En la intimidad de su casa disfruta del esperado reencuentro familiar -tres de sus hijos viven en Europa-, le sonríe al 2022 y pone la mirada en el futuro y en el emotivo recuerdo de Teresa, su amor durante cincuenta años
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El amor está en el aire en la casona de Vicente López. Está en la sonrisa de Jairo (72), que no puede ocultar la emoción que le provoca tener a sus cuatro hijos –Iván, Yaco, Mario y Lucía– y a sus siete nietos en el nido familiar, se percibe en el intercambio de miradas cómplices entre Iván y su mujer, Cécile, y en la ternura con la que Yaco acuna al menor de sus sobrinos, Leonardo. El amor está en el aire en casa de los González: está en los gestos de Lucía mientras dibuja con sus hijos mayores, Alessia y Filippo, y también se adivina cuando Mario le habla a Youkali, la perra Terrier de un año y medio adoptada en Montmartre que voló con él desde París para convertirse en la consentida de toda la familia. El amor está en el aire y en el corazón de todos, explotado de felicidad por el solo hecho de volver a estar juntos, hablarse al oído o reírse con un chiste –contado en francés– tras el año más difícil y triste de sus vidas. Primero fue el Covid-19, que frustró los planes de venir de visita de los tres que viven en Europa, Iván, Mario y Lucía (ellos en París, ella en Milán), después, la muerte de su madre, Teresa Sainz de Los Terreros, el 29 de julio, tras una década luchando contra el Epoc Gold 1, y la angustia de no poder estar presentes en la despedida final porque era el peor momento de la pandemia, y el 16 de septiembre la temprana muerte, a los 46 años, de Agustina Posse, mamá de Juana y Francisco, los hijos de Yaco y nietos mayores de Jairo, que fue un mazazo en la vida familiar. Pero el amor es sanador y este reencuentro tiene la fuerza aliviadora de los abrazos y los besos más esperados.
–Finalmente se pudo concretar el ansiado viaje a Buenos Aires de hijos y nietos.
–Sí, estaba planeado hace mucho tiempo, en la medida en que se pudiera por la pandemia, aunque hasta último momento estuvimos pendientes de los vuelos porque la cosa está muy cambiante y como los chicos viven en países distintos, las leyes son diferentes. ¡Pero por fin se pudo concretar!
–¿Cuál de ellos llegó primero?
–Primero vino Lucía, que llegó con sus tres chiquitos. Al bebé yo no lo conocía, porque nació durante la pandemia, solo lo había visto por fotografías y en las video llamadas que me hacía Lucía. Teresa también lo conoció así, fue al único que no llegó a conocer personalmente. Después fueron llegando los demás: Mario y finalmente Iván con su familia.
–¿Cuánto tiempo planean quedarse?
–Casi un mes. Estamos esperando porque mañana llega el marido de Lucía, que por cuestiones de trabajo no pudo venir antes.
–Acostumbrado a estar prácticamente solo en una casa tan grande, ¿qué sentís ahora que está llena de gente?
–Un contraste tremendo y, por momentos, complicado. Un contraste que golpea fuerte. Los más chiquitos jugando todo el tiempo, gritando, lo típico de esa edad, es algo que rompe para bien con la rutina a la que estoy acostumbrado. Aunque ahora vivo con mis nietos mayores, ellos ya son grandes, así que con los chiquitos es otra historia.
–¿Qué es lo que más disfrutas de estos días?
–Me encanta ver la relación que tienen los padres con los chicos, es extraordinaria. Y me recuerda un poco a nuestra juventud, cuando mis hijos eran chicos. La crianza de los hijos es una etapa hermosa de la vida. Teresa siempre decía que la época más feliz de su vida había sido cuando vivimos en Francia y tenía razón, porque esos años coincidieron con la crianza de los chicos.
–Y tus hijos, ¿cómo vivieron el reencuentro?
–Y… fue fuerte. A medida que iban llegando, las reacciones eran muy parecidas, porque es difícil después de tanto tiempo encontrarnos todos en esta casa. Además, las ausencias: la ausencia de la madre se siente mucho. Porque por más que lo hemos hablado, que hemos hecho el duelo a distancia, cada uno en su lugar porque estaban impedidos de venir, otra cosa es llegar al hogar, donde están los recuerdos de toda una vida.
