En una tarde de campo con su nieta mayor, Olivia, la actriz comparte también sus impresiones acerca del paso del tiempo, el amor y la familia
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Cada vez que su agenda se lo permite, Andrea Frigerio mima a sus nietos con un plan especial. A principios de septiembre, Olivia, la mayor, cumplió 9 años y la actriz, que también es abuela de Ramón (6) y Jacinta (4), decidió sorprenderla con un programa a medida: una tarde a caballo en la estancia Villa María, en Ezeiza.
“En un principio, el día de campo iba a ser entre Olivia y yo. La sorpresa era para ella, pero a último momento se sumó Jachu. Me dio una lástima… Era un mar de lágrimas cuando la pasé a buscar a su hermana”, le cuenta Andrea a ¡HOLA! Argentina. Jacinta, mientras tanto, va y viene entre la cama elástica y una casita de madera. A lo lejos, Olivia recorre el parque de la estancia, montada en un tordillo manso.
Ramón (también es hijo de Tomás, el hijo mayor de Andrea, y su mujer, Estefanía Couture de Troismonts) es el único ausente. “El plan de chicas termina mañana. Hoy a la noche hacemos pijama-party en casa y mañana vamos a verlo jugar a Ramón al rugby en el club. Es un crack”, confía la actriz, encantada de tener unos días libres antes de volar a Europa, adonde pasará más de un mes. “Arranco por Madrid, que tengo un par de reuniones allá. De ahí voy a Cannes con parte del equipo de Limbo… Hasta que lo decida [la serie de Star Plus, en la que participa, está nominada a siete premios de Canneseries, un festival independiente creado en 2018] y cierro el viaje en París. Fini [su hija menor, fruto de su amor con Lucas Bocchino] va a estudiar Artes Escénicas allá. Quiero ayudarla a terminar de instalarse y pasar tiempo juntas. Se nos suma Lucas unos días y de ahí me tomo un vuelo directo a Río de Janeiro, porque voy a grabar una serie de la que no puedo dar detalles”, cuenta.
–Qué lindo despedirte de tus nietos con un programa tan completo…
–Sí, siempre estoy pensando programas distintos para hacer con los tres, lugares copados adonde llevarlos para que se diviertan. A Oli, por ejemplo, le encantan los caballos y sólo anda cuando vamos al campo. Investigando, llegué a este sistema que está buenísimo, que es ir por unas horas a un hotel que vos quieras. Elegí esta es - tancia porque tiene caballos y profesora de equitación. La empresa se llama By Hours, está online y el servicio es buenísimo.
–¿Por qué no te sumaste a la cabalgata?
–Tuve un accidente en el campo de Lucas y quedé con miedo. Tenía 29 o 30, no me acuerdo bien. Salíamos hacía un año, y en una recorrida, se me disparó la yegua polera en la que estaba andando. Estábamos con Tomi, que tenía la misma edad de Olivia ahora, y mis hermanas. Nunca más me subí.
–¿Cómo es Olivia?
–Olivia siempre está contenta. Es muy histriónica y todo le viene bien. La siento parecida a mí de personalidad. Desde que nació tuve un enganche especial con ella.
–¿Y sus hermanos?
–A Ramón le encantan los programas de varones. Se divierte más con su papá y con Lucas. Es cariñoso conmigo, pero yo no lo entretengo tanto. Jacinta es chiquita y todavía no le encontré la vuelta. Si bien es muy amorosa, es más solitaria. Le encanta pintar y yo ahí no puedo aportar mucho. Con Olivia somos del mismo signo, Virgo [Andrea cumple el 30 de agosto y su nieta, el 5 de septiembre], y muy afines. Me resulta más fácil armarle programas.
–¿Te gusta ser abuela?
–Sí. Yo tuve dos abuelas extraordinarias, cada una en su estilo. Una que tenía el pelo blanco, me iba a buscar todos los días al colegio, y me enseñó a tejer, a coser y a bordar, y otra canchera, que era francesa, que me llevaba a andar a caballo, a andar en jeep entre los médanos, y me incentivaba a descubrir el mundo. Ser una mezcla de ambas hubiera sido lo ideal, pero no estoy a la altura de ninguna de las dos. Soy una abuela buena, pero con muy poco tiempo. Lo digo sin culpa. Soy la mejor abuela que puedo ser dentro de quien soy.
