En su casa, la primera supermodelo argentina cuenta que sigue siendo una mujer libre, mientras revela anécdotas y repasa su love story con Alberto “Nono” Pugliese
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Abre la puerta de su departamento blanco con una sonrisa pícara, dispuesta a posar para la producción de fotos y hablar de su vida de película. Como un mago, saca de la galera historias increíbles, anécdotas y secretos de sus viajes por el mundo en sus años de modelo publicitaria, cuando de la mano del publicista y empresario Alberto “Nono” Pugliese –su pareja y socio creativo durante casi treinta años– vendió glamour y sofisticación (juntos eran una suerte de versión argentina de Jane Birkin y Serge Gainsbourg). Ya sin los dientes separados que fueron su marca registrada, Claudia Sánchez hipnotiza con esos ojos azul turquesa como piedras preciosas, mientras recuerda, repasa y se emociona. Fue la primera supermodelo argentina cuando ese concepto no existía (y la primera influencer), revolucionó la publicidad de los sesenta y setenta y se convirtió en la favorita de las marcas, los fotógrafos y el público. Chocolates, bebidas, autos, cremas, cigarrillos, ella brillaba por televisión y las mujeres soñaban con ser Claudia Sánchez: pedían su corte de pelo en las peluquerías, querían tener sus carteras y su ropa, incluso algunas empezaron a fumar para parecerse a ese ícono que seducía desde el aviso publicitario. Inspiró una clásica revista femenina que llevó su nombre, siempre fue su propia manager, trabajó en cine, tuvo dos maridos –Armando Sánchez, el padre de su hija Candela, casados por Civil y por Iglesia; Nono Pugliese, el padre de su hijo Francisco, sin papeles–, amantes, una propuesta de matrimonio del marajá de Baroda, que la vio en el ascensor del hotel Dorchester de Londres, anduvo por Buenos Aires en un Rolls-Royce, corrió rallies (tiene planes para participar en otro en septiembre), habitó una casa que había pertenecido a Victoria Ocampo, dejó todo y se fue a vivir al campo. “He vivido muchas vidas en una”, dirá ella durante la entrevista. Y es estrictamente cierto. Abuela de tres nietos, Franqui, de Francisco, y los mellizos Aurora y Pedro, de Candela, Claudia –dueña de un gran sentido del humor, culta, lectora voraz, amante del arte y portadora de una belleza natural a contramano de los tiempos– habló con ¡HOLA! Argentina sin nostalgia sobre ese pasado de esplendor, el amor, la soledad y sus miedos.
–Volviste a trabajar de la mano de una de tus grandes pasiones, el cine. ¿Cómo te contactaron?
–Eso fue lo más lindo, porque me llamó gente joven. Creo que me vieron en la publicidad que hice para Prüne hace un tiempo. Me preguntaron si quería hacer una prueba para participar de un largometraje y dije que sí. Por supuesto que esa noche no dormí de los nervios: “Para qué habré dicho que sí”, pensaba. El film se llama Las Corrientes y es una coproducción argentino-suiza.
–Pero a pesar de los nervios superaste la prueba.
–Sí. Antes de hacerla pensé: “Seguramente se va a hablar en inglés y francés”, y yo voy a decir que hablo todo, aunque no hable nada. [Risas]. Después hice la prueba y me olvidé del tema, porque si había alguien que creía que no iba a trabajar nunca más, esa era yo. Y de golpe, recibo un llamado en el que me preguntan adónde me podían alcanzar el guion. Y cuando lo recibo, veo que el libro decía “Claudia Sánchez”. ¡Se me salió el corazón de la emoción!
–¿Te divertiste filmando?
–Sí, había estudiado muchísimo, pero tenía pánico de olvidarme la letra. Y la sorpresa fue que se trataba de una producción enorme, de mucha gente… y todos hablaban español. Uno era peruano, otro colombiano, otro argentino… pero todos vivían en Suiza, en Ginebra. Tenía un personaje que era madre, suegra, abuela… y bastante texto. La pasé muy bien y pude hacerlo por la libertad de movimiento que tengo en este momento.
