Multifacético y detallista, el reconocido artista se entrega a una charla sincera en la intimidad de su espacio creativo, decorado con objetos de escenografías teatrales
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En su monopatín, mientras se desplaza por Palermo desde su teatro, el Chacarerean, hasta el depósito devenido en loft que usa como espacio creativo –lo decoró él mismo con objetos de escenografías de sus obras más emblemáticas y le sumó un cartel que dice “mi lugar en el mundo”–, Mauricio Dayub (63) se mueve ágil y libre como Pájaro, su personaje en El amateur, una obra que le requiere una energía descomunal y donde, entre otras cosas, pedalea en escena más de quince minutos mientras conmueve con sus palabras. Aunque anoche tuvo función, esta mañana se levantó temprano y planchó cada uno de los cambios que eligió para la producción de ¡HOLA! Argentina. Hoy le toca subir a escena con El equilibrista, y seguramente en la semana pase por El Nacional para presenciar la función de Inmaduros, donde dirige a Adrián Suar y a Diego Peretti.
Esa energía arrolladora para el trabajo se vuelve pura calma al momento de la charla. El actor, director, dramaturgo y productor deshilvana sin prisa recuerdos de su infancia en Paraná, su llegada a Buenos Aires, el primer encuentro con Paula Siero (su pareja desde hace veintidós años) y hasta la fórmula para tener semejante estado físico.
–Reestrenaste El amateur, una obra que hacías con veinticinco años menos. ¿Cómo te animaste?
–Primero necesitábamos chequear con Gustavo [Luppi, coprotagonista] si podíamos recorrer la obra de punta a punta físicamente. La alegría del primer ensayo no fue tanto artística, sino física. ¡Podíamos hacerla!
–¿Qué entrenamiento te exige?
–Mucha elongación y una rutina con los mismos minutos aeróbicos que tengo en la obra. También masajes para preparar los músculos y a veces voy a nadar. No es algo sistémico, depende de cómo siento mi cuerpo o si dormí bien. Y como muy sano. No olvides que alterno con las funciones de El equilibrista y las giras. Siempre hice obras con mucha exigencia física, quería escribir con el cuerpo las escenas, no limitarme a ponerme las manos en el bolsillo. Por ejemplo, en El batacazo, que transcurría en un parque de diversiones, había que saltar en una rebotadora, en ¡Adentro! aprendimos con el Puma Goity a zapatear. A mí me gusta mucho la vida, así que arranco con ganas cada mañana.
–No debe ser fácil seguirte el ritmo. ¿Cómo te acompaña tu familia?
–Tuve la suerte de encontrarme con Paula, que es la que timonea el barco. A veces, por cuidar el trabajo, me puedo olvidar de algunas cosas familiares. Ahora, por ejemplo, venimos de compartir cuarenta y cinco días de vacaciones y un trabajo muy lindo en Punta del Este, que es una plaza laboral que sumé. Estuvimos los tres (son padres de Rafael, de 10 años) y pasábamos todo el día juntos porque la función era a las 22. Y cuando salgo de gira, si es a algún lugar cercano, me acompañan. Rafa va a la escuela y no puede faltar tanto a clase.
–¿Cómo se conocieron con Paula?
–Grabando un programa de televisión. Nos saludamos una vez y pasaron muchos años de ese encuentro casual hasta que trabajó como invitada en un programa en el que yo estaba. Un día contó que estaba aprendiendo a bailar tango en el mismo lugar donde yo había tomado clases. Fui a la hora en que ella solía ir, sin pensar que iba a aparecer. Pero apareció. Fue ese encuentro y para siempre. [Se le ilumina la cara]. Al otro día, mientras grabábamos, le pregunté cómo la había pasado. Tengo terrible miedo al rechazo. De hecho, en el teatro, nunca le ofrecí a un actor una obra hasta no enterarme de que quiere trabajar conmigo. Pero tomé coraje, le consulté si nos podíamos volver a encontrar y salimos ese mismo día.
