Su madre, Leonor, les marcó el camino de la cocina, que al enviudar tomó para sobrevivir, y ellos se perfeccionaron y tuvieron sus carreras exitosas
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Aquello de que los hermanos sean unidos como ley primera es algo que, de sólo verlos interactuar, se nota que lo tienen claro. Juliana (47) y Máximo (45) López May se preparan en la casa de ella, en Tigre, para el shooting con ¡HOLA! y mientras Juliana se alista, él le consulta qué camisa ponerse. Entre cafés y mates, cuentan que aprendieron a cocinar de chicos, ayudando a su mamá, Leonor, que al quedar viuda se embarcó en un emprendimiento de tortas para mantener a sus cuatro hijos. Si bien todos heredaron ese placer por comer rico y casero, sólo ellos dos se dedicaron a la gastronomía.
Catorce años atrás, Juliana dejó los fuegos de los restaurantes que transitó para convertirse en una marca registrada: da clases de cocina, escribe libros, tiene productos con su nombre, organiza viajes de cocina, asesora empresas y está por lanzar su propio canal de cocina on demand. Máximo, en tanto, desarrolló una prestigiosa carrera internacional enmarcada en la industria hotelera, pero también escribió un libro y de tanto en tanto se lo ve en televisión (ahora está al aire Juliana y Máximo, que hicieron para El Gourmet). Tras una década en el exterior, volvió al país e inauguró Pulpería López May, un sueño que tenía hace rato y queda justo frente al estudio de cocina de su hermana, en Tigre.
–¿Cuál fue la punta del ovillo en esta herencia gastronómica recibida?
-Máximo: Nuestros abuelos maternos, Hugo y Franzie, eran judíos y escaparon de los nazis en la Segunda Guerra. Vinieron de Hamburgo, cerca de sus 30 años, y dejaron todo para instalarse en un lugar donde no conocían a nadie. Trajeron herramientas y libros de cocina, vajilla y cristalería, que es una gran herencia para nosotros. Así que mucho de lo que mamamos de chicos tiene que ver con ellos. Después, cuando nuestro padre murió, Juli tenía 12 y yo, 10. Mamá, a sus 40 años, tuvo que salir a trabajar para mantenernos. Al principio empezó a cocinar, con recetas de su abuela, e hizo un emprendimiento chiquito de tortas –Leo Torten– y vendía un montón. Fue un momento bastante trágico de nuestra vida.
-Juliana: Cierro los ojos y la veo cocinando, veo las tortas enfriándose en la escalera de nuestra casa, en Florida. ¡Eran muy ricas! Pero en un momento ella se planteó volverse profesional o buscarse otra cosa. Y se decidió por lo segundo, así que durante un tiempo me quedé yo con las tortas.
–¿La ayudaban a cocinar?
-Máximo: ¡Claro! Además, la cocina era el centro de la casa, naturalmente era el lugar donde estábamos todo el día.
-Juliana: A los cuatro hermanos (el mayor, Luciano, trabaja en una empresa de food tech, y la menor, Sofía, es kinesióloga) siempre nos unió la cocina. Nos peleábamos por quién limpiaba el bowl, quién secaba. A todos nos encanta cocinar, es un lenguaje que hablamos, incluso cuando nos reunimos el tema es qué comimos, qué vamos a comer, intercambiamos recetas… Es lo que nos une como hermanos y familia. Por ahí Máximo y yo somos los que menos invitamos, pero ellos son los mejores anfitriones.
–¿Entonces la vocación estuvo clara desde chicos?
-Máximo: No tanto, pero influyó un montón lo vivido. A los 15 años empecé a hacer changuitas de fin de semana para tener algo de plata, y repartía pizzas en moto. Trabajaba para un servicio que hacía el delivery a diferentes pizzerías y restaurantes y, entre tantas visitas a las cocinas, me metía a ayudar. Algo de ese clima de cocina, el humor, la algarabía, la violencia, el disfrute, la fraternidad y el silencio, esos contrastes me llamaron la atención. Entonces fui por ese lado cuando quise buscar más seriamente. Juli estudiaba paralelamente en una facultad gastronómica. Yo, en cambio, empecé directo con pasantías, así me fui forjando, incluso en el exterior. Mis primeros destinos fueron Inglaterra e Italia. Después, viví más de diez años afuera, desde el 98 fui muy nómade, y en el interin tuve un par de “tours” acá [por ejemplo, fue chef ejecutivo del Palacio Duhau Park Hyatt].
–¿Por qué volviste?
-Máximo: Por la pandemia. Era el chef de una cadena de hoteles para América y Europa, vivía en California pero viajaba mucho. Cuando la pandemia estalló, mi compañía tuvo serias dificultades, mi visa caducó y no pude renovarla. Pensé que era una señal para barajar y dar de vuelta.
