Los hermanos, que se conocieron cuando tenían más de 70 años, hablan con ¡HOLA! Argentina juntos por primera vez. El recuerdo de su padre, la dura batalla judicial para llevar su apellido, la relación con la familia Fangio y la herencia del quíntuple campeón del mundo
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Vos…, ¡vos sos un Fangio!
–”Sí, los tres”, contesta Oscar (83) que, sin contener la emoción, mira a sus hermanos menores, Rubén (79) y Juan Carlos (76), que caminan a unos pasos de distancia.
El episodio –más o menos similar– se repite con otros turistas y lugareños que los descubren durante la Fiesta Nacional del Automovilismo en Balcarce, que se celebró del jueves 3 al domingo 6 de febrero. “Es un orgullo continuar con el legado del viejo”, coinciden los hermanos, herederos del legendario piloto que ganó cinco títulos del mundo de Fórmula 1. Cada uno con su historia, y de madres distintas, se enteraron de que eran hermanos cuando ya tenían más de 70 años, después de someterse a pruebas de ADN en el juicio de filiación en el que fueron identificados formalmente como hijos de Juan Manuel Fangio, que murió el 17 de julio de 1995 (a los 84 años), soltero y sin haberlos reconocido.
En una producción histórica, reciben a ¡HOLA! Argentina en la ciudad que los vio nacer, revelan sus emotivas historias, el arduo camino hacia el reconocimiento, lo que los une, las amistades y las diferencias con el resto de la familia Fangio, la verdad sobre la supuesta herencia de 50 millones de dólares y el lado más desconocido del ídolo argentino.
“DE LOS TRES, FUI EL QUE MÁS ESTUVO CERCA DE PAPÁ”
Oscar, conocido por sus íntimos y en el ambiente automovilístico como “Cacho”, es el primogénito de Fangio, aunque cuando nació fue inscripto con el apellido Espinoza, que era el del primer marido de su madre, Andrea “Beba” Berruet, la mujer que estuvo más tiempo junto al piloto. “En esa época la gente no se divorciaba. Mi mamá empezó a tener una relación extramatrimonial con quien sería mi papá biológico y, cuando decidió irse con él, llegó a un acuerdo con los Espinoza, una familia muy buena que me crio hasta los 12 años. Después me fui a vivir a Mar del Plata con mi abuela materna y mis tías. Tuve una infancia muy repartida”, cuenta Cacho, que veía a sus padres esporádicamente, “durante el verano en Mar del Plata o cuando viajaba a Buenos Aires a visitarlos. Después ellos se iban a Europa y no nos veíamos hasta el año siguiente”, recuerda él que, como don Juan Manuel, es corredor de autos. Está casado con Norma desde hace cincuenta y cinco años –a los que se suman trece años de novios– y es padre de tres hijas (la menor murió de cáncer en 2011, a los 35 años, y fue quien le insistió para que buscara ser reconocido como un Fangio), y abuelo de cinco nietos.
–¿Qué recuerdos tiene de la vida junto a sus padres?
–No los disfruté como padres, los disfrutaba de a ratos. Mi mamá era muy absorbente y siempre lo acompañaba en sus viajes, y yo quedaba al cuidado de mis tías, que eran un pan de Dios… ¡Hasta me calentaban el pijama con una bolsa de agua caliente antes de dormir!
–¿Alguna vez le reclamó a su mamá que estuviera más presente?
–No, porque era de carácter muy fuerte y yo evitaba tener encontronazos. Soy muy pacífico y no me gustan las discusiones.
–¿Cómo era Juan Manuel Fangio como papá?
–No te lo puedo decir, porque no teníamos una relación fluida de padre e hijo. Convivir es una cosa y vivir de a ratos es otra. Cuando convivís conocés los defectos y virtudes de las personas, pero cuando vivís de a ratos todo parece un lindo sueño, aunque no llegás a conocerlos en profundidad.
–¿Qué tipo de relación tenían?
–A veces chocábamos un poco, porque yo le decía las cosas que no me gustaban y él no estaba acostumbrado, tenía muchos aduladores alrededor. Pero, de los hermanos, fui el que más cerca estuvo de él. Lo acompañaba a las carreras, me visitaba en el verano, salíamos a tomar helado, a comer afuera con mamá. En un momento me quiso llevar a estudiar a Europa, pero mi madre se opuso.
–¿Fue su mentor deportivo en el automovilismo?
–En realidad, no. Los que me ayudaron fueron mis amigos. Cumplí el sueño de ser un corredor, pero en un momento tuve que elegir entre mi carrera y mi familia, y elegí a mi familia. Si no, me hubiese pasado lo mismo que a mi viejo. Internamente sabía que estaba en mi mejor momento, pero viajaba mucho y cuando volvía una de mis hijas ya hablaba, la otra caminaba… y no me quería perder su crecimiento.
–¿Es cierto que estuvo a punto de reconocerlo como su legítimo heredero, pero se echó para atrás y se pelearon?
