Dueña de un talento y una personalidad únicos, la artista -que el 24 de abril cumplió 80 años- logró dejar atrás el “patito feo”, como la apodaba su propia familia, y convertirse en el cisne de Hollywood
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Leyenda viva del cine, el teatro y la música, Barbra Streisand –la chica judía de Brooklyn que se adueñó de Hollywood tras vencer el mandato de su propia familia, que la consideraba un “Patito Feo” por su nariz grande– acaba de cumplir 80 años. Dueña de una carrera impresionante –52 discos de oro, 31 de platino y 13 multiplatino, 2 premios Oscar, 5 Emmy, 8 Grammy, 4 Golden Globes, 1 Tony y cerca de 50 biografías no autorizadas publicadas–, la vida de Barbra tiene tantas líneas argumentales que resulta difícil de seguir.
NACE UNA ESTRELLA
Nació el 24 de abril de 1942 como Barbara Joan Streisand –a los 18 años modificó su nombre porque quería “ser única”–, en un típico hogar de clase media de Williamsburg. La muerte de su padre Emanuel, cuando ella tenía quince meses, sumió a la familia en la pobreza y cuando su madre, Diana Ida Rosen, se volvió a casar, la pequeña Barbra empezó a vivir un infierno porque su padrastro, Lou Kind, nunca la quiso y la maltrataba por “fea”. Estudió en el Hall High School de su Brooklyn natal y, apenas terminó el bachillerato, se mudó a Manhattan para tratar de convertirse en actriz. No tenía dinero ni contactos, sólo una enorme seguridad en sí misma y en su talento. Y no se equivocó: el éxito le llegó bastante rápido, aunque no mediante la actuación, sino con la música, cantando en un bar gay del West Village, The Lion. “Cuando empecé a cantar no le daba ninguna importancia”, contó ella, que nunca tomó clases de canto. “Yo quería interpretar a Shakespeare, a Chéjov; ¿para qué ir a un night club? Pues para ganarme la vida. Me pagaban lo justo para comer”. Sus shows se llenaban, se fue corriendo la voz, y la contrataron de un club mejor, el Bon Soir. Fue allí donde su fama creció exponencialmente y donde la descubrieron los productores de Broadway. El ascenso de Barbra no había sido fácil (como no ganaba para alquilar un departamento dormía en los sofás en casas de amigos), pero sí meteórico.
FLECHAZO Y BODA
En 1961 le llegó su primera gran oportunidad y su primer gran amor: Barbra consiguió un pequeño papel en el musical I Can Get It For You Wholesale, donde conoció a Elliot Gould, un joven actor de 23 años que llevaba cuatro haciendo papeles menores en cine y teatro y acababa de conseguir su primer protagónico. La obra duró 300 representaciones y en cuanto terminó, Barbra y Elliot se casaron en Carson City. En poco tiempo se mudaron a un piso en la tercera avenida y el 29 de diciembre de 1966 nació Jason Gould, el único hijo de la artista. Hacia 1971 el matrimonio estaba terminado: habían sido una pareja sofisticada, de dos artistas en pleno auge que se veían poco, y no resistió que ella se hiciera más famosa que él. Durante esos años, Barbra fue construyendo una imagen que no se ajustaba a los cánones: divertida e impredecible, se las ingeniaba para verse elegante aun vestida con ropa de segunda mano, para todo tenía una respuesta irreverente, masticaba chicle, usaba las uñas larguísimas y tenía la capacidad de transportar al público de la risa a las lágrimas en pocos segundos. Tal vez por eso hubo quien pensó en ella para hacer Funny Girl, una comedia musical sobre la famosa estrella de los Ziegfeld Follies que se estrenó en 1964, en el teatro Winter Garden. La noche del debut, el público la ovacionó de pie (el elenco tuvo que salir a saludar veintitrés veces), Barbra hizo más de mil funciones de la obra y, a partir de entonces, todo fue en ascenso.
