Pionera entre las bartenders porteñas y creadora de Puente G –un espacio multifacético que conecta gastronomía, arte, tragos, pasado y presente–, nos abre las puertas de su mundo privado y dice que la pandemia cambió sus prioridades
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Bartender autodidacta, pionera en hacerse un lugar detrás de una barra siendo mujer, Mona Gallosi (43) –nació como María Cecilia, pero desde chica le dicen Mona– hizo de su oficio una profesión y de su nombre una marca registrada. Es cálida, inteligente, disciplinada y con don de gente, virtudes que junto a su sonrisa radiante y su pasión por lo que hace la convirtieron en una de las damas de la coctelería porteña. Pero cuando las luces se apagan, las cocteleras se guardan y el bar cierra sus puertas, Mona vuelve a casa con su marido, Juan Pedro Zambon (57) –productor de espectáculos– y Delfo (5), su hijo, para cocinar para los tres, leer un libro de cuentos o simplemente hacer planes a futuro. Así, en la intimidad de su casa de Belgrano y junto a sus dos hombres recibió a ¡HOLA!
–¿Cómo conociste a Juan?
–Lo conocí hace once años trabajando en Paraguay. Yo estaba en pareja, él también, pero tuvimos una charla hermosa y nunca me olvidé. Y eso que soy muy distraída con los nombres. Después nos volvimos a cruzar un par de veces, siempre en eventos, luego no nos vimos por mucho tiempo, y cuando nos volvimos a encontrar yo ya estaba separada, él también y surgió algo, como que nos vimos desde otro lado. Al principio sólo nos escribíamos, no nos llamábamos, ni nos veíamos. Estuvimos como tres meses escribiéndonos, hasta que se animó a invitarme a salir y, desde ese momento, del que pasaron nueve años, fuimos amantes, después novios, más tarde decidimos vivir juntos, después nació Delfo y por último nos casamos.
–¿Quién es más consentidor y quién pone los límites con Delfo?
–Juan fue padre primerizo a los 52, podríamos decir que es un padre adulto. Quizás por eso la que pone más límites soy yo, la que reta un poco más soy yo, pero a la vez los dos somos como muy respetuosos de lo que el otro quiere, decide o hace. Nunca nos desautorizamos delante de Delfo. Yo soy como una mamá orquesta, lo llevo al colegio, lo voy a buscar, lo llevo a tenis, a equitación, a fútbol... Del pool me encargo más yo. Después, él tiene sus momentos de lucha y de juegos más corporales con el padre y conmigo sale a caminar, pintamos, nos sentamos a charlar, a mirar el cielo. Me he ido quince días a Europa por trabajo y Juan se hace cargo de todo perfectamente sin mí.
–¿A quién se parece?
–Gesticula, habla, se para y camina como el padre. Después es simpático, entrador y charleta como yo. Igual, con Juan somos muy parecidos: buenas personas, correctos, solidarios, y Delfo manifiesta todo eso. Cada vez que voy a una reunión de padres en el colegio me dicen que es contenedor con sus compañeros si alguien llora o le pasa algo, y creo que eso es lo mejor que saca de nosotros. Eso se mama en esta casa.
–¿Pensaron en tener otro bebé?
–Tuvimos dos etapas. Cuando Delfo tenía un año y medio nos dieron ganas, pero justo estábamos con el tema de armar Puente G y de la obra, y como disfruté un montón del primer embarazo, no quería vivir un embarazo estresada. Después nos agarró otro bichito, pero Juan se empezó a sentir muy grande, y la idea es estar en sintonía los dos. Y de repente nos dimos cuenta de que somos felices así, los tres. Ya está.
–¿Cambiaron tus hábitos o tu rutina a partir del nacimiento de tu hijo?
–A mí me cambió la vida desde que llegó Delfo y ahora tengo con él una conexión que está buenísima. Porque tuve mis momentos también. El año pasado no fue mi momento de conexión con mi hijo, fue el momento de salir adelante en medio de la pandemia, de trabajar, trabajar y trabajar. Se me pasó muy rápido y cuando me quise dar cuenta, dije: “¡Epa!, yo no me quiero perder nada más de mi hijo”. Entonces este año el trabajo pasó a un segundo plano, sin descuidarlo claro, pero lo primero es mi hijo y mi familia, y después el trabajo. Antes no era así, eran las dos cosas a la vez, y es imposible.
–¿En qué advertís ese cambio?
–El uso del celular, por ejemplo. Antes estaba mucho más pendiente. Me escribías a las nueve de la noche y te contestaba. Y ahora no. Salí del trabajo, metí el celular en la cartera, y me olvidé. Trato de separar, y ese es un trabajo que estoy haciendo con mi psicóloga, para empezar a disfrutar de los momentos de ocio, a no sentir culpa por eso.
–¿Cuándo supiste que lo tuyo pasaba por la coctelería?
–Lo descubrí a través del tiempo. Vine a Buenos Aires a estudiar diseño de indumentaria y para solventar mis estudios, empecé a trabajar en gastronomía. Me recibí de diseñadora modelista y cuando tuve que decidir qué hacer, me quedé con la gastronomía y la coctelería. Es que desde los 18 ya pululaba por las barras, en eventos, en bares, y siempre tuve facilidad para todo lo que tenga que ver con la gastronomía, tanto con el servicio como con la hospitalidad, las mezclas, la cocina. Cuando llegó el momento de pensar en un trabajo para mantenerme y poder estudiar a la mañana, no hubo otra opción que la gastronomía.
–¿Cómo fue desarrollarte en una profesión mayoritariamente masculina?
–Me costó un poco, pero no tanto. Es cierto que es un ambiente machista, pero eso cambió y sigue cambiando. Cuando yo empecé las oportunidades para las mujeres no eran tantas.
–¿Qué te distingue de otras mujeres? ¿Por qué te fue tan bien?
–Siempre fui muy estructurada, consecuente y ordenada para trabajar, y a las personas que veían eso en mí les resultó fácil darme una oportunidad. Empecé en un restaurante como camarera y estuve doce años. Fui camarera, cajera, bartender y, por último, manager, cajera y bartender, todo junto.
–¿Dónde o de quién aprendiste los secretos de la coctelería?
–No era como ahora que con Google tenés todo al alcance de la mano. En esa época tenías que comprarte libros, investigar, leer, formarte, así que yo aprendía con todo lo que podía, aprendía con los clientes, con la gente que se acodaba en las barras, y también sentándome en otras barras a observar lo que hacían los demás.
–¿A nivel profesional tenés alguna asignatura pendiente?
–A mí me hubiese gustado ser perfumista, pero en Argentina tenés que estudiar física y química, y eso ya me complica. Quizás esa sea mi asignatura pendiente. Tengo un olfato superdesarrollado por mi trabajo y me dan ganas de experimentar, también me tienta la posibilidad de trabajar en Nueva York, Londres, Berlín, lugares emblemáticos de la coctelería, y seguir aprendiendo, claro. Siempre hay para aprender.
Maquillaje: Melisa Dibenedetto con productos Dior Agradecimientos: JT, Jazmín Chebar y Simonetta Orsini
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