Laura Noetinger habla sobre cómo un juego de la infancia se transformó en su profesión y analiza los accesorios que llevaron las mujeres en la coronación de Carlos III
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Laura Noetinger (56) aprendió el arte de la aguja y el hilo cuando apenas tenía 5 años. No podía sacarles la mirada a las manos de María Elena, la mujer que los cuidaba a ella y a sus tres hermanos, cuando se sentaba a coser algún botón o hacer algún dobladillo. Tantas eran las ganas de aprender que María Elena le daba retacitos de tela para que pudiera dar sus primeras puntadas. Luego, fueron los vestidos para las muñecas. Nunca pensó que ese juego de la infancia se convertiría en su pasión, su profesión y su marca personal. Cuando todavía no sabía qué quería estudiar, siempre tuvo claro que deseaba dejar huella. “Quería hacer algo que tuviera un impacto en los demás. No tenía que ver con la fama, iba por el lado de trascender. Y la vida sin querer, pero queriendo, me fue llevando a los sombreros”, cuenta la pionera de la nueva camada de diseñadores de sombreros del país. Creó fascinators, tocados y piezas únicas para Delfina Blaquier, la trilliza María Eugenia, Mirtha Legrand y Máxima de los Países Bajos.
–¿Cómo empezaste en el mundo de la moda?
–Papá murió cuando éramos muy chicos. Entonces mi abuela paterna fue quien ayudó a mamá a llevar adelante la familia. A mí siempre me gustó la moda y un día, cuando tenía 15 años, mi abuela me vio luchar para hacer una camisa y me preguntó: “¿Querés aprender de verdad?”. Me mandó a lo de Deborita Robredo que era una pariente nuestra para que aprendiera a coser de verdad. Gracias a ella hoy puedo hacer un vestido de alta costura, puedo coser lo que sea. Esas enseñanzas fueron mi base, tanto que cuando hice cursos en Londres, un sastre me dijo: “Tenés una puntada profesional”.
–¿Cuándo empezó a gestarse la sombrerera?
–Me casé a los 23, seis años más tarde me mudé a Nueva York y luego a Londres. En ese tiempo nacieron mis hijos Milagros (26), Lucas (24) y Mateo (21) y la aguja quedó en stand-by, aunque me había reencontrado con mi máquina de coser que me habían mandado de Buenos Aires. Me puse a hacer cursos cortos de un montón de cosas: bordado, moda, marketing, fotografía en el London College of Fashion, arte y pintura. Hasta que sentí que ya sabía todo lo que me explicaban. En una de las escuelas por las que pasé, vi unos moldes de madera, empecé a averiguar para qué eran y así descubrí los sombreros. Me anoté en el Kensingnton and Chelsea College para capacitarme y así comencé.
–También trabajaste con un diseñador.
–Le comenté a mi maestra y me recomendó con el reconocido diseñador inglés Bruce Oldfield, que diseñaba para Lady Di y le hizo a la reina Camilla el vestido para la coronación. Él trabajaba con la realeza británica, el jet set europeo y princesas árabes. Comencé con una pasantía y, a los tres meses, me contrató para que trabajara con él y me quedé a su lado dos años. Al mismo tiempo seguía capacitándome en el arte de hacer sombreros. Después decidí abrir mi propio estudio. Alquilé una oficina cerca de casa y atrás del Harbour Club, donde Lady Di jugaba al tenis, y empezaron a llegar las clientas, muchas italianas y españolas que se pasaban el dato de boca en boca.
–Cuando ya tenías una carrera hecha en Inglaterra, volviste a Buenos Aires...
–Pensé que haciendo sombreros acá me iba a morir de hambre. Pero como soy bastante mandada sabía que no iba a tener vergüenza de salir a tocar puertas. Apenas llegué, conocí a Fabián Zitta. Me gustó mucho lo que hacía, me pareció diferente, con mucha personalidad y pegamos muy buena onda. Diseñaba sombreros para sus colecciones y a través de él entré a la moda argentina. Bárbara Diez también me ayudó muchísimo, me contactó con Jorge Ibáñez, Pablo Ramírez, Laurencio Adot. E incursioné en los tocados para novias y madrinas, sombreros para bodas de tarde…
–¿Cuál es el sombrero al que le tenés más cariño?
–El que hice para el Victoria Albert Museum, porque me marcó el rumbo. Jamás me desprendí de él. También uno de fieltro, que en realidad es de piel de conejo, y que decoré con un alamar de mi abuela. Nunca perdió la forma y lo sigo usando. También me encantó hacer una colección de sombreros de papel para el desfile de Min Agostini en la galería de Marta Minujín. Fue increíble, cuando salieron las modelos la gente quedó impresionada.
–¿Cuál fue el pedido más loco que te hicieron?
–Una vez una madrina que se vestía de blanco, me pidió un tocado con velo ¡blanco! Según ella, la novia –su nuera– no tenía problema, pero me pareció tan raro que la convencí de poner un toque de color. Otra vez tuve que diseñar con la ayuda de un electricista, porque un señor me pidió un sombrero con la palabra “Art” iluminada para usar en un evento. También he hecho sombreros que me encargaron por videollamada. ¡Me encantan esos desafíos!
–En la coronación de Carlos III, los sombreros y tocados fueron protagonistas. Decime tus favoritos y cuáles no te gustaron.
–Como se había planteado hacer una ceremonia más austera, los sombreros y los tocados se asociaron a ese bajo perfil. Los que más me gustaron fueron los de Akshata Murthy, la mujer del primer ministro británico, y de Mary de Dinamarca. No me gustaron ni el de la cantante Katy Perry ni el de Jill Biden, la primera dama de Estados Unidos. El de la reina Letizia me gustó mucho, pero me pareció demasiado para ella: el sombrero la devoraba.
–La reina Máxima usa tus sombreros, ¿cómo llegaste a ella?
–Llegué a través de una amiga, Marina Lanusse, que la maquillaba. Me dijo por qué no le daba unos sombreros así ella se los mostraba. Le mandé varios y no podía creer que en la Argentina se hiciera este tipo de trabajo. Me encargó un tocado y le mandé otro de regalo. Los usa y los repite todo el tiempo.
–¿A quién te gustaría “adornarle” la cabeza?
–A muchas mujeres, pero me gustaría hacerle algo a Dita Von Teese porque me encanta su look de pin-up girl y me parece muy misteriosa. Del pasado, me hubiera encantado hacerle algo a Audrey Hepburn.
Agradecimientos: Teresa Ponce de León (maquillaje), Arsenio para PH 5.5 (peinado) y Vevû Atelier.
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