Eran sus cisnes, hasta que reveló detalles íntimos de sus vidas en un texto publicado en Esquire. Un relato de amor y traición que inspiró la serie Feud: Capote vs. The Swans
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Ryan Murphy llevó a la televisión la fabulosa historia que hizo temblar los cimientos de la sociedad neoyorquina a mediados de los años 70: la de la relación entre Truman Capote y sus musas, las princesas de la Quinta Avenida que adoraron al autor de A sangre fría hasta que él las traicionó al revelar sus secretos en un extenso artículo (titulado “La Côte Basque, 1965″, que era el nombre de un restaurante donde las damas almorzaban) publicado en Esquire, en noviembre de 1975 (formaba parte de una futura novela, Plegarias atendidas). Aquellos cisnes de Capote eran las mujeres más fascinantes de su época y estaban rendidas a los pies del escritor porque Truman era exótico, histriónico e inteligente… Les contaba historias, las hacía reír y escuchaba sus confesiones más íntimas. Encandiladas, le abrieron las puertas de sus mansiones y sus fiestas, pero ninguna dudó en apartarlo de su vida para siempre –lo que equivalía a ser expulsado de los círculos más selectos del edén– cuando Capote publicó el famoso artículo.
PRINCESAS DE LA QUINTA AVENIDA
Barbara “Babe” Paley. El autor de Desayuno en Tiffany’s la definió como alguien que “sólo tenía un defecto: era perfecta”. Había nacido como Barbara Cushing en 1915, en Boston, en una familia de fortuna, se casó primero con el heredero del petróleo Stanley Grafton Mortimer Jr. (tuvieron dos hijos), y, en segundas nupcias, con el millonario fundador de la CBS, William Paley (con quien tuvo otros dos herederos). Conocida por su impecable estilo, fue un referente en las listas de las mujeres mejor vestidas, el cisne más deslumbrante de todos y, sin duda, el único amor verdadero de Capote. Apenas leyó “La Côte Basque, 1965″, se reconoció junto con su marido en los personajes de Cleo y Sidney Dillon, y eso fulminó su relación con el escritor. Murió en 1978 y Truman no fue invitado a su funeral.
Lee Radziwill. Capote la llamaba “mi princesa querida”. Nacida Caroline Lee Bouvier, era la hermana menor de Jackie Kennedy y pertenecía a una de las familias más ricas de Nueva York. En 1959 se casó con el príncipe polaco Stanislaw Albrecht Radziwill (tuvieron dos hijos), de quien se separó en 1974, y en 1988 se casó con el coreógrafo y director Herbert Ross. El matrimonio duró hasta 2001. Aunque salió mejor parada de las revelaciones de Truman que sus amigas, Lee se puso del lado de las damas cuando se desató la guerra contra el autor. Murió en 2019.
Slim Keith. Rubia y dueña de una figura torneada, Nancy “Slim” Keith fue lo que hoy conocemos como it girl. Tuvo su primera tapa de revista a los 22 años, mientras se convertía en una mujer de la alta sociedad de Hollywood y salía de fiesta con Cary Grant y Clark Gable. Su primer matrimonio fue con el director de cine Howard Hawks, después se casó con Leand Hayward, productor de cine y teatro, y, por último, con el banquero británico Baron Keith de Castleacre, con quien se convirtió en lady Keith. En su artículo, Capote la llamó Lady Ina Coolbirth, y la describió como “una matrona de sociedad muy casada y divorciada”. Keith jamás lo perdonó: nunca volvió a hablarle ni a hablar de él. Murió en 1990, a los 73 años.
Ann Woodward. Fue el cisne más trágico y quien más sufrió la indiscreción de Capote. Ann Crowell (su nombre de soltera) había nacido en Kansas, en 1915, y con su belleza se abrió paso como actriz de radio hasta lograr salir del Medio Oeste y convertirse en una dama de la alta sociedad de Nueva York. Se casó con William Woodward Jr., heredero de la fortuna del Hanover National Bank, con quien tuvo dos hijos. En 1955 mató a su marido de un disparo tras confundirlo con un ladrón. La Justicia determinó que había sido un accidente, y Ann fue exculpada, pero veinte años después, Truman insinuó en su texto –la rebautizó Ann Hopkins– que había sido un asesinato, provocado por las infidelidades de su esposo. Ann no llegó a leer el famoso folletín: se suicidó antes de que “La Côte Basque, 1965″, llegara a los kioscos.
C.Z. Guest. Nació en 1920 como Lucy Douglas Cochrane y fue la más aristocrática de todas: modelo, musa y una de las socialités más importantes de su generación. Hija de un banquero, tuvo una educación privilegiada, fue retratada por Diego Rivera, Salvador Dalí y Andy Warhol (le decían “C.Z” porque su hermano la llamaba “Sissy”). En 1947 se casó con Winston Frederick Churchill Guest, un jugador de polo emparentado con Winston Churchill, y el escritor Ernest Hemingway fue su padrino de boda (tuvieron dos hijos). A diferencia del resto de los cisnes de Truman, siguió casada con él hasta que enviudó, en 1982, y fue la única que lo perdonó después de “La Côte Basque, 1965″.
Joanne Carson. No era estrictamente un cisne, sino la mujer del presentador de Tonight Show Johnny Carson (fue la segunda de las cuatro esposas de Carson, con quien estuvo casada entre 1963 y 1972), y la única amiga que le quedó a Capote después del escándalo. Tras la muerte de Truman, en agosto de 1984, ella conservó la mitad de sus cenizas. Murió a los 83 años y fue enterrada junto a los restos del escritor en el cementerio de Westwood, en Los Ángeles.
Gloria Guinness. Se llamaba Gloria Rubio, creció en México, en un hogar de pocos recursos, pero tras su cuarto matrimonio, con Thomas Guinness, pasó a integrar la famosa dinastía, logró convertirse en un ícono de la sociedad mexicana y es considerada una de las mujeres más elegantes de la historia (siempre vestía alta costura de firmas como Dior, Chanel, Balenciaga o Givenchy). Y aunque Truman no le dedicó un personaje en su texto, Gloria formaba parte de ese club dorado.
Marella Agnelli. Hija de un aristócrata napolitano, pasó a ser parte del jet set internacional al casarse en 1935 con Giovanni Agnelli, el playboy heredero del imperio Fiat (Capote la definió como “el cisne europeo número 1″). Famosa por decorar sus diez casas de manera elegantísima y por ser una gran coleccionista de arte, Marella se juntaba a intercambiar confidencias con el escritor cada vez que estaba en Nueva York. Y pese a que él no se ensañó con ella en el texto de la polémica, Marella le aconsejó que no lo publicara porque se revelaban muchos chismes. Truman no le hizo caso y pagó las consecuencias: los cisnes volaron de su lado.
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