–¿Qué valor le das a la libertad?
–Es algo que me hace feliz y me permite tener mis tiempos para ir de acá para allá y hacer lo que me gusta.
–¿Seguís siendo una mujer nómade?
–Un poco menos que antes. Yo tuve gatos, perros, monos, loros… en el campo. Pero en la ciudad, siempre tuve un perrito, y a los perritos los llevás encima a cualquier parte. Pero ahora tengo un gato, Jacinto Chiclana, que es totalmente dependiente de mí. Entonces, para viajar, necesito dejar a alguien viviendo acá. Francisco, mi hijo, me dice: “Regalalo, mamá”. Y yo le digo que no, porque lo quiero al gato. Aunque en el fondo, Jacinto es una excusa: digo que no viajo por él, pero en realidad no quiero viajar.
–¿En algún momento te pesa estar sola?
–No, nunca. Será porque tengo amigos nuevos, de los últimos años. No es que una deje a sus amigos de siempre, sino que se han ido muriendo. Durante mucho tiempo, los domingos nos juntábamos a comer en lo de Juan Stoppani. Se armó un grupo lindísimo: Alfredo Arias, Marilú Marini, Alejandra Radano, Renata Schussheim… Toda gente talentosa, que te llena el alma y te vincula con lo que está pasando en Europa, en París. Gente que yo conocía, pero que no era tan cercana. Vamos al teatro, al cine, a comer… A mí me gustan las rutinas y después de la muerte de Juan ese grupo siguió, se fue actualizando, nos vemos, hacemos planes. Por eso nunca estoy sola.
–¿Te gusta quedarte en tu casa?
–Sí, mucho, y se nota en mi casa: todo está para que lo haga yo. Desde cambiar las sábanas y meterlas en el lavarropa hasta cocinar. No podría estar con una persona acá que me diga: “¡Señora, no hay limones!”.
–Tuviste cáncer tres veces, una trombosis en una pierna que casi te deja sin caminar y vivís con EPOC. ¿Qué herramientas te ayudan a superar todo eso?
–La alegría y el agradecimiento. Para mí, la alegría es fundamental. Cuando fue lo de la trombosis, por ejemplo, que pasó no hace tanto, me decían que era muy difícil que volviera a caminar, y yo pensé: no me voy a quedar sentada ni en una silla de ruedas, voy a caminar como de costumbre. Hice la rehabilitación, trabajé muchísimo, y estoy mejor. Hasta volví a manejar, que apenas podía sentarme adentro de un coche. Será que siempre pensé que era un momento, que iba a pasar.
–¿Te reconocen por la calle?
–Ahora sí, como que otra vez me reconocen. El otro día fui al teatro y mucha gente me reconoció. Varios se me acercaron y me dijeron: “¡Claudia, estás igual!”, o “Saquémonos una foto”.
–¿Se te acercan más los hombres o las mujeres?
–¡Ellas! Siempre las mujeres. Se me acercan y me hablan del padre, o del hermano, o del marido. O incluso llaman al marido que por ahí, por vergüenza, se queda a un costado. Eso me pasa mucho. “¡Ay, cuando le diga a mi papá que te conocí!”. Hace poco le dije a una señora: “¡Qué suerte que todavía no llegué a los abuelos, que aún estoy con los padres! ¡Qué bárbaro!” [Risas].
–¿Cómo definirías este momento de tu vida?
–Creo que estoy viviendo uno de los mejores momentos. Es importante darse cuenta de eso y gozar la maravilla de cada día. Yo soy una gozadora, porque tengo conciencia de que todo es un regalo. Lo único que quiero es que no me quiten la alegría: estoy donde me quieren y rajo de donde no me quieren. Como los animalitos: si me das una caricia, me quedo; si no, me voy, si total estoy muy bien sola…
–¿Después del Nono tuviste alguna pareja formal?
