Erudita, excéntrica y dueña de un agudo sentido del humor, la traductora de ascendencia japonesa había consagrado sus días a cuidar el legado del escritor
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Con el mismo control con el que cuidó la obra y el legado de Jorge Luis Borges, María Kodama dispuso su última voluntad: no quería ser velada. Y así, obedeciendo su deseo, familiares y amigos –alrededor de cincuenta personas– la despidieron en el cementerio privado Parque Memorial de Pilar el lunes 27, a las once de la mañana, en una ceremonia en la que estuvieron, entre otros, el ministro de Cultura de la Nación, Tristán Bauer, y la ex diputada Elisa Carrió. Tras un breve responso en la capilla del cementerio –en la que un diácono leyó la primera carta del apóstol San Pablo–, Alejandra Sartore tocó en el corno inglés dos piezas de Bach. Después, cuando el cortejo llegó a la parcela del sector I, la misma artista tomó su guitarra y fue fusionando suaves melodías con canciones del folclore argentino, para acompañar a quienes, como Tristán Bauer, fueron los encargados de poner en palabras el cariño y la tristeza de los presentes. “Gracias por todo, María. Tomar un café, caminar, todo era una maravilla… Te agradezco por cuidar la memoria de Borges. Por tus libros. Por tu último libro, que tanto nos marca y nos hace reflexionar. Sabés lo que te quise, lo mucho que te quiero y lo que seguiremos trabajando por tu honor. Gracias de corazón por todo lo que nos diste”, dijo emocionado. Laura Bertone, escritora y amiga de María Kodama, también quiso dejar testimonio de su dolor. “El respeto y el amor nos invade a todos los que estamos acá. Gracias porque ahora estás llegando para encontrarte con Borges”, expresó. Al final, y antes del último adiós, Alejandra Sartore hizo sonar en su oboe los acordes de “La misión”, el legendario tema de Ennio Morricone, y uno de los favoritos de Kodama. Sólo falta saber si ella dejó establecido algún detalle concreto sobre su tumba y si la viuda de Borges descansará, como el escritor, bajo una lápida con inscripciones en anglosajón antiguo y noruego, las dos lenguas que ambos veneraban.
LA VIDA DE LA FIEL CUSTODIA DE LA OBRA DE BORGES
María Kodama, viuda y albacea de Jorge Luis Borges, murió el domingo 26, a los 86 años. Tenía la misma edad que el autor de “Ficciones” cuando partió en Ginebra, Suiza, el 14 de junio de 1986. Una simetría del destino que les hubiera gustado a ambos. Traductora y profesora de Filosofía y Letras, padecía un cáncer de mama que se agravó en el último tiempo y la obligó a estar recluida en su casa. “Ahora entrarás al ‘gran mar’ con tu querido Borges. Que en paz descanses, María”, escribió en su cuenta de Twitter su abogado, Fernando Soto, el encargado de confirmar la noticia de su muerte. Hija del químico japonés Yosaburo Kodama y de la argentina María Antonia Schweizer, había nacido en Buenos Aires, el 10 de marzo de 1937. Hermética, perspicaz y algo tímida, por coquetería solía quitarse años y, pese a que era porteña, se sentía japonesa. “Uno no es del lugar donde nació, sino del lugar donde fue educado. Y mi padre, que nació, se crio y educó en Japón, puso todas esas reglas en mi cabeza. Por lo tanto, por educación, soy japonesa”, aseguraba.
ENAMORADOS DE LA LITERATURA
A los 5 años estudió inglés con una profesora particular y aprendió unos versos que le impactaron, sin saber quién era su autor ni, mucho menos, cómo marcarían su vida. Se trataba de “Two English Poems”, los únicos poemas que Borges escribió en la lengua de Shakespeare. Cuando era adolescente y ya tenía claro que quería estudiar Filosofía y Letras –según ella misma contó–, un amigo de su padre la llevó a escuchar una conferencia del célebre escritor argentino y, tiempo después, volvieron a encontrarse de forma curiosa: “Un día, iba caminando por Florida a comprar unos libros para el colegio y casi lo tiro al suelo. Le dije: ‘Perdóneme, casi lo tiro’, y le conté que lo había escuchado una vez cuando era chica. ‘Claro, usted es grande ahora, ¿en qué trabaja?’, me preguntó. ‘Estoy en cuarto del bachillerato’, le dije, y agregué que iba a estudiar literatura porque me gustaba leer, pero sobre todo quería leer griego y latín. Entonces, me invitó a estudiar con él inglés antiguo. ‘¿Shakespeare?’, pregunté. ‘No, mucho más antiguo, siglos VI y VII. Le pregunté si no quería que estudiáramos juntos’. Y ahí empezamos a estudiar juntos, en la confitería Richmond”. El célebre escritor le llevaba treinta y ocho años. Poco más tarde, y paralelamente a sus estudios con Borges, María Kodama ingresó a la Universidad de Buenos Aires: se especializó en literatura anglosajona e islandesa, de la que hizo varias traducciones al español.
