Unas 100 mil personas ovacionaron sus restos en la entrada del castillo de Windsor, donde Carlos III encabezó el último adiós privado a su madre en la capilla de Saint George
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A ambos lados de la histórica avenida arbolada llamada Long Walk –un camino de cinco kilómetros que fue creado en 1680 por el rey Carlos II y que culmina en la capilla de Saint George, en el castillo de Windsor–, una multitud acompañó el lunes el último tramo de la procesión fúnebre tirándole flores y aplaudiendo a su paso. Desde entonces, Isabel II descansa en paz en lo que fue su “lugar en el mundo”, junto a sus padres, su hermana Margarita y el amor de su vida, el duque de Edimburgo.
La caravana había arrancado a 42 kilómetros, en Wellington Arch, en Londres, ciudad donde se celebró el funeral de Estado con dos mil invitados. Ahora restaba un último servicio religioso, más íntimo, en la misma capilla donde se casaron los condes de Wessex, los duques de Sussex, e incluso fue bendecido el matrimonio de Carlos III y la reina consorte. Decorada con dalias, lirios longiflorum, rosas y eucaliptos, a la capilla sólo accedieron ochocientos elegidos, entre familia extendida y algunos royals, como Guillermo y Máxima de Holanda, la princesa Beatriz de Holanda, Felipe de España y su madre, la reina emérita Sofía (la reina Letizia, tras participar en el funeral de Estado, voló a Nueva York por trabajo).
UN VIAJE SOLEMNE
Los restos de Isabel fueron trasladados en un Jaguar Land-Rover especial, en cuyo diseño participó la soberana en vida. Antes de entrar al castillo, la esperaban sus amados corgies, Sandy y Muick, acompañados por dos pajes vestidos de frac (los perros fueron un regalo del duque de York cuando murió el marido de la Reina y ahora vivirán con él y con su ex mujer, Sarah Ferguson, en Royal Lodge, su casa en Windsor). También estaba Emma, su pony Fell favorita, al lado del jefe de petiseros, Terry Pendry, que, en un claro homenaje, le puso sobre la montura un pañuelo de seda de Su Majestad con dibujos de caballos.
Finalmente, el coche fúnebre llegó a Shaw Farm Gate poco después de las 15, con gran parte del capot y el techo cubierto de flores y con el Estandarte Real del Regimiento de Guardias de Granaderos, una enorme bandera que la Reina les entregó al comienzo de su reinado y que jamás se reemplazó en sus 70 años en el trono. Los escoltó el Regimiento de Caballería, seguido por la Escolta Montada del Rey y los tambores de los soldados escoceses e irlandeses, entre otros regimientos, que marcharon al ritmo del campanario de Sebastopol del castillo y las salvas de cañón. Con profunda emoción, el Rey y el príncipe de Gales, el duque de York, el conde de Wessex y la princesa Real, y el duque de Sussex, Peter Phillips y el conde Snowdon, caminaron detrás del ataúd, listos para participar del ultimo responso, que Isabel también preparó en vida.
A las 16.10, mientras el coro cantaba el Salmo 121, musicalizado por el ex organista de la capilla Sir Henry Walford Davies, la procesión entró en la capilla gótica. Allí se unieron al Rey la reina consorte, la princesa de Gales y sus hijos, el príncipe George y la princesa Charlotte, la condesa de Wessex, la duquesa de Sussex, el duque de Kent y el príncipe Michael de Kent. También estaban las princesas Beatrice y Eugenia y sus maridos; Sarah Ferguson, duquesa de York; y Zara y Mike Tindall con su hija Mia y sus sobrinas Savannah e Isla Phillips. Incluso los padres de Kate, Michael y Carole Middleton dijeron presente.
Después de que el coro entonó “Kontakion of the Departed” –que también se cantó en el funeral del duque de Edimburgo–, el decano de Windsor, David Conner, dio un sermón en el que destacó la amabilidad de Isabel, su amor