-Juliana: Para mí su vuelta fue muy especial. Lo quise ayudar como hermana y como colega. Todo el tiempo lo tenía en la cabeza. Ojo, él tiene su talento y capacidad para el despegue propio, pero fue tan difícil para todos la pandemia, y ni hablar en nuestro rubro.
-Máximo: Cuando llegué Juli, que es mucho más que mi hermana, me ayudó a pensar qué hacer. Así desarrollamos esta idea que es Pulpería López May. Quería encarar un proyecto así incluso antes de venirme. Es una propuesta que tiene muchas cosas, además de poder sentarte a comer. Está lleno de diferentes burbujas y experiencias: arte, vinos, libros, vajillas, ingredientes. Paseás por el lugar, elegís cosas y te acercás al mostrador para pedir lo que querés. Además, cambia mucho entre semana y los fines de semana, tanto como cambia Tigre. Y una vez al mes hacemos comidas a puertas cerradas con clásicos nuestros, recetas que hacemos en la tele, con nosotros dos de anfitriones y de la mano de Catena Zapata, hacemos una noche muy especial.
-Juliana: Máximo regentea y lleva adelante su proyecto, es de él el día a día, yo ayudo en otras cosas. Antes de que inaugurara, ahí grabamos Juliana y Máximo, el programa de El Gourmet que está al aire. Pero yo tengo mis cosas y él las suyas.
-Máximo: No trabajamos juntos. Juli tiene su estudio justo enfrente de la pulpería, y nos visitamos, somos muy unidos.
–¿Se consultan?
-Máximo: Sí, somos la primera referencia del otro siempre.
-Juliana: Y nos ayudamos. Jamás competimos, todo lo contrario. Siempre nos llevamos muy bien. Yo no soy peleadora. [Se ríe].
-Máximo: Yo tengo mi carácter…
-Juliana: ¡Pero sos más bueno! Me encanta que Máximo jamás juzga. Le hablás de alguien y escucha, pero no opina. No es chusma ni gasta el tiempo en criticar.
-Máximo: Siempre digo que Juli es encantadora, pero de manera literal. Tiene algo, una actitud ante la vida, una forma de responder e interactuar, que hechiza a los demás. Encara la vida diferente que el resto, no se guía por los parámetros de los demás. Y todo se le da bien.
–¿Cuando arrancaron, había mayoría de hombres o de mujeres en las cocinas?
-Máximo: Cuando Juli empezó eran 99 hombres contra 1 mujer. La cocina es un ámbito muy machista y muy retrógrado en muchos aspectos. Y en los últimos años los hombres estamos midiendo si nos mandamos una macana o decimos algo que no se debe. Yo siempre tuve más mujeres que varones en las cocinas, me encanta trabajar con mujeres, me siento cómodo. Pero no en todas las cocinas pasa esto.
LO PRIMERO ES LA FAMILIA
Juliana está casada con Ramiro Angió, con quien tiene dos hijos, Benjamín (14) y Segundo (12). “Decidí abrirme de la cocinera tradicional cuando fui mamá, entonces tuve que inventar una cocinera con horario de madre. Con Rami trabajamos juntos, él hace la parte administrativa y comercial, y yo me enfoco en lo creativo”, dice. Máximo, en tanto, está separado y es papá de Gaspar (9) y de Benito (6). “Vivo arriba de mi restaurante, y la mitad de la semana, los chicos están conmigo y ya tienen incorporado hasta el lenguaje profesional. Soy papá full time media semana y profesional el resto, organicé mi vida alrededor de mis prioridades”, reflexiona.
–¿Les cocinan a sus hijos?
-Máximo: Me importa mucho su alimentación, por lo que me ocupo, les cocino sano, y si comemos afuera, también es sano. No toman gaseosas, no comen porquerías. Lo que comen los chicos es un reflejo de lo que comen los padres. Es cuestión de ocuparse.
-Juliana: Yo también cocino, preparo cosas simples. Y si invito no quiero perderme la reunión; por ejemplo, la última vez hicimos pizzas en el horno de barro, con todos alrededor y ayudando. Me gustan las megapicadas y sentarme a disfrutar. En cuanto a la alimentación de mis hijos, siempre tuve muy claro cómo quería que coman. No hay congelados, no hay gaseosas, no van a lugares de comida rápida. Tienen consciencia. En casa el menú es simple pero variado: carne, pescado, arroz, pizza de polenta, canelones de ricota, todo casero y lo más liviano posible. Les mando al colegio frutas para los recreos y en la vianda va lo mismo que se come en casa. Al que le cuesta más las verduras hay que buscarle la vuelta: milanesas de tallos de acelga, croquetas con un montón de verduras, puré de papa pero mezclado con coliflor, croquetas rebozadas con quinua... En algún momento fue una lucha, pero creo que hoy ya la gané.
Maquillaje y peinado: Luli de la Vega para @delavegamakeup con productos Maybelline y Kérastase
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