–¿Vas al cementerio?
–No soy de ir a los cementerios, no me atrae la idea. No sé, debe ser que tengo la sensación de que los seres queridos no están ahí. Pero ellos tienen necesidad de ir a dónde está enterrada la mamá, y creo que antes de fin de año lo van a hacer. Los tres que viven afuera sienten esa necesidad, así que yo los voy a acompañar, vamos a ir con Yaco también.
–En un año marcado por el dolor, ¿en qué te apoyas para seguir adelante?
–Para mí ha sido importantísimo el hecho de volver a cantar. No sé qué hubiera hecho sin esa posibilidad, la verdad es que no quiero ni pensarlo. El hecho de cantar me sacudió un poco, me volvió a centrar. Preparar un espectáculo, un repertorio, ensayar con los músicos, salir a cantar, todo eso fue vital.
–¿Seguís siendo el mismo artista o algo cambió a partir de todo lo que viviste el último tiempo?
–Me parece que a partir de todo lo que he vivido soy un artista distinto, tengo menos prejuicios. Antes tenía mucha experiencia, pero también muchos prejuicios, en el sentido de “esto no, esto no lo voy a hacer”, un poco intimidado por el escenario, que es un lugar que intimida a los tímidos como yo. Me ha pasado mucho eso durante toda mi vida. En cambio, esta vez no, esta vez ha sido una relación muy franca con el escenario. Es decir, las cosas salían con una gran espontaneidad, y yo me dejaba ir totalmente. Porque después de todo, la emoción es algo que no se pierde nunca, y el público que me va a ver a mí es un público que me conoce, que sabe lo que me pasa y lo que me ha pasado, entonces se generó una comunión casi perfecta. Pero sí, creo que soy diferente. Esta vez me tiré directamente al precipicio. Antes pensaba que un artista tiene que estar siempre al borde del precipicio, y ahora, en cambio, me tiro, me dejo caer. Incluso me he dado cuenta de que llevaba cantando cincuenta años y al final estaba cansado físicamente, que la voz no me respondía exactamente como yo quería. En cambio, ahora creo que tengo mejor caudal de voz, tengo la voz como renovada. Me cuesta contar esto porque no tengo una explicación lógica.
–Da le sensación de que tus hijos han construido una suerte de red afectiva que te contiene. ¿Vos lo sentís así?
–Siempre lo han hecho, permanentemente. Ahora lo que ayuda es la presencia física, que están acá. Es un golpe de cariño, un incentivo, como una inyección de amor muy fuerte. Aunque ahora ya estoy pensando que se van a ir, que esto no va a durar todo el tiempo. Y en lo más profundo de mi ser espero que esa inyección que ha significado este viaje de ellos se convierta en una tendencia irreversible, que me dure hasta el próximo encuentro.
–¿Te vinculas de la misma manera con los cuatro?
–Yo soy siempre el mismo, pero por supuesto que cada uno de ellos tiene su personalidad, su propia manera de ver las cosas. Nosotros somos una familia que hablamos mucho de eso, conocemos las diferencias que hay entre nosotros y no es que intentamos saldar esas diferencias, simplemente las conocemos y convivimos con ellas, respetándonos uno al otro. Eso hace que la cosa sea más fluida, y más divertida también.
–¿Cómo es la relación con tus nietos?
–Me llevo muy bien y me recuerda mucho a los chicos míos cuando eran chiquitos. Me divierto viéndolos, me divierte ver algunos rasgos personales de los padres reflejados en ellos. Me dicen abuelo, y a mí me encanta. Me piden cosas, me cuentan, y a mí me gusta hacerles dibujos, cantarles, hablar con ellos, llevarlos al cine… me gusta muchísimo.
–¿Te ves reflejado en tus hijos? ¿En alguno más que en los otros?