–Estuve muchos años disgustado con mi viejo. Cuando fui a correr a Europa con la Fórmula 3, me agregó su apellido en el pasaporte, así que tenía dos apellidos paternos. Le pedí que arregláramos el tema, para que el día que tuviera hijos ellos no enfrentaran el mismo problema, y me respondió que cuando llegaran mis hijos lo íbamos a solucionar. Pero cuando nacieron, mi viejo me dijo que para tener su apellido “tenía que hacer mérito”. Y eso me dolió mucho, porque siempre transité un buen camino. Me enojé y no le hablé por años, hasta que un tiempo antes de que muriera lo fui a visitar para reconciliarnos. Rubén Renato “Toto” Fangio, su hermano menor, me tenía al tanto de su estado de salud.
–¿Cómo fue ese encuentro?
–Nunca lo dije… Lo voy a contar por primera vez. Ese día charlamos mucho, pero no de lo que había pasado, que era algo que yo ya había sanado. Le conté de la familia que había formado, que era el mejor premio de mi vida. Para mí fue muy tranquilizador, y creo que para él también, porque me pidió que lo volviera a ver.
–Hoy, ¿qué le gustaría decirle si pudiera?
–Creo que nada, sólo me gustaría que nos viera a sus tres hijos juntos.
“ESTABA ORGULLOSO DE QUE MI PADRINO ERA EL CAMPEÓN DEL MUNDO, SIN SABER QUE TAMBIÉN ERA MI PADRE”
Rubén es jubilado ferroviario, aunque siempre tuvo más de un trabajo para poder sostener a su familia. “Salía del ferrocarril y me iba a trabajar a una fábrica de casillas rodantes. Los fines de semana era mozo. También tuve una ferretería, fui playero en una estación de servicio, y conserje hotelero”, cuenta el segundo hijo de Fangio, que durante décadas pensó que el ídolo del automovilismo era únicamente su padrino de bautismo. Recién a los 63 años se enteró de la verdad, después de que su madre, Catalina Basili, le confesara que había tenido una relación extramatrimonial con el “Chueco” Fangio. “Siempre voy a tener la intriga de si el hombre que me crio como su hijo, Pedro Vázquez, conocía la historia real”, dice el más parecido a Juan Manuel de los tres hermanos, que vive desde los 8 años en Cañuelas, donde formó una familia junto a Ercilia, con la que lleva cincuenta y cinco años de casado, y tienen tres hijos y siete nietos.
–Lo conoció a Fangio como su padrino de bautismo, ¿qué relación tenía con él?
–Siempre estuve orgulloso de que mi padrino fuera el campeón del mundo, sin saber que también era mi padre. Pero no teníamos relación. Una vez lo fui a ver, ya siendo grande. Fui a pedirle que me diera una mano para entrar a trabajar en Mercedes-Benz… pero nunca me llamaron.
–¿Cuándo empezó a sospechar que era su padre?
–Siempre me señalaban el parecido físico entre los dos, y en el verano del 95, cuando estaba trabajando en un hotel en Pinamar, una mujer se descompensó y llamamos a emergencias. Cuando vino el médico me dijo: “Qué parecido que usted es a Fangio, ¿no se lo han dicho?”, y cuando se enteró de que yo había nacido en Balcarce y que el Chueco era mi padrino lanzó: “El día que se haga un ADN se va a llevar una sorpresa”. Y fue un momento bisagra en mi vida, empecé a hilar finito. Pero pasaron diez años hasta que me animé a preguntarle a mi madre.
–¿Cómo fue esa charla?
–Fue muy dura para los dos. Pero nunca la juzgué… Para mí fue una tranquilidad porque la duda me estaba carcomiendo. Tampoco profundizamos mucho, porque no quería causarle más dolor, pero vivió hasta los 103 años (murió en 2012), así que vivió parte del proceso. Con el tiempo se tranquilizaron las aguas, y hoy sé de dónde vengo.
–¿Qué le hubiese gustado compartir con Juan Manuel?
–Lo mismo que tuve con mi padre de crianza, Vázquez. Me hubiese gustado compartir charlas, mates, y tal vez hubiese sentido ese amor por los fierros que recién ahora estoy conociendo.
–¿Le queda algún rencor o ya logró perdonarlo?
–No sé por qué causa él no pudo disfrutar de sus hijos… Habrá tenido sus motivos. Él tuvo mucha suerte, conoció presidentes, artistas y reyes, y le abrieron las puertas del mundo. Pero le llevo una gran ventaja, que es haber visto crecer a mis hijos.
–¿En qué cambió su vida desde que se convirtió en un Fangio?
–Conocí dos nuevos hermanos, se me sumaron algunos compromisos, pero el resto sigue igual. El hombre importante fue el Chueco, sería tonto de mi parte sentirme algo que no soy.