–Galanes tuve muchos, pero pareja no, porque nunca me interesó. Sí tuve una suerte de amigovio, que fue más un invento mío que algo real, porque cuando vos sufrís un golpe tan fuerte te echás la culpa. Hasta que me di cuenta de lo que estaba pasando, nos sentamos a hablar y aclaramos todo. Ojo que no fui ninguna santa, no me perdí nada. Pero no me arrepiento.
–Hablando de galanes, ¿conociste a Alain Delon?
–Sí, era un hombre imponente. Estábamos en Punta del Este, era verano acá, y llovía sin parar. Entonces, el Nono me dijo: “Claudia, el tiempo está horrible, te invito una semana a París, te estrenás el tapado y la pasamos bien”. Tenía un tapado nuevo que no había usado aún. Era la época en que ibas a Ezeiza a sacar el ticket. Entonces partimos, yo con el tapado de marmota en la mano, directamente a París para pasear, dormir y comer. Y viajamos por Aerolíneas Argentinas, con un comandante que era muy amigo nuestro, Agustín Peso, y que nos dijo que tenía entradas para la pelea de Monzón con Mantequilla Nápoles. Fuimos con él. Llegamos al lugar de la pelea y cuando Monzón me vio me preguntó: “Señora, ¿cómo está?”, y Delon, que estaba sentado ahí, bajó a saludarnos. Era tan bello que no se podía creer.
–Nunca te hiciste una cirugía estética. ¿Por qué?
–Prefiero una belleza natural. Además, a lo largo de mi vida jamás me apoyé en lo físico, porque nunca me vi linda. En todo caso, lo mío es más actitud que belleza física.
–De todos los lugares del mundo que conociste trabajando elegiste Saint Thomas, en el Caribe, para comprar una casa. ¿Qué tiene de especial?
–La naturaleza, que es maravillosa. Viví un tiempo ahí y aprendí mucho de la gente de la isla, sobre todo cuando un huracán destrozó todo, incluida mi casa. Además, soy algo así como “Ciudadana ilustre” de Saint Thomas.
–Qué curioso… ¿Por qué te dieron esa distinción?
–Porque en un momento la gente del lugar se empezó a dar cuenta de que yo llevaba argentinos: bajaban del avión, tomaban un taxi y decían: “Muéstreme la casa de Claudia Sánchez”. Y los taxistas no tenían idea de qué le hablaban y le mostraban cualquier casa. Hasta que alguien averiguó quién era Claudia Sánchez, vio las publicidades que habíamos hecho con el Nono en la isla, y ahí entendieron por qué los turistas argentinos eran tantos. La gente compraba casa y se quedaba allí. Corrían los años noventa creo. Incluso en esa época hicimos una publicidad en la que aparezco bailando y, al lado mío, baila un hombre con zancos. ¡Ese hombre es el gobernador de la isla!
–¿Extrañás esa época?
–Es que esa época se terminó, es irrecuperable. No se podría filmar ahora como hacíamos nosotros. Mirá, hace poco acompañé a mi hija a Milán. Al llegar le dije: “Yo me quedo acá en la plaza tomando un Negroni, a ver si recuerdo algo de la ciudad que conocí, porque no puedo creer que esto sea Milán”. Nosotros filmamos ahí… yo caminando, el Nono cantando esperándome en un cafecito… Nada de eso se podría hacer ahora: eran multitudes caminando por todos lados, son hormigueros humanos que bajan de los subterráneos, que llegan a los aeropuertos, que recorren las iglesias, los lugares turísticos. Ni siquiera de noche se podría filmar.
–¿A qué le tenés miedo?
–Bueno, a la dependencia, a no poder valerme por mí misma. Me gustaría que la gente pueda tener una pastillita y en una situación así, decidir cuándo decir basta. Porque no es sólo uno el que sufre, es todo el entorno. La dependencia puede llegar a ser muy humillante. Ese es mi único miedo.
Maquillaje: Joaquina Espínola.
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