MÁS Y MÁS CINE
Cuatro años más tarde, Barbra llevó el personaje de Fanny Brice a la pantalla grande de la mano de William Wyler, conocido por Eva al desnudo y Con faldas y a lo loco. En 1969 ganó un Oscar por su actuación, en un excepcional empate con Katharine Hepburn. La noche de la premiación, la actriz y cantante estableció un récord curioso: fue la primera mujer que subió a recibir un Oscar vestida con pantalones. A partir de esa noche, Barbra siempre hizo lo que quiso. “Yo puedo estar en Vogue, puedo estar en Harper’s Bazaar, puedo llegar adonde ha llegado cualquier modelo o estrella simplemente por ser quien soy”, sentenció. Después vinieron papeles a su medida: Hello, Dolly!, Vuelve a mi lado (en este film aparece vestida con las exuberantes creaciones del diseñador y fotógrafo Cecil Beaton) y ¿Qué me pasa, doctor?, donde Barbra se alejó de los elaborados peinados y vestuarios de Hollywood para convertirse en una moderna chica de los 60, en una hippie, y, como consecuencia, en un ícono fashion. Por esa época, su gran objetivo profesional era tener el control de sus películas, por eso creó su propia productora, Barwood. Proceso que terminó con El príncipe de las mareas, de 1991, película dirigida, producida y protagonizada por ella junto a Nick Nolte (obtuvo 7 nominaciones al Oscar, pero Barbra no fue nominada como Mejor Directora).
DUEÑA DE TODOS LOS CORAZONES
En 1996 conoció a James Brolin en una fiesta y, en 1998, se casó con él. Siguen juntos y felices tras más de veinticinco años de matrimonio. Ella, con su habitual ironía, alguna vez dijo que dos décadas de matrimonio en Hollywood equivalían a cincuenta años en Chicago, y él explicó la clave del éxito: “Tengo mi propio dinero y ella, el suyo. Este es mi tercer matrimonio, así que no quiero que haya ninguna razón por la que me tenga que divorciar de nuevo. Hemos estado en el cielo durante todo este tiempo, así que funciona”. En los casi treinta años que pasaron entre su divorcio de Elliot Gould y su boda con James Brolin, la artista tuvo muchos amores. Aunque es justo decir que en la vida sentimental de Barbra Streisand cuesta mucho distinguir verdad de fábula, dado que se le adjudican romances imposibles de confirmar y otros que rozan la leyenda. Es el caso del ex tenista Andre Agassi: los venitiocho años de diferencia llenaron páginas y páginas de revistas y diarios a principios de los 90 y, según algunas versiones, la relación se terminó cuando él dejó de llamarla. Otro de los más comentados fue con el príncipe Carlos, a quien conoció en Los Ángeles en 1974 y con quien se reencontró, veinte años más tarde y en secreto, en una suite del hotel Bel Air. La versión oficial es que tomaron el té en privado. Así, la nómina de sus amores –reales o inventados– incluye a Omar Sharif, Nick Nolte, Warren Beatty, Steve McQueen, Elvis Presley, Ryan O’Neal, Jon Voight, Robert Redford, Don Johnson (habrían pasado una noche juntos en Aspen), Bill Clinton, Dodi Al-Fayed y Pierre Trudeau, primer ministro de Canadá entre 1968 y 1979, y entre 1980 y 1984 (padre del actual primer ministro canadiense, Justin Trudeau), entre otros. Para sus millones de fans en el mundo, Barbra es una suerte de diosa bajada del Olimpo: fue la primera en darse cuenta de que el talento es belleza en un momento en que en Hollywood se imponía operar narices y someterse a los dictados de la industria. El resto fue fácil: su gran capacidad de trabajo, sumada a su confianza ciega en sí misma, le pavimentaron el camino al estrellato. Y Barbra Streisand, el “Patito Feo” de Brooklyn, se transformó en un cisne que se instaló para siempre en la cima del mundo.
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