Ligera de equipaje, no teme mostrarse en cuerpo y alma: íntimas confesiones al borde de la pileta
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En una primera mirada, Julieta Ortega parece una mujer seria, reconcentrada, por momentos casi infranqueable. Sin embargo, a poco de conocerla, esa imagen se desvanece en favor de una mujer que sonríe mucho más de lo que cree (y cuando lo hace con toda la boca contagia ganas de vivir), sensible y apasionada, que sabe escuchar, maneja con maestría los silencios y disfruta de una buena conversación que gire en torno a cualquiera de los tópicos que la interpelan. Serena y segura de sí misma, Julieta no se deja encorsetar según los mandatos sociales y, con esa actitud, enfrenta los distintos roles que ejerce cada día: actriz, conductora, emprendedora, mamá, hermana, hija, amiga… A punto de estrenar La fuerza del cariño en el Multiteatro Comafi junto a Soledad Silveyra, Osvaldo Laport, Dolores Ocampo y Damián Iglesias, mientras prepara la segunda temporada del podcast Las cosas que no salieron como querías, con Las pibas dicen y con un ojo puesto en su marca de pijamas, aceptó hacer una producción y entrevista exclusivas con ¡HOLA! Argentina en las que posó en traje de baño y habló de todo: su familia numerosa, la fama –heredada y propia–, la relación con su hijo, Benito, sus inseguridades, los planes para la vejez…
–Varias veces aceptaste el desafío de hacer entrevistas. ¿En qué rol te sentís más cómoda, como entrevistadora o como entrevistada?
–Me gustan mucho la conducción y entrevistar, me gustó toda la vida. De chica jugaba a ser periodista. Y siempre que me lo propusieron, dije que sí. Incluso, cuando de la nada se me ocurren cosas para hacer, muchas tienen que ver más con esto que con la actuación… Me gusta la conversación, la investigación… Me encanta preguntar, soy curiosa por naturaleza.
–¿Andás por la vida preguntando?
–[Risas]. Sí, pregunto mucho, y no todo el mundo se lo toma bien, porque apenas conozco a alguien empiezo a preguntarle cosas de su vida. Soy curiosa pero no a nivel chisme, sino que siempre me interesó saber cómo hacen los otros con algunos temas que me atraviesan a mí. Es un poco como bucear en la vida del otro o la otra, que siempre son un espejo.
–A través de tus redes sociales se trasluce que sos una gran lectora. ¿De dónde viene tu pasión por la lectura?
–En el colegio fui buena solamente en Lengua, Literatura, escribiendo… todo eso fue lo que siempre me gustó hacer: leer y escribir. Pero cuando realmente empecé a desarrollar una pasión por la lectura fue a los 20, que me mudé sola a Los Ángeles y tenía mucho tiempo libre. No conocía a nadie, no tenía con quién hablar, sólo iba al teatro y leía. Así que en tres años ya había leído a muchos autores de la literatura norteamericana y a los clásicos. Fue una combinación de tiempo libre, aburrimiento y necesidad de que pasara algo, porque hasta que tuve una amiga pasó mucho tiempo.
–¿Y ahora te hacés tiempo para leer con tanto celular y plataformas?
–Me cuesta muchísimo concentrarme en cualquier texto. Si leo, leo cosas cortas. Si un libro es muy apasionante, entonces sí, lo leo en uno o dos días. Pero perdí el hábito de irme a la cama con un libro, por ejemplo. Y me da mucha pena que las generaciones nuevas tengan el teléfono en la mano todo el tiempo, como lo tengo yo, que te produce una adicción tremenda, no lo podés largar y compite siempre con la lectura.
–¿Sos la misma mamá hoy que cuando Benito era más chico?
–Un niño va creciendo y tu versión de madre se ve como interpelada: el crecimiento de un hijo va exigiendo otras cosas. Yo diría que ahora estoy en una etapa más fácil, porque él ya es una persona que se levanta, se toma el colectivo, va a donde tiene que ir… aunque sigue preguntando qué vamos a comer. [Risas] Pero ya es más independiente.
–¿Qué le contestarías si te dice que quiere ser actor?
