El viernes por la tarde, familiares, empleados y allegados a “Goyo” lo despidieron en Pilar con un responso emotivo y muy sobrio
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Minutos después de las cuatro de la tarde del viernes 14, con un cielo plomizo que amenazaba lluvia, el cortejo fúnebre que acompañaba los restos de Jorge Gregorio Perez Companc (Goyo para todos) entró al Jardín de Paz, ubicado en el kilómetro 32,5 de la ruta Panamericana. Los autos en los que llegaron su mujer, María Carmen (le dicen Munchi) Sundblad, sus siete hijos, nietos y bisnietos, fueron los únicos autorizados a acceder al predio. Pasado el mediodía, la seguridad habitual del cementerio ya había sido reforzada con agentes policiales y personal de la custodia de la familia Perez Companc, que estuvieron atentos para mantener la privacidad.
Amigos, allegados y conocidos de los hijos y nietos de Perez Companc, religiosas de la orden de Schoenstatt y del Hogar Marín de San Isidro y empleados de sus compañías como también de la Fundación Perez Companc –una organización que los hermanos de Goyo, Carlos y Jorge, crearon en 1959 para mejorar la calidad de vida, educación y salud de las comunidades en donde había empresas del grupo- habían ingresado al cementerio caminando. A las cuatro y media, comenzó el responso. “En este momento, es el dolor y la tristeza lo que impera entre nosotros. Pero este momento pronto trocará en gozo”, dijo el presbítero Gustavo Frías, quien estuvo a cargo de la ceremonia. El sacerdote, muy cercano a la familia Perez Companc, fue el único orador en la capilla, que estaba repleta. Tras leer un pasaje del evangelio según San Lucas, Frías pintó con anécdotas “la vida maravillosa” del empresario: “Tuvo muchos talentos y los usó. No se guardó nada; e hizo mucho más que eso: los ha derramado sobre muchísimas personas quienes, de una forma u otra, siguen su ejemplo, su estilo, su buena educación y su calidad humana”.
UN HOMBRE GENEROSO Y BRILLANTE
El 14 de junio por la mañana, se confirmó la muerte de Gregorio Perez Companc, uno de los empresarios más emblemáticos de la Argentina y dueño de la cuarta fortuna (estimada en 3.900 millones de dólares, según la revista Forbes) del país detrás de las de Marcos Galperin, Paolo Rocca y Alejandro Bulgheroni. Hacía largo tiempo que Goyo, de 89 años, ya no estaba al frente del gran holding que logró construir.
Jorge Gregorio nació el 12 de octubre de 1934 y sus padres, Benito Bazán y Juana Emiliana López, decidieron darlo en adopción. En 1946, a la edad de once, fue adoptado por Margarita Companc de Pérez Acuña y Ramón Pérez Acuña, un matrimonio con tres hijos: Jorge, Carlos y Alicia. Como sus hermanos murieron sin tener descendientes, Gregorio –que estudió en el Colegio La Salle de Buenos Aires- quedó al frente de los negocios familiares, que habían empezado con una naviera, en 1946, y con su brillantez y visión se fueron diversificando hacia el petróleo al fundar Pecom (en 2001, decidió vender el grupo energético a la brasileña Petrobras). En los sesenta y con la compra del Banco Río de la Plata, desembarcaron en el mercado financiero. En los ochenta, con SADE pusieron un pie en la construcción, y, en los noventa, le compraron al grupo Bunge & Born Molinos Río de la Plata, líder en alimentos. En 2009, con 75 años, Goyo dio un paso al costado. Y no solo optó por dejarle el imperio a sus hijos, sino que decidió donar la mitad de su riqueza –cerca de 1.000 millones de dólares- a desarrollo social: construcción de escuelas, hospitales, caminos y comedores escolares en la Argentina. En Escobar, donde está Temaikén, el parque temático que fundó Munchi, construyeron un hospital, cinco escuelas, y arreglaron capillas y calles, entre otras obras.
UN HOMBRE DE FAMILIA
Ya en el parque del cementerio, bajo dos inmensos gazebos verdes, el presbítero Frías volvió a tomar la palabra y, minutos más tarde, los familiares arrojaron una lluvia de pétalos blancos sobre su féretro. A un costado, con su pelo blanco, estaba su viuda, María Carmen “Munchi” Sundblad, acompañada por sus herederos. Hija de Luis Sundblad y de Sara María Beccar Varela, Munchi y Goyo (con siete años de diferencia entre ellos), se casaron en 1964 y tuvieron ocho hijos. Margarita -el mismo nombre de la madre del magnate, la francesa Margarita Companc de Pérez Acuña- que era la mayor, murió en un accidente automovilístico en la Patagonia cuando tenía 19 años. El segundo, Jorge, que está a cargo de Molinos y de La Gloriosa, una firma agropecuaria con más de 15.000 hectáreas en el suroeste de la provincia de Buenos Aires y una bodega en Balcarce. Luis, que es el hijo del medio, es quien desde hace años ejerce la presidencia de la compañía. En orden, siguen Rosario, Pilar, Cecilia, Pablo y Catalina. El menor de los varones fue el primero en salirse de las empresas y el único que dejó el país para instalarse en Miami.
“Compartimos la pasión y la vocación de seguir invirtiendo en la Argentina para potenciar el crecimiento de nuestras empresas con el valor y el coraje de todos los que las integramos”, se lee en un comunicado de este año que lleva la firma de Luis; el mismo texto en el que se anunció que tres hermanos, Luis, Rosario y Pilar, le habían comprado a los otros tres, Jorge, Cecilia y Catalina, las principales empresas del grupo. De perfil muy bajo, fervientes católicos, los hijos de Goyo son hinchas de River. Comparten, además, la pasión por los caballos de raza, en especial, las mujeres: Rosario y Catalina crían cuarto de milla en estancias de la Patagonia, una de ellas, en un haras en Quila Quina, cerca de San Martín de los Andes. Pilar y su marido, Andrés Basombrío, tienen un haras de pura sangre de carrera, en San Antonio de Areco. Los hermanos varones tienen debilidad por los fierros (Goyo supo armar una de las mejores colecciones de autos del mundo, con verdaderas “joyas” únicas) y sus tres hijos heredaron esa pasión y corrieron en distintas categorías de automovilismo.
Junto con sus hijos (y amigos de sus hijos), los descendientes del empresario se quedaron en el cementerio de Pilar hasta las seis de la tarde. Hubo lágrimas y emoción, pero también abrazos largos y muy sentidos al tiempo que rememoraron momentos e historias de la vida de Goyo, marcadas por el amor y ejemplo de vida que les dio.
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