“SIEMPRE SUPE MI IDENTIDAD, PERO NUNCA SE ME OCURRIÓ RECLAMAR EL RECONOCIMIENTO”
Juan Carlos es el menor de los hijos de Fangio. Su madre, Susana Rodríguez, quedó embarazada del legendario piloto cuando ella tenía 15 y él, 33. Es el único de los hermanos que fue anotado con el apellido de su mamá. “Que tampoco era de mamá, era prestado porque mi abuelita la había adoptado. Nací cuando mi madre tenía 16 años recién cumplidos. Ella se hizo cargo de mí. Trabajaba como mucama en una casa de familia, y con los años estudió y se puso una peluquería con una amiga. Siempre me dijo quién era mi papá, lo supe desde muy chico. Cuando pasaba por la casa de Loreto Fangio, lo saludaba diciendo “chau, abuelo”. Cuando comencé el primario me presenté diciendo que era el hijo de Juan Manuel Fangio”, recuerda con una sonrisa el ingeniero agrónomo, que se jubiló hace diez años después de trabajar en el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria, es padre de tres hijos de su primer matrimonio –que lo hicieron abuelo de dos nietas– y está casado en segundas nupcias con Andrea, desde hace casi veinte años.
–¿Tenía relación con su padre?
–Lo conocí a los 5 años, y hasta que murió. Siempre tuve una excelente relación con toda la familia Fangio. Toto me invitaba cuando se reunían y, cuando me llevaba a algún lado, me presentaba como “el hijo de Juan”.
–¿Alguna vez le reclamó que lo reconociera formalmente como su hijo?
–Siempre supe mi identidad, pero nunca se me ocurrió reclamarle eso, porque me parecía más importante que él lo hiciera. Nunca hablamos de filiación. Lo consulté en un momento con un amigo que era abogado, pero no hice nada.
–¿Qué recuerdos tiene de él?
–Era una persona muy agradable para conversar. Era muy difícil no sentir admiración por él, no sólo como piloto y por sus logros deportivos, sino porque era muy campechano, sencillo y entrador. Teníamos una amistad a través de Toto, que siempre fue un nexo con mi viejo.
–¿Y cómo era la relación con Cacho? Porque usted sabía que él era su hermano.
–Teníamos una amistad a través del tío Toto.
Cacho interviene: “¡Pero mi tío nunca me dijo que éramos hermanos! En Balcarce todos pensaban que Juancito era hijo de Toto, porque andaba con él para todos lados… Entonces yo creía que era mi primo. Hasta que me llegó por un amigo la versión de que era mi hermano. Y a Rubén lo vi por primera vez en la tele, y me acuerdo que le dije a mi mujer: “¿Para qué quieren hacerle un ADN, si parece una foto del viejo?”.
LOS HERMANOS SEAN UNIDOS
–Se conocieron de grandes, ¿en qué se reconocen como hermanos?
Cacho: Con Juancito ya éramos amigos y compartimos la pasión por los “fierros”, y con Rubén nos une el fútbol: somos los dos grandes hinchas de River, y nos desune la política, por eso decidimos que de esos temas no se habla.
Rubén: Soy el único de los tres que tuvo otros hermanos, y no es lo mismo porque no compartimos el crecimiento, llantos, juegos… pero no por eso son más o menos que nadie, sólo que es distinto.
–¿Fue difícil establecer un vínculo ya de grandes?
Juan Carlos: Tenemos gustos distintos, porque el ambiente te forma. Pero fue muy emocionante encontrarnos.
–¿Cómo se llevan con el resto de la familia?
Rubén: Yo no tengo relación con ninguno y tampoco se acercaron a saludarme, entonces yo tampoco lo hice. No por orgullo, pero pasaron cosas en el camino. Creo que obraron mal, pero yo estoy tranquilo.
Cacho: Mi prima, la que vivía con mi viejo, le había metido una cautelar para que Rubén no siguiera con los trámites. Cuando él se fue a presentar a la casa le cerró la puerta en la nariz, pero la familia siempre fue así… Yo nunca me llevé mal con nadie, pero sabía que el trato era limitado. Después, el juez de Mar del Plata y mi abogado consiguieron la exhumación y los dos nos hicimos la prueba de ADN. Y unos años después se la hizo Juancito.
–¿Qué hay de la herencia de 50 millones de dólares?
Juan Carlos: ¡Es un disparate! Es mentira lo de los 50 millones. El viejo donó todo en vida. A la Municipalidad de Balcarce, y por otro lado hizo sociedades anónimas con los hermanos y con sus sobrinos, y lo que tenía fue para ese lado de la familia. Lo único que quedó fue un auto.
Rubén: La herencia prácticamente no existió. Ahora lo que sí tenemos es la propiedad de la marca Fangio.
–Para el mundo, su padre fue un ídolo, ¿y para ustedes?
Juan Carlos: El sentimiento es que fue el más grande de todos los tiempos. Como padre no lo puedo juzgar porque no lo tuve.
Rubén: En lo deportivo fue un ídolo, y en el sentimiento hay una brecha que de a poco intento cerrar. Nunca me voy a olvidar del padre que me crio, que fue Vázquez, pero Fangio también fue mi padre y por él llegué a este mundo, así que estoy agradecido.
Cacho: El viejo fue cinco veces campeón del mundo, era un gran consejero que daba gusto escuchar… Si hubiera sido un papá presente, habría sido el hombre perfecto. Pero no existe la perfección, aunque orgullosos vamos a seguir con su legado.
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