–¿Y quién es Andrea Frigerio?
–Una persona encendida, apasionada y despierta. Alguien que, cuando sueña algo, lo quiere concretar. Para mí, la vida está para disfrutarla y gozar de las cosas que uno hace. Salvo que no te quede otra, por sacrificio no hay que hacer nada.
UNA NUEVA ERA
–Cumpliste 60, ¿cómo te encontró el cambio de década?
–Pensé que iba a ser más fuerte, lo viví de una manera muy natural. Se impresionaron más mis seres queridos que yo con el número. [Se ríe]. Es un numerazo, no lo voy a negar, pero estoy igual que siempre. Lo que sí me resulta increíble es tomar conciencia del tiempo que pasó desde que nací.
–¿Cómo te llevás con el paso del tiempo?
–Lo único que tiene de malo es que en un momento “suena el teléfono” y te tenés que ir. Me encanta la vida y, para serte franca, no quiero morir. Después, cumplir años es espectacular: pasa el tiempo y cada vez son más las cosas que aprendés y sabés. El tiempo es sinónimo de sabiduría.
–¿Qué hay del cuerpo y de la energía?
–De energía estoy igual, siempre fui muy pilas. Peso 55 kilos desde que tengo 18 años y eso lo cuido mucho. Ojo, no me sale naturalmente, me ocupo. Me peso todas las mañanas y si el día anterior me excedí, me cuido un poco más. Además, practico yoga y hago mucha actividad aeróbica: ando en bicicleta, bailo, camino. No hago deportes porque yo creo que te rompen el cuerpo. Está mal que lo diga porque soy hija de un deportista [Enrique Mitchelstein, su papá, fue Puma], pero para mí es así. También entreno mi cabeza: estoy estudiando italiano por la ciudadanía y ya tengo planeado arrancar con chino mandarín.
–¿Sos disciplinada?
–Sí. Cuando era chica, siempre estaba estudiando: francés, inglés, piano, guitarra, tenis, baile clásico. Así me educaron, ese es el formato que tengo.
–¿Tener una vida propia ayuda?
–Siempre fui autosuficiente. Hoy, tengo la suerte de tener un montón de trabajo como actriz y, además, soy directora creativa de Roses are Roses, que me lleva mucho tiempo porque es trabajo de laboratorio. Tengo muchos roles que compatibilizar –actriz, empresaria, mujer, madre, abuela y amiga–, pero todo lo que hago lo hago con el corazón y porque quiero. No creo en las quejas, ni en el deber ser.
–Ser autosuficiente es, quizás, el mayor gesto de igualidad. ¿Te considerás feminista?
–No, porque no pongo el sexo por delante. Defiendo la libertad de las personas más allá de su sexo, que es una cuestión secundaria para mí (en biología es un fenotipo, una característica externa). Las feministas de hoy son “hembristas”.
NIDO VACÍO, CORAZÓN REPLETO
–Josefina, tu hija menor, se instaló en Europa con su novio en 2018. ¿Cómo manejás la distancia?
–La extraño muchísimo, me duele el corazón no tenerla cerca, ni pasar juntas fechas importantes. Por suerte, nos vemos bastante: ella viene o voy yo. Con la pandemia se hizo más difícil, pero el año pasado ella pudo venir al final.
–¿Qué pasaría si tus nietos también decidieran emigrar, como ella?
–Sé que va a pasar y no por las oportunidades que tengan, o no, en el país. Si sacamos la pandemia de la ecuación, la globalización hizo que la gente se mueva por el mundo como si se cambiara de barrio. Cuando era chica, irse a Europa era un acontecimiento y ya no lo es más. Ser nómades es lo que les toca.
–¿El nido vacío impactó en tu pareja con Lucas?
–No, somos una pareja que se lleva muy bien. Con la pandemia y la convivencia 24 horas en casa sí me asusté. No pasó nada: me armé un escritorio en casa, él ya tenía el suyo propio y nos juntábamos a almorzar y a comer.
–El año que viene cumplen 30 años juntos, ¿cómo da el balance?
–Nos seguimos divirtiendo como al principio. Somos un equipo. Tengo una vida propia muy rica, que podría disfrutarla sola, y elijo vivirla con Lucas porque lo amo y somos muy felices juntos.
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