentía cuando ellos eran chiquitos y cuando crecieron fueron reemplazados por otros. Pero la sensación de fragilidad, de que no sufran, no se va.
EL AMOR DESPUÉS DEL AMOR
–Antes de casarte con Cacho ya contabas que la idea era no convivir.
–Estoy mitad de la semana en mi departamento de Belgrano y la otra mitad, me voy a su casa de Zona Sur. Está buenísimo y, por otro lado, también me gusta extrañarlo un poco. Y hay una realidad: mi mamá todavía vive sola y tiene 96 años, con lo cual necesito venirme al centro todas las semanas. Así se dio lo nuestro desde el principio. En su casa, él tiene su cuarto y yo el mío, pero dormimos juntos siempre, en una cama camera y todo. Me gusta despertarme con él y si bien somos muy distintos –yo soy más “televisionera” y me acuesto tarde y él se despierta muy temprano–, nos llevamos muy bien. Estamos juntos hace trece años y todavía no puedo creer todo lo que viví con Cacho.
–¿Cómo es el amor a los 69?
–Maravilloso. Yo le sigo dando gracias a la vida por haberme puesto a un ángel –él encima se llama Ángel – en el camino. Y qué bueno que pude verlo, darme cuenta de que estaba ahí. Con Cacho construimos algo muy lindo y eso me hace feliz.
–Él fue el elegido para casarte por primera vez.
–Sí. Me acuerdo que me dijo muy serio: “Mirá Silvita, te voy a decir algo pero quiero que lo pienses bien, es una cosa de mucha responsabilidad” y lo primero que pensé es que me iba a decir algo de un departamento o algo así, y me preguntó: “¿Te querés casar conmigo?”. Te juro que no lo podía creer. Fue maravilloso. Por eso mi casamiento lo disfruté como si tuviese 25 años e hice todo lo que quise hacer: elegí la torta, puse las cintitas con el anillo...
–En diciembre cumplís 70. Si hicieras un repaso de tu vida, ¿volverías a tomar las mismas decisiones?
–Una respuesta rápida que seguro sale del corazón sería que sí, que volvería a vivir la misma vida que tuve. Pero si me pongo a pensar un poco, sé que hay algunas cosas que no volvería a hacer, no lastimaría a determinadas personas que quiero y seguramente les hubiera dado más tiempo a los que más quiero. El otro día escuché una frase que la volví mía: “Siempre les quitamos tiempo a las personas que más amamos”. El amor a tu madre, a tu hijo no es un amor que te tenés que ganar, sino que ya lo das por sentado y por eso, a veces, es lo que más descuidás. Por ejemplo, nunca comí con mis hijos porque hacía el noticiero. Entonces sí, hay algunas cosas que cambiaría. Agradezco todos los santos días, la vida que he tenido y tengo.
–¿Tenés alguna cuenta pendiente?
–Soy madre de dos varones, así que el día de mañana, por ejemplo, me encantaría organizar un viaje de chicas a París con mi nieta.
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