Posa en el departamento del lujoso complejo ideado por su marido, Federico Álvarez Castillo, en Punta del Este
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La playa de Manantiales tiene una mística especial en la vida de Lara Bernasconi (44). En 1999, en ese parador de mimbres y maderas de Punta del Este que mutó de nombre a lo largo de los veranos, recién llegada de Tucumán con apenas 17 años, Lara hizo su primera tapa de revista como modelo de Ricardo Piñeiro, y su vida cambió para siempre. Son esa misma arena y ese mismo mar los que hoy disfruta desde la terraza de su espectacular departamento en The Colette, el lujoso desarrollo inmobiliario sobre la playa ideado por su marido, Federico Álvarez Castillo (63). “Toda la vida soñé con tener una casa en la playa. Le di gracias a Fede llorando por haberlo cumplido. La vida me trajo a este mismo lugar donde empecé con todos esos nervios por haber dejado mi casa, sola y tan chica. Y ahora me veo sentada acá, ante ese paisaje, junto a mi marido y mi hijo, y siento que no puedo pedir más”, le cuenta a ¡HOLA! Argentina la ex modelo, mientras pierde su mirada entre las dunas y disfruta de sus últimos días de vacaciones junto a su hijo Iñaki (5) y su mamá Beatriz “Guingui” Yapur, luego de que Federico regresara a trabajar a Buenos Aires.
–Este es tu lugar en el mundo, pero mañana se acaban las vacaciones y volvés al trabajo. ¿Qué estás haciendo?
–Sigo con mi marca de ropa para chicos que se llama Rum Rum, con la que encontré mi pasión. La empecé en la pandemia. Iñaki tenía unos pantalones chupines que odiaba, y yo no podía comprar ropa en ningún lado y entonces encontré unos jeans de su hermano Indalecio (19) [hijo de Federico con su pareja anterior, Paula Cahen D’Anvers] que le quedaban muy bien, así que le dije a Fede que tenía ganas de armar una marca de jeans para chicos, con la idea de venderlos online. Nos fue increíble. Y ahora el emprendimiento se expandió y tenemos corners en todas las sucursales de Etiqueta Negra, la marca de Fede.
–Y esta casa es otro proyecto compartido.
–Aterrizamos acá el 10 de enero, recién nos mudamos. Nos falta llenar la biblioteca y desembalar la vajilla. Es la primera vez que yo tengo mi casa de playa. Obviamente que para Fede no es la primera, porque él ya tuvo otras “administraciones” [se ríe, porque se refiere a las parejas anteriores de él]. Pero para mí este es mi templo. No sabés lo feliz que estoy. Es muy mágico ver desde mi balcón la playa donde surgí como modelo en 1999. Veo ese parador, esa playa y digo “mirá todo lo que logré, yo solita y siempre fiel a mis principios”.
–Tenés un marido que tiene muy buen gusto y, claramente, imprime su estilo en sus creaciones. ¿Eso también sucede en tu casa o podés decidir sobre algún detalle de la decoración?
–¡Sobre ninguno! Primero, porque tengo en casa al genio de los genios. Le encanta decorar, le apasiona. Tengo la suerte de tener un marido que hace todo. Yo lo acompaño, me dice qué hacer y de todos los detalles se ocupa él. Es tremendamente estético. No sabés lo obsesivo que puede ser cuando dejás algo fuera de lugar. Con Indalecio nos matamos de risa, pero al chiquitito lo tuvo loco todo el verano para que cuidara las cosas. No vas a ver ni una media tirada. Y está bien que le enseñe a valorar las cosas, porque cuesta trabajo y esfuerzo conseguirlas.
–Vos y Fede arrancaron de abajo, ¿verdad?
–Los dos nos hicimos solos. Yo no tenía a nadie. Papá [Eduardo Bernasconi murió en 2009] no me dio nada para que yo fuera a Buenos Aires desde Tucumán. Me la tuve que bancar. Trescientos pesos me traje. Vendí de todo. No sé de dónde sacaba naranjas y se las vendía a las amigas de mamá. Pero no quise pedir nada entonces. Y nunca más pedí.
–Tenés una familia unida, tu marca y, ahora también, la casa en la playa. ¿Qué sueños te quedan por cumplir?
–Quiero que mi marca crezca y estoy trabajando para eso. Yo voy a poner el trabajo, la dedicación, el esfuerzo, las ganas y después ya depende de Dios.
–¿Te quedaron amigas de tu época de modelo?
–Hay gente a la que quiero mucho. Me llevo bien con todas las modelos porque nunca fui una persona competitiva, celosa o de buscar robarle un trabajo a otra. No era mi estilo. ¡La verdad, es que tampoco era que me gustaba tanto trabajar de modelo! Mi pasión siempre fue ser empresaria.
EL MILAGRO DE IÑAKI
–En tu Whatsapp tenés la imagen de la Virgen y hablás mucho de Dios, ¿siempre fuiste tan creyente?
–Primero, a mí Dios me protegió mucho. Aun estando solita, siempre me sentí muy protegida. Pero tuve una situación difícil con Iñaki. Se cayó del balcón cuando tenía un año y siete meses. Yo estaba cerca de una baranda y, al darme vuelta para acomodar una silla, él se cayó. No pude agarrarlo. Se cayó de cinco metros a la galería de casa. Bajé las escaleras llorando y gritando. Dos semanas antes había puesto en el jardín una Virgen que había sido de mi abuela paterna. Cuando llegué, Iñaki estaba parado, llorando. Le tiré una botella de agua encima para ver si había sangre y lo llamé a Federico mientras lo llevaba al Hospital Austral. Fede agarró su auto y dice que lloraba tanto que no sabe cómo llegó. Pero Iñaki no se hizo nada, salió ileso. Fue un milagro. Me lo atajó la Virgen… O mi papá. Por eso soy tan creyente de la Virgen de Guadalupe y de la Virgen de la Medalla Milagrosa, que siempre me protegen. Soy muy agradecida.
–¿Y cómo agradecés?
–Todos los días de mi vida agradezco, principalmente, ayudando a otros. Hace doce años que soy embajadora del Banco de Alimentos en Tucumán. Si los chicos no tienen para comer, no tienen futuro. Por eso busco ayudarlos. Agradecer también es ser buena persona, tener códigos, valores, no pisar a nadie.
–El año pasado hubo un rumor sobre una posible separación de Federico. ¿Te molestó?
–Para nada, porque no era verdad. No doy explicaciones. Creo que la gente siempre habla, bien o mal. Siempre hay inventos cuando uno está expuesto. Nos exponemos a diario en nuestras redes. Y yo soy consciente de que no puedo gustarle a todo el mundo. Es muy fácil para algunos esconderse detrás de una arroba para decirte cualquier cosa.
–¿Y cómo lidiás con esas presiones?
–A todos nos cuesta progresar. No estoy sentada acá porque lo que tengo me haya caído del cielo. No es cuestión de suerte. Me dan lástima los haters porque son personas que tienen tiempo para odiar. Eso es oscuridad pura. Yo no tengo tiempo para eso, para mirar lo que hace el otro, porque tengo laburo, familia, afectos. Hago psicoanálisis, introspección y trato de leer libros que nutran. Soy feliz con la gente que me rodea. Trabajo mi persona todos los días de mi vida y mi camino es el de la luz.
Texto: Gabriela Guerra
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