En la intimidad de su departamento de San Isidro, al que se acaba de mudar, posa en exclusiva y se presta a una charla sincera
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A medida que habla, uno no puede dejar de pensar en las mil vidas que lleva vividas, aunque muchos sólo conozcan de ella la más pública, la que tiene que ver con su etapa de mannequin, cuando en los 80 y los 90 brillaba como favorita de los grandes de la alta costura. Sin embargo, Teresa Garbesi (63) no es de las que se quedan en la gloria eterna y no tiene miedo a dar vuelta la página, desafiarse y probar nuevos aires. “Estoy en el mejor momento de mi vida. Por muchos años fue hacer, hacer y hacer. Como modelo, esperaba que me llamara tal boutique o tal diseñador, después, me recibí de periodista, hice una marca para televisión, América Rural, trabajé muchos años en Radio Continental, armé un Parque Industrial en General Rodríguez. Hasta que llegaron los 62 y me jubilé del Parque Industrial después de trece años. Mis hijos vivían afuera hacía rato y fue un momento de reinventarme. Volví a estudiar y este año me recibo de counselor”, le cuenta a ¡HOLA Argentina! Teresita, mientras ofrece un rico té en su flamante departamento de San Isidro.
–¿Te costó el nido vacío?
–No, tengo una lindísima soledad, la valoro muchísimo. Mi hija Martina (37) se había ido a los 23. Hoy vive en España, trabaja en Marketing para una empresa de Estados Unidos, está casada y tiene dos hijos, Juana (5) y Joaquín (3). Pero, a pesar de la distancia, es muy presente, muy compañera y cariñosa. Mi hijo Mateo (33) es abogado, igual que Vicky su novia, y trabaja para un banco francés. A fin de año se casan. Los dos son muy amorosos y estamos mucho online. Lo que sí extraño es a mis nietos.
–¿Qué tipo de abuela sos?
–No sé cómo sería si vivieran acá, pero cuando voy a visitarlos me enfoco en ellos. Les leo cuentos y, como me gusta el arte aunque no sé nada, vamos a los museos y al volver pintamos lo que vimos. También vemos arte en miniatura en Instagram, y mi nieta ya conoce algunos cuadros. Me engancho con eso más que con llevarlos a la plaza. Hace poco la llevé al Palacio Real y fue vestida de princesa. Y cuando una señora le dijo “pero si eres una reina”, ella le aclaró que estaba disfrazada. Los chicos son adorables.
–¿Qué te pasa con esto de reinventarte?
Me reinvento cada cinco minutos, no me cuesta. Hoy se llama resiliencia. Necesito estar en actividad, tener horarios. Tengo millones de amigos de distintos grupos, recibo mucho en casa, incluso vienen los amigos de papá, que tiene 96 años y está bárbaro. Él, todos los sábados, hace un té en su casa. Pero a veces lo hacemos acá. Y hacemos cursos de historia juntos por zoom. Antes de la pandemia íbamos al CASI a unos cursos del Instituto de Cultura CUDES sobre diferentes temas. Ahora estamos con una profesora de historia. Tengo una soledad tan llena de cosas que no puedo más.
–También tenés una postura muy firme sobre el paso del tiempo…
–Nunca en la vida tomé sol, eso alguna ganancia me dio. Y mis arrugas me costaron mucho. [Piensa]. Me costó mucho la vida, como a todo el mundo. Hubo mucho llanto, mucha risa, ¿me las voy a borrar? En alguna oportunidad tuve que achicarme económicamente, o cuando tenía 23 años murió una hermana mía y quedó un chiquito de 2 años, del que nos ocupamos mucho. Digo, hubo sufrimiento, a la vez cosas buenas. Y ahora siento que estoy libre. [Piensa]. Yo soy esto, te guste o no te guste. No tengo ganas de gustarle a nadie más que a mí, y no me veo tan mal, me la banco bastante bien. Las canas hace años que me las quería dejar. Por supuesto mis amigas me decían que no, hasta que hace diez años dije basta. Y no me cambio por nadie. No haría nada que me cambie mi naturaleza, salvo hacer gimnasia porque me genera endorfinas y me hice un grupo lindísimo. Hacemos gimnasia bien fuerte, corremos, usamos pesas de cuatro kilos, hacemos la plancha… Ellos entrenaban para correr una regata y mientras yo venía de “abdominales 30″, ellos venían de “abdominales 200″. [Se ríe]. Entrenamos juntos hace trece años. Y me bancaron todas las angustias, las buenas, las malas.