–¡Quiere ser actor! Le diría que estudie, lo que le dije siempre. Estoy haciendo lo que pensé que nunca iba a hacer, eso de repetir lo que decían nuestros padres: “¿Por qué no hacés otra cosa?”. [Risas]. La verdad es que es una profesión hermosa, pero intermitente, y uno quisiera que los hijos no pasaran por esa incertidumbre que tenemos las actrices y los actores todo el tiempo, cuando terminamos un trabajo y pensamos: “¿Y ahora qué?”, “¿quién me va a llamar?”, “¿de dónde va a venir mi próximo sueldo?”. Eso es angustiante. Obviamente lo ayudaré todo lo que pueda, pero tampoco sé cuánto lo voy a poder ayudar ni por cuánto tiempo. Vivimos en un país muy difícil. Entonces lo que hago es decirle: “Si te gusta la actuación, primero estudiá y también tené en cuenta que es importante estudiar otras cosas, tenés que tener un plan B, no podés depender solamente de que alguien te llame para trabajar”.
–¿Te hubiera gustado tener otro hijo?
–Lo pensé cuando él era muy chiquito, porque me daba lástima que no tuviera hermanos. Una de las cosas que yo más valoro en la vida son mis hermanos, porque la infancia con hermanos es una fiesta. Benito tiene primos, pero no es lo mismo que crecer en la misma casa. Sólo lo pensé en función de él, yo no tuve esa fantasía de ser mamá de muchos hijos, porque cuando nació Benito volví a trabajar enseguida, y los primeros meses me lo llevé conmigo a grabar, hice poner una cunita en el camarín, era todo un delirio… Terminé muy estresada. Con lo cual creo que no hubiera podido tener más hijos. Debería haber tenido como otra concepción de la administración familiar, económica, no sé… Porque en mi casa, cuando estuve casada, aportábamos los dos de igual manera, entonces yo no podía parar de trabajar dos años. No sé, es algo en lo que pienso mucho. De hecho, uno de los episodios del podcast que estoy haciendo para la segunda temporada es sobre la relación de las mujeres con el dinero, un tema del que me encanta hablar, porque siento que lo hablamos poco.
–¿En algún momento pensás “La independencia económica es genial, pero cansa, ¡qué ganas de tener un hombre que me resuelva todo!”?
–La trampa con eso es que cuando tenés una persona que te resuelve las cosas por un tiempo, hasta que esa relación dura, no es tu plata, y está muy claro que no es tu plata. Porque está claro que te están dando, y ahí se empieza a crear una relación dispar, se arma como un desequilibrio que nunca es sano para la pareja. Y la verdad es que es muy difícil que dos personas se emparejen tanto económicamente.
–Por lo que contaste, así funcionaba tu relación con el papá de Benito.
–Claro, entre los dos manteníamos esa casa, y por eso la separación no fue problemática, porque no había un “Yo te di”, “Yo puse esto”, “Esto es mío”. Los dos habíamos puesto y cada uno tenía su trabajo y sus cosas de antes, entonces no hubo más que decir adiós. Y organizar algo en relación con la tenencia compartida del niño.
–¿Te pensaste de suegra?
–No me pienso en ese rol todavía.
–¿Aún no te presentó una pareja?
–No, por suerte no. [Risas]. Va a ser difícil no dar opiniones. Una cuando es madre tiene que aprender a callarse la boca. Cosa que es muy difícil, sobre todo para mí, que vengo de una mamá que nunca se calló nada. Es terrible y gracioso a la vez, entonces pienso que no sé si voy a poder ser una madre distinta. Mi mamá es muy cándida, eso es lo que tiene de lindo. Ella no puede no decirte lo que está pensando. [Risas].
–¿En qué más te parecés a tu mamá?
–En un montón de cosas. Otro tema del podcast: las madres. La crianza en general es un terreno para desarrollarse bastante más chico de lo que uno piensa antes de ser madre o padre. Vas viendo el devenir de una persona, lo que le pasó, cómo va creciendo, lo que sucedió con sus padres, su propia historia, y los desarrollos de esas personas nunca son una sorpresa. Hay como un devenir lógico. Y yo siento que todo eso en mí está, y de quien soy hija también está. Y me veo en mil cosas de mi mamá, cada vez más, como a ella le habrá pasado con su madre.
–¿Y qué tenés de tu papá?