HASTA QUE LA MUERTE LOS SEPARE
Aquel encuentro casual en la calle marcó el comienzo de un vínculo estrecho (durante años se vieron casi a diario sin ser pareja) y creativo (Kodama colaboró con Borges en algunas obras y traducciones, como Breve antología anglosajona y el libro de viajes Atlas), que duró hasta la muerte del escritor. Sin embargo, pasó bastante tiempo hasta que se animaron a mostrarse en público, seguramente influidos porque, al principio, los padres de María no aprobaban la relación: “Mi madre me decía que Borges podía ser mi abuelo y tenía razón”, contó ella en una entrevista de 2021. Hacia 1975 hicieron su primer viaje juntos –en esa ocasión visitaron Estados Unidos–, y, a partir de entonces, recorrieron el mundo hasta fines de 1985, cuando él fue diagnosticado con un cáncer hepático y decidieron instalarse en Ginebra. Limitado ferozmente por la ceguera que lo acompañaría el resto de su existencia, para Borges los ojos de María funcionaban como su propia mirada. “Cuando me hablaban de esposas yo sólo conocía las que se les ponían a los presos. Yo no quería casarme para ser una prisionera y menos tener hijos que me iban a absorber toda la vida, no quería generarme una esclavitud, quería ser libre”, confesó Kodama en una entrevista por la aparición de su autobiografía María Kodama. Esclava de la libertad, (escrita junto a Mario Mactas), a propósito de su polémico casamiento con Borges, que tuvo lugar el 26 de abril de 1986, dos meses antes de la muerte del escritor. Se casaron por poder en el consulado argentino en Asunción, Paraguay (en Argentina el divorcio aún no era legal y él estaba casado con Elsa Astete desde 1967). En ese mismo momento Borges la designó su heredera universal. Una vez convertida en la beneficiaria testamentaria de su marido, se ocupó de difundir su obra, cuidó con la ferocidad de un Pit Bull su legado y se aseguró de que se lo interpretara correctamente. Siempre con su pelo lacio en blanco y gris y con esas gafas de sol redondas que eran su marca registrada, Kodama trabajó en nombre del hombre al que se sentía hermanada de manera implacable: viajó a decenas de países donde el autor tenía seguidores para mantener viva su memoria y leyó cada tesis sobre la obra de Borges que llegaba a sus manos. Esa incansable labor de samurái le ganó tanto amigos incondicionales como detractores. “Soy la persona a la que Borges encargó el cuidado de su obra porque sabía que lo haría, costara lo que costara”, solía decir ella para defenderse de las críticas provenientes, sobre todo, de ámbitos académicos e intelectuales. En 1988 –dos años después de la muerte de Borges–, Kodama creó la Fundación Jorge Luis Borges, que condujo hasta el último fin de semana, en la que se exhiben la biblioteca del autor de “Funes, el memorioso”, primeras ediciones de sus libros, algunos manuscritos, sus bastones y otros objetos de valor. Hay que decir también que la relación de María Kodama con la literatura iba más allá de Borges: escribió sus propias obras –Homenaje a Borges, Relatos–, prologó varios libros dedicados a la obra del autor y dirigió las revistas Prisma y Proa. Dueña de un gran sentido del humor y de la ironía, esta mujer erudita y excéntrica, que si no hubiera conocido al escritor argentino más importante de todos los tiempos habría elegido ser maestra, custodió con voluntad férrea la obra y el nombre de Jorge Luis Borges, el hombre al que se sintió hermanada desde que, a los 5 años, leyó esos poemas en su clase de inglés y guardó en su memoria el final del segundo de ellos: “Puedo darte mi soledad, mi oscuridad, el hambre de mi corazón; estoy tratando de sobornarte con incertidumbre, con peligro, con derrota”.
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