Por un caso de mala praxis médica, sufrió dolores y llegó a pesar 35 kilos. Hoy, recuperada, la actriz nos habla del trabajo y cómo encara este nuevo año.
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Durante cuatro años, María Valenzuela (66) huyó de los espejos que le devolvían su imagen. Fue cuando pesaba 35 kilos y solo se veían sus huesos y toda su fragilidad. “Antes, frente al espejo, me deprimía; ahora, veo a la María que siempre fui”, admite ella. Desde que inició su recuperación por un tratamiento de implantes dentales mal hecho, está cada vez mejor. Con 10 kilos más, asegura que los pantalones que usó durante estos últimos años de dolor crónico agudo, cuando tardaba una hora y media para comer un plato de comida tras la mala praxis médica, ya le ajustan. Como prueba, muestra cómo le queda el jogging azul Francia con escudo de Boca Juniors que eligió para encontrarse con ¡HOLA! Argentina. Camina con otros colores –desde el pelo, con un tono rubio súperplatinado, hasta sus uñas de rojo intenso–, y otra actitud, porque se la ve coqueta, tranquila y sonriente.
–¿Te costó volver a sonreír?
–¡Muchísimo! Empezar a comer sólidos hizo que cambiaran mi cuerpo y mi actitud. Es que el resultado del tratamiento de implantes me desestabilizó. Hice el tratamiento porque mi boca no estaba bien, se veían las encías… ¡y yo trabajo con mi imagen! Tomé coraje y aposté a hacerlo con una persona que no conocía. Salió mal y estos cuatro años sacaron lo peor de mí.
–¿Cómo atravesaste ese enojo?
–Habitualmente, soy bastante cabrona, pero después remonto [se ríe]. Sin embargo, lo que me pasó con quien me hizo este desastre en la boca [ya no vive en la Argentina] fue demasiado. Me acuerdo de que, al principio y por la impotencia, yo le pegaba a las paredes y a los placares. También estuve furiosa con la gente que me escribía a través de las redes: muchos me agraviaron, escribieron que estaba fea, que parecía una calavera.
–Dijeron que estabas al borde de la muerte.
–La muerte me rodeó muchas veces; se ha metido con mucha gente que amo. Pero no le tengo miedo. Soy como el tren bala y le pongo el pecho. Tengo una gran fuerza de voluntad y humor negro. Aun así, no entiendo por qué la gente opinó sin saber qué me estaba pasando. Recién cuando lo conté empezaron a tirarme rosas. ¿Tenía que dar explicaciones para que me trataran bien? Aunque leve, tengo EPOC, enfisema y bronquitis crónica. Mis hijos no paran de decirme que deje de fumar, pero yo les paro el carro. Con mi vida hago lo que quiero. Voy a morirme de lo que quiera… o de lo que me toque.
–Además de tus hijos, Malena, Julián y Juan, que siempre han estado con vos, ¿buscaste apoyo profesional?
–Malena fue un gran apoyo. Me ha cuidado mucho: me alimentó y fue muy contenedora conmigo, en especial, cuando veía que muchos de mis colegas no me llamaban para ver cómo estaba. En las malas, son pocos los que levantan el teléfono. Y sí… además de mis hijos (y de mis animales, que me hacen muy feliz), volví a hacer terapia. También tengo un nutricionista, que me armó una dieta con suplementos. Es un combo de lo correcto, de lo que hay que hacer por uno mismo.
–¿Descubriste cosas interesantes con la terapia?
–Sí. En especial, me ayudó a no magnificar tanto las cosas. Estoy tratando de andar más despojada: regalé ropa, objetos, muebles… Y así como sigo sin ver noticieros porque son todas pálidas, decidí no estar tanto tiempo con la computadora. Durante quince años jugué al SuperCity, un juego online. Quise dejarlo, pero volvía, como una adicción. Ahora pude.
–En este último tiempo, la salud mental empezó tener más lugar en la agenda.
–Es fundamental. Cuando conté lo de mi boca, recibí una gran cantidad de mensajes pidiéndome consejo y ayuda. Nada mejor que el testimonio de quien atravesó algo dramático para que la gente se vea reflejada. Hay muchas personas con depresión que no saben qué hacer. Cuando en 2016 murió mi amigo Gaspar [Mulet, con quien intentó montar una hostería; el emprendimiento fracasó y María perdió todos sus ahorros], me acuerdo de que le dije a uno de mis hijos “Llamá a Malena y decile que me quiero internar”. Ese pedido fue un acto de sanidad. Estuve dos meses en un psiquiátrico. Por suerte, aquella vez salí con trabajo: no tengo ni propiedades ni ahorros. Amo mi trabajo; me encanta componer los personajes, y eso me da felicidad. Por ejemplo, cuando hice 100 metros cuadrados, la obra que dirigió mi amigo Manuel González Gil, me tocó interpretar a Lola, un personaje que tiene tres by pass y mucho humor negro; me sentí muy identificada con ella. Ahora, en Tom, Dick y Harry, la obra que dirige Nicolás Cabré [está en Multiteatro Comafi, en Avenida Corrientes], personifico a una asistente social. Fue muy divertido “crear” ese personaje: la vestí de señora, con anteojos enormes y peluca negra. Por suerte, desde que estrenamos, nos está yendo muy bien. Las entradas están agotadas. La verdad, creo que voy a morir con las botas puestas no solo porque amo lo que hago, sino porque si quisiera retirarme, no podría.
–¿Y del amor te retiraste? Tu última pareja fue Juan Carlos “Pichuqui” Mendizábal, el papá de tus tres hijos.
–Siento que la sociedad no les da respiro a los que están solos. Estuve casada 25 años y, si hoy quisiera estar con alguien, debería ser especial. Muchos hombres me tiran los galgos a través de mis redes. El último fue uno de 30. “¡Puedo ser tu madre, mi amor!”, le dije. Para mí, la edad importa. Pero, además, soy muy chúcara, tengo muchos vicios y manías que, si tuviera una pareja, tendría que modificar… y no sé si quiero. Amor no me falta: tengo a mis hijos, amigos, a Nina, Roma y Pipa –las tres perras de Malena– y a La Rosalía y a La Cali, mis dos gatas. Si quisiera cubrir la parte sexual, lo resolvería abriendo el cajón de mi mesa de luz. Estoy sola por elección.
–¿Cómo te ves en 2023?
–Trabajando, aunque sin proyectar. Voy día tras día. Eso sí: cada vez estoy más auténtica. Y eso no es solo porque me saqué las prótesis mamarias [por un tema de salud], porque mi vida no pasa por un par de lolas, sino porque estoy aprendiendo a decir lo que siento sin lastimar a nadie. Ahora, me miro en el espejo y veo mis arrugas, que son tristezas y risas. Esta soy yo: una géminis de actitud adolescente, que anda por la casa bailando y escuchando música en el celular, y que va por la vida así, con este jogging de Boca Jr. Y, al que no le gusta, que siga su ruta.
Fotos: Pilar Bustelo. Maquilló y peinó: Joaquina Espínola. Agradecemos a Be Jardín Escondido by Coppola (@jardinescondidobycoppola), Será Vintage (@sera_vintage) y a Biuti (@biuti.ar).
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