–Físicamente un montón, aunque de carácter no me reconozco tan parecida. En ese sentido, a mis hermanos los veo más parecidos a él, y diría que yo soy más bien una mezcla. Tal vez me parezco en que soy introvertida, pero al mismo tiempo, como tuve otro recorrido de vida, con diferencias respecto al de él, soy introvertida de otra manera. Bueno, quizás somos similares en el hecho de que soy seria. Tengo cara de seria. La gente cree que soy seria o mala onda. En eso soy parecida a mi papá, definitivamente. Él tiene lo mismo, o peor, sólo que como es hombre, nadie le exige que sea simpático y sonría.
–¿Qué es lo mejor y lo peor de crecer con muchos hermanos?
–Crecer con muchos hermanos es lo máximo. No hay peor. A no ser que te lleves muy mal, pero cuando tenés cinco, con alguno te vas a llevar bien. De cinco, con dos por lo menos vas a tener mucha relación, es raro que te lleves mal con cinco personas. A mí lo que me fascina de los hermanos es que, incluso habiendo nacido en momentos muy distintos, porque Rosario llegó a mis 15 años y no tengo con ella la misma historia que por ahí tuve creciendo con Martín o con Sebastián, son como testigos únicos de tu infancia y adolescencia. Los hijos nacen en distintos momentos familiares, sin embargo, el hecho de tener esa pareja de padres en común ya te hermana de una manera que no se compara con nada. Esa complicidad que tenés cuando compartís los mismos padres es un montón. Me encanta saber que tengo aliados en mis hermanos.
–Haber estado expuesta al escrutinio público desde tan chica ¿te moldeó de alguna manera?
–Es lo único que conocí, así que no puedo comparar. Sí te puedo decir que nunca fue un shock y que lo único que tuvo de bueno es que, al dedicarme a lo mismo después, no sentí nunca que la fama fuera un valor en sí mismo. Entendí lo que es que te conozca todo el mundo y que no te conozca nadie, porque en un momento nos fuimos a vivir a los Estados Unidos y entonces pudimos caminar por la calle y que no se diera vuelta todo el mundo, algo que en la Argentina durante mi adolescencia no podíamos hacer. Para bien, para mal, para mirar, para chusmear, para decir “¡Mirá quién está!”. La gente habla y piensa que vos no estás. Y escuchás todo: “Ah, pensé que era más alto”, “¿Esos son los hijos? No, esos no son los hijos”. Crecés con ese murmullo constante, y después, cuando eso me empezó a pasar por mí misma, como que tampoco fue un antes y un después.
–Es que tu papá debe haber sido el hombre más famoso de su época…
–Probablemente sí. Lo que pasa ahora, como es un tipo grande, es que camina por la calle y, si bien la gente lo reconoce y lo saluda, es otra cosa. La primera vez que vi a mi papá en una plaza fue con mi hijo: pudo ir a una plaza por primera vez como abuelo, nunca había podido hacerlo como padre. A nosotros no podía llevarnos a ningún lado, era imposible. Era otra época, con un nivel de fama distinto: no había dos mil quinientos programas de televisión ni redes sociales, la gente famosa era muy famosa, y no eran tantos los famosos. Era otro mundo.
–¿De chica imaginabas que tu vida iba a ser así?
–Sí, me convertí en la mujer que de chica soñaba que iba a ser. Hasta con lo que no tengo soy como pensaba. La gente que a mí me gustaba cuando era chica, la que miraba, la que observaba, a la que le prestaba atención, la que me conmovía, tiene mucho que ver con lo que yo soy hoy, con lo que tengo y no tengo.
–¿Cómo te imaginás dentro de veinte o treinta años?
–No sé, es un tema que me atraviesa bastante. Sí me veo viviendo en el mismo barrio y, por momentos, menos expuesta. Yo trabajo mucho con actrices más grandes, y cuando las miro pienso si voy a tener esa fortaleza para seguir, porque estás todo el tiempo a merced de la opinión ajena. No sé si dentro de veinte años me quiero preocupar por cómo se me ve. Y, en otros momentos, por el contrario, estoy segura de que voy a estar haciendo cosas parecidas a las que hago hoy. Es muy probable que esté actuando, que siga haciendo fotos. Debe ser que la idea me estresa, por eso fantaseo con estar menos expuesta a los 70. Aunque también creo que eso es lo que se espera de una a esa edad: que se retire, que se quede en su casa rodeada de gente querida, que ya no se muestre. ¿Por qué? ¿Por qué hay que hacer cosas que estén detrás de escena? Como ves, no tengo nada resuelto en ese sentido.
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