La ex modelo cuenta cómo encontró en la dislexia de sus herederos un nuevo camino de realización personal
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Esa docente universitaria que la interceptó en una plaza para contarle que, después de haberla escuchado en una entrevista, cambió la forma de tomar exámenes a alumnos con dificultades en el aprendizaje (DEA) ignoraba que Marina Vollmann (54) había sido una de las modelos publicitarias más buscadas de los 90. Muchas de las familias que fueron al Congreso para exigir la reglamentación de la Ley 27306 no tenían idea de que Marina, que estaba ahí, codo a codo con reconocidos especialistas en educación, era aquella chica desfachatada que le robó un beso en cámara a Luis Miguel cuando era notera de Marcelo Tinelli. Desde que se alejó de la tele –y, en especial, cuando se convirtió en madre–, su vida empezó a pasar por otro lado: asesora a padres y a instituciones de todo el país sobre la dislexia, problemática que tienen sus hijos, Simón (20) y Teo (15). También ella. “Cada vez que Luis Miguel viene a la Argentina, reaparece el video del beso. Tenía ganas de ir a verlo ahora que volvió a la Argentina, pero nadie me invitó. [Se ríe]. Ya no me convocan para hablar de él, sino de dislexia”, reconoce a ¡HOLA! Argentina Marina, quien este año publicó Yo, disléxica, un libro en el que cuenta, en primera persona, cómo es vivir con una dificultad invisible y brinda herramientas sencillas para los padres de chicos con DEA.
–¡Estabas en un gran momento y desapareciste!
–Sí. Me fue muy bien como modelo: trabajé en una época linda, con Araceli González, Roxana Harris, Florencia Florio, todas minas divinas. Formé parte del staff de Ricardo Piñeiro y también de Pancho Dotto, dos señores; trabajé con grandes diseñadores, viajé, hice publicidades afuera. Muchos minimizan el modelaje; yo, en cambio, le debo muchísimo: mi padre había muerto en ese momento y ser modelo me permitió independizarme económicamente. Después vino la tele. Trabajé con Marcelo Tinelli, a quien quiero un montón. Él me dio una gran plataforma.
–Algunas de las colegas que nombrás siguen, de alguna manera, vinculadas a los medios. ¿A vos no te da nostalgia?
–No me costó alejarme ni extrañé nada después. Siempre sentí que hay cosas que se hacen a determinada edad. Ser notera en Videomatch fue lo máximo de lo máximo; todos me respetaban. Después de trabajar con Marcelo, produje obras de teatro durante cinco años; en algunas, también actué. También hice radio. Pero, después, no quise más exposición. Hoy, no querría ser notera. Si estuviera en la tele, ¿qué haría?
–Y, como referente de las personas con DEA, terminaste teniendo exposición desde otro lugar.
–¡Al principio, no sabés lo que me costó! “Pero si vos laburaste en tele”, me decían. Y sí… pero me daba vergüenza. Siempre había querido ayudar, pero no sabía cómo. Fue mi hijo Simón quien fue llevándome hacia el camino de la educación. Cuando era chiquito, él no podía prestar atención: se tiraba al suelo, le costaba concentrarse… Yo no sabía qué hacer, estaba asustada y lo saqué del colegio. Viendo el documental The Gifts of Dislexia me di cuenta de lo que tenía. Me contacté con Dislexia y Familia (Disfam Argentina), una fundación que trabaja para visibilizar esta condición que afecta al 10 por ciento de la población mundial. Fui aprendiendo. Y, entonces, otras madres empezaron a consultarme a mí. Hoy, además de acompañar a Disfam y de participar en otras asociaciones, estoy involucrada en temas de bullying. A través de @vinculosinbullying trabajo con varias ONG de todo el país.
–Estar tan absorbida por esta actividad, ¿generó roces en la familia, con tu marido?
