Los duques de Sussex realizaron una gira por las ciudades de Abuya y Lagos y fueron recibidos con honores
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Un recibimiento a lo grande, de esos multitudinarios, como los que tienen los grandes líderes o las celebridades. Eventos con bailes regionales, intercambios de regalos coloridos y entrega de flores. Recepciones en las que sonó “God Save the King” –el himno nacional británico–, almuerzos con discursos ante funcionarios de instituciones educativas y de organizaciones vinculadas al empoderamiento femenino y visitas con la presencia de las máximas autoridades nacionales –como las del Estado Mayor de Defensa o la del gobernador de la Marina–. La visita de tres días que Harry (39) y Meghan (42) –los duques de Sussex– hicieron a Nigeria fue así: con una agenda tan ajetreada como emotiva y tan exitosa como desconcertante. Sucede que este viaje –el primero de este tipo que la pareja realiza sin sus hijos: Archie y Lilibet, de 5 y 2 años, respectivamente, se quedaron en California– llamó la atención a más de uno… Aunque no se trató de una visita de carácter oficial a ese país africano, ya que los duques de Sussex no representan ni a la Corona ni al Estado británico desde 2020, sí hay que decir que tuvo el formato, la apariencia y el despliegue de las auténticas giras reales. Mientras algunos analistas se detuvieron a analizar cada gesto, cada palabra y cada outfit de la pareja durante las 72 horas en Abuya –la capital de Nigeria–, otros fueron conquistados por la empatía y el gran compromiso que los duques tienen con las causas benéficas, una actitud que toca la fibra íntima de los nigerianos: la princesa Diana había visitado enfermos con lepra en un hospital de Nigeria junto con Harry en 1990.
ROYALS DE SU PROPIO REINO
Tras participar en Londres de un evento en la catedral de Saint Paul por el décimo aniversario de los Juegos Invictus, Harry se encontró con Meghan (la duquesa viajó directamente desde Los Ángeles) en el aeropuerto británico de Heathrow, y, desde allí volaron juntos hacia la capital de Nigeria, donde aterrizaron el viernes por la madrugada. Y ya con las primeras actividades en el país africano, en donde fueron agasajados con collares tradicionales en una cálida ceremonia de bienvenida, comenzaron las especulaciones. Más precisamente, con el vestido largo rosa pálido by Heidi Merrick que Meghan decidió estrenar. Sugerido por Jamie Mizrahi –la flamante diseño de la firma estadounidense tiene en el catálogo un nombre llamativo: Windsor. ¿Se trató de una señal de acercamiento entre los duques de Sussex y la familia real, teniendo en cuenta el estado de salud del rey Carlos III y de la princesa Kate?
Mientras en Londres se tejían hipótesis, los nigerianos tenían otras certezas: ahí estaba Harry, con su remera de la Fundación de los Juegos Invictus, el proyecto que más lo moviliza, conmoviendo a todos mientras jugaba al vóley a la par de un equipo de soldados heridos; o, preguntándoles a los alumnos de Lightway Academy –un centro que cuenta con el apoyo de la Fundación Archewell– si les gustaba cantar o bailar, como a su hija Lili, o si preferían la electrónica o la construcción, como su hijo Archie. Y ahí estaba la nuera de Carlos III, a quien desde que, en 2022, reveló en uno de sus podcasts que tiene en su ADN un 43 por ciento de raíces nigerianas, Nigeria simplemente la ama: durante los Invictus de 2023, fue bautizada como “Amira Ngozi Lolo” que, en la lengua local, significa ‘princesa guerrera de leyenda bendecida’ y ‘esposa real’. En una bandera que un grupo de mujeres llevó a uno de los eventos se podía leer “Meghan es de los nuestros”.
Fueron tres días de felicidad para los duques de Sussex quienes, a su regreso a los Estados Unidos, donde residen, afrontaron la amarga sorpresa de que su fundación Archewell había sido declarada morosa en el Registro de Organizaciones Benéficas y de Recaudación de Fondos de California e inhabilitada para operar hasta que presenten los informes anuales a los que están obligados por ley.
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