–Mis hijos son una mezcla muy grande. Y creo que ninguno es tan tímido como he sido yo. Es que ellos han tenido acceso a un nivel cultural que yo no he tenido, entonces no es la misma percepción que uno tiene de las cosas cuando suceden. Pero sí hay cosas en las que me veo reflejado. Igual, para mí lo importante es que ellos me vean de una forma determinada y yo sé que eso es así. Me gusta mucho cuando hablan de mí, me emociona saber qué que piensa cada uno y descubrir que tienen una percepción distinta sobre el padre. Por supuesto que eso está muy ligado a la relación que he tenido con cada uno, que han sido relaciones distintas por una cuestión de edad. Entre Iván, que es el mayor, y Lucía, que es la más chica, hay doce años de diferencia.
–¿Y qué ves de Teresa en ellos?
–También, en todos hay ciertos rasgos de la madre que se repiten. Yaco tiene mucho de Teresa, Mario también. Y curiosamente todos coincidimos en que Alessia, la hija mayor de Lucía, es una Teresita chiquitita. Porque tiene ciertos aspectos en su forma de hablar, de plantear las cosas, muy parecida a la abuela. Por ejemplo, el otro día, a raíz de que hemos comprado esta pileta para los chicos, la madre le estaba diciendo: “tenés que hacer los deberes. Si no, yo desagoto la pileta, le saco el agua y chau, no hay más pileta”. Yo estaba acá escuchando todo. Entonces, ¿qué hizo Alessia? Terminó de hablar con la madre, que se fue a la cocina, caminó hasta la pileta y sacó el tapón. Y le pregunto: “¿pero por qué sacaste le tapón?”, “porque me ha dicho esto mamá y yo no voy a hacer los deberes”, me contestó (risas). Bueno, eso es muy de Teresa, eso es Teresita total. Es normal que uno encuentre esos parecidos, porque además los quiere encontrar. Busca hasta encontrar algo que refleje a esas personas que queremos mucho y ya no están. Hay una necesidad de que algo te traiga de vuelta a ese ser querido, aunque sea por un momento.
–¿Cómo te llevas con tus nietos más grandes?
–Son maravillosos, Juana y Francisco son dos chicos divinos. La relación que tienen con sus primos, que son chiquitos, cómo los cuidan, cómo juegan y se divierten con ellos, el amor que les tienen. Uno ve la diferencia de edad y piensa: son casi primos tíos, sobre todo Juana, que ha sido la primera nieta, y verla como trata a los chiquitos, me llena de emoción. Es impresionante.
–¿Pensaste en cómo va a ser el momento del brindis?
–¡Uy, no quiero pensarlo! No quiero pensar porque inevitablemente vamos a llorar todos, eso seguro, y creo que estará bien que lloremos. Y por las circunstancias, van a ser unas fiestas singulares, distintas de cualquier otra que hayamos pasado. Hemos pasado fiestas de distinto talante. Hemos pasado fiestas Teresa y yo solos en un momento dado, cuando ella estaba internada en el Hospital Británico, pero en general solemos reunirnos y recordamos mucho las reuniones que teníamos en Francia. Por suerte existen filmaciones de todo eso, y aunque hace mucho tiempo que no las veo, sé que un día me voy a internar solito a mirarlas, con una botella de vino. Si no estuviera de por medio la pandemia, nos hubiéramos ido a Uruguay. Las últimas fiestas que pasamos con Teresa en buen estado de salud fueron en Uruguay, acá enfrente, en Santa Ana, donde tenemos una casa. Allí pasamos los últimos tres festejos grandes y estuvieron todos nuestros hijos. Pero después uno pierde un poco el hilo de la historia, porque fueron diez años con Teresa imposibilitada de viajar. Salvo para el casamiento de Lucía, que fue el último viaje que hizo a Europa. Estuvimos en Italia y después pasamos por España, donde nos quedamos un tiempo, y cuando cumplí 70 años, que hicimos un fiestorro impresionante acá, y vinieron muchos amigos, mi familia de Córdoba, mis sobrinos, mi hermano, todos los nietos, esa fue la última vez que nos juntamos todos. Y en esa ocasión, Teresa no podía participar de toda la reunión, pero bajó un par de veces, unos minutos, y compartió con nosotros un ratito por lo menos.
El amor está en el aire en la casona de Vicente López. Y las ausencias también.
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