–Y se casaron recién el año pasado, ¿no?
–Sí. Fue natural, decidimos cristalizar algo que lo merecía, somos una familia. Y fue a tono con nuestro perfil: sin fiesta, sin invitados, sólo nosotros, nuestro hijo, su mejor amiga de la infancia y mi mejor amigo.
–La paternidad te llegó a los 53. ¿Fue una decisión?
–Cuando era joven elegí no ser padre. Veía a mis compañeros que corrían todo el tiempo, vivían donde podían… Yo buscaba algo como lo de mis padres, que me tuvieron de grandes. Un día me llamó mi papá y me dijo: “Estoy leyendo las entrevistas que estás dando y quiero decirte que sos más grande que yo cuando te tuve”. Eso me hizo tomar un poco de conciencia. Con los años me di cuenta de que aunque creía que no me faltaba nada, cuando nació Rafa entendí que me faltaba lo principal. Ahí cambió mi vida. Llegó en el mejor momento.
–¿Qué cosas comparten?
–Él tiene su monopatín y salimos juntos. También jugamos a la pelota, a las figuritas y a muchos juegos de mi infancia. Por ejemplo, el almacenero de mi casa de Paraná, Agustín Pérez, le mandó las ultimas bolitas que tenía de cuando se usaban, y pasamos horas en un baldío. Por otra parte, en casa cocino seguido, invento con lo que hay. Mi hijo antes de dormir pide “un postrecito de esos que prepara papá”. Son cosas simples, el tema es la presentación. Por ejemplo, si quiere una naranja, la corto, le hago unos ojos y la convierto en un animalito. Pequeños guiños que compartimos.
–Recién hablabas de Paraná. ¿A qué edad te fuiste?
–A los 19. Primero fui a Santa Fe a estudiar Ciencias Económicas, pero no me gustaba ninguna carrera, soñaba con ser artista, pero no tenía posibilidades. Un día se lo comenté a mamá y, aunque le dio un ataque de risa, empecé como oyente en la Escuela de Artes Escénicos porque era menor de edad. Una vez en Santa Fe, entré en un grupo de teatro independiente. Me iba muy bien ahí y muy mal en la facultad, y decidí hablar con mis viejos. Fue complicado porque rompía una tradición de hijos profesionales, pero papá me propuso que si lo del teatro lo hacía bien me iba a ayudar. Entonces me vine. La ayuda que me daba me alcanzaba para diez días de pensión. El resto, me las arreglaba como podía, haciendo de todo, feliz de la vida.
–Tenés un perfil bajísimo. ¿Fue difícil mantenerlo?
–No, así soy yo. Cuando empecé había cosas que convenían, como vivir en Barrio Norte, ser amigo de alguien, veranear en tal lugar, todo eso generaba relaciones y yo miraba de lejos, era como un chacarero. Además, no hablaba inglés, no era bonito, vivía en una pensión… Reafirmé esos valores porque eran con los que yo quería que me reconocieran.
DE LIBROS Y SECRETOS
–En pandemia escribiste tu primer libro de cuentos, Alguien como vos. ¿Cómo se gestó?
–Tenía unas carpetas guardadas donde intentaba escribir, pero no tenía tiempo. Lo tuve en pandemia, entonces encontré esos relatos, los ordené, los edité. Son hechos reales, así que tenía fotos, papeles. Primero los puse en redes y me llamaron de la radio para que los contara. Y después me llamaron de la editorial Random para publicarlos.
–Otro hecho real, un secreto familiar que involucra a tu mamá, te inspiró para El equilibrista.
–Sí. [Se le llenan los ojos de lágrimas]. Es una emoción muy grande que mis abuelos humildes sean ejemplo e identificación de tantos espectadores. Mamá supo que yo estaba preparando esta historia, pero no llegó a verla, falleció al mes de estrenar. Tengo grabada en la memoria la primera función después de su partida por el aplauso de la gente, que aplaudía algo más que la obra.
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