–¡Pero no! Daniel [Rodríguez, padre de Teo, su segundo hijo; Simón es fruto de su relación con Javier Martínez, hijo del escritor Tomás Eloy Martínez] me ha acompañado en todo el proceso que he hecho: primero, cuando estaba preocupada por sacar adelante a Simón, “dando batalla” en las escuelas en donde me decían que no podían integrarlo, peleándome con las obras sociales, yendo a psicopedagogas, fonoaudiólogas, terapistas ocupacionales…
–¿Él viene del mundo de la educación?
–No: es empresario y tiene perfil muy bajo. Lo conocí a través de una amiga, quien me lo presentó cuando yo no quería conocer a nadie. [Se ríe]. Empezamos a salir y ¡llevamos ya diecinueve años juntos! Es mi gran compañero y siempre me ha dado su mirada sensata –a veces, las mujeres somos más trágicas… – y también ha puesto el hombro con nuestro hijo Teo, que también tiene dislexia. Daniel estaba conmigo cuando me confirmaron que yo también era disléxica [Marina tenía, entonces, 40 años]: es un trastorno hereditario; y, ya sea de grande o de chico, tener el diagnóstico es fundamental. Él respeta muchísimo lo que hago.
–¿Y tus hijos?
–Al igual que mi marido, mis dos hijos son mis fans número uno. Ellos me alientan: “Hablá, contá: tu experiencia ayuda”. Ven que mi opinión es tenida en cuenta a pesar de que no soy psicopedagoga, asistente social, abogada o maestra. Es importante saber que hay una ley que ampara el proceso de aprendizaje de los chicos con DEA dentro del ámbito escolar. Los padres también tenemos que involucrarnos para que, también, nuestros hijos sean felices en el ámbito educativo: un buen clima escolar debería ser tan importante como aprender matemática, biología o historia. A mí, el colegio me costaba. Mi mamá me veía triste, pero no sabía qué hacer. Yo no llegaba a copiar lo que dictaban las maestras y estaba todo el tiempo queriéndome copiar de mis compañeras. Me dejaban de lado y eso impactaba emocionalmente. Cuando hace poco conté que me llamaban “burra” en la escuela no me dio vergüenza: ¡me saqué un peso de encima! Uff: eso era por la dislexia. “Dale, volvé a ser famosa”, me dicen Simón y Teo. Ellos están orgullosos de mi trabajo, del libro, de la carrera que tuve en la tele… y también cuando viene Luis Miguel y reaparecen los videos. [Se ríe].
–¡Y eso que dicen que los adolescentes –y, en especial, los varones– no son expresivos!...
–Me encanta ser madre de varones. Soy de ascendencia alemana, muy de la actividad física, muy “mamá polla”: de jugar a la pelota con ellos o subir a una montaña para que aprendieran a esquiar... Los adolescentes tienen mala prensa. Pero, para mí, la adolescencia es una gran oportunidad para los padres: podemos fortalecerlos y acompañarlos en el salto que van a dar después del secundario. Teo tiene 15 años y todavía le falta para terminar; y Simón tiene 20 y está haciendo de a poco una carrera en una universidad que lo ayuda. Aunque están más grandes, sigo pendiente de ellos. Nunca fui muy Susanita, pero mis hijos me dieron la razón de mi vida. Fueron y son mis maestros. Gracias a ellos encontré mi pasión a esta edad.
–Eso significa que no hay edad para encontrar una nueva pasión.
–Yo estoy muy contenta con mi edad. Creo que, en la vida, nos ponemos más interesantes con los años y, mucho más, si hacemos lo que nos gusta. Cuando miro para atrás, veo que hice siempre lo que quise: fui modelo; trabajé en televisión, en radio y en teatro; me enamoré y tuve hijos maravillosos… Estoy realizada en muchos aspectos. Y nunca imaginé que la educación se convertiría en mi pasión: la descubrí ayudando a mis hijos y a otras personas, antes incluso de que me confirmaran que yo era disléxica también. A esta edad, tengo esta actividad que me permite aportar mi granito de arena. Siento que tengo un futuro por delante; no sé adónde me llevará, pero es un camino del que estoy orgullosa. Hoy, si tengo que salir en tele, sé que tengo un buen motivo.
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