–¿Estás sola?
–¡Sí!
–¿Querés seguir así?
–Por supuesto.
–¿No te gustaría volver a enamorarte?
–No, yo me casé dos veces. Tengo dos excelentes ex maridos: el padre de mis hijos [Peteco Ventura], que es un fenómeno. Vivíamos enfrente hasta que me mudé acá. Mi segundo marido [Guillermo Mattioli] también es una gran persona y vivíamos a la vuelta. Tengo una excelente relación con ellos, pero quizás yo soy para estar sola, no me pesa.
–¿Extrañás algo del mundo de la moda?
–No. La etapa de la modelo la terminé cuando se subió a la pasarela Nicole Neumann. Ella tenía 14 y yo 33. Estaba claro que ya me tenía que ir. [Se ríe].
–¿Cómo fue que te convertiste en modelo?
–Mamá era maestra de inglés y después directora de un colegio, papá era abogado… Imaginate que cuando empecé a trabajar mi abuela no me habló por un año. ¡Estaba re mal visto! Yo era secretaria en el estudio de papá, tenía 17 y me fui a hacer un curso de modelo con Silvia Albizu. Una chica me propuso ir a lo de Graciela Vaccari, que iba a hacer un desfile, me tomaron y nunca más paré. Años después yo puse mi propia escuela. El modelaje me dio amigas, viajé un montón y me dio un oficio, eso de estar siempre arreglada. Fue una enseñanza de vida muy buena, tengo recuerdos divinos. La alegría que hoy siento de estudiar counseling me la da el haber vivido tantas cosas, como esa competencia o los celos que había.
–Contame cómo era entonces...
–Había celos, envidia. Eso pasa hasta en una oficina. Se ponían en evidencia, por ejemplo, en las pasadas finales. Pero si me buscás en alguna foto de los cierres de los desfiles de Gino, que era un amor y hacía casi la ropa para cada una, no me vas a encontrar. Yo tenía mis hijos chicos en casa, entonces me escapaba antes para poder tomarme un taxi y llegar rápido. Siempre me tiró mi familia. Acá el tema es que tiene que ver con la belleza, las arrugas, el kilo de más. Lo padecía. Por eso quise indagar otras cosas. Pero valoro mucho las amigas que me quedaron. La gente te llamaba porque tenías tu estilo que te definía. Nos peinábamos todas como queríamos, ni sabían cómo nos llamábamos. Yo era la morocha de pelo corto. Después se empezaron a dar cuenta de cómo nos llamábamos porque más adelante alguna se casó con un empresario, entonces entrabas a las revistas por otro lado, no por la moda. A mí eso nunca me pasó.
–¿Quiénes son esas amigas que te quedaron?
–Karina Rabolini, aunque es mucho más chica que yo. En realidad, la conocí de más grande, haciendo relaciones públicas en Pinamar. También Tere Frías, Ada Masso, Laura Ocampo, Mora Furtado, Mariana Arias, con quien una vez a la semana voy al teatro, Andrea Frigerio, Nequi Gallotti, Tere Calandra... Nos vemos muchísimo. Hacemos comidas en nuestras casas, vimos nacer a nuestros hijos, vimos sufrir a cada una. Tuve la suerte de trabajar con diseñadores buenísimos, incluido Oscar de la Renta, cuando vino a Argentina e hizo un desfile en el Sheraton con las modelos del momento, como Claudia Schiffer o Naomi Campbell. No lo podíamos creer. Después te das cuenta de que todas somos iguales, todas la pasamos bien, todas la pasamos mal. Fue extraordinario. Lo más bravo fue entrar en esos vestidos. ¡Yo ya tenía a mis dos hijos, estaba lista para la retirada!
–¿Cuál es tu próxima meta?
–Quiero recibirme, ser una buena profesional y acompañar a la gente, ayudarla, saber escuchar con el corazón. Y creo que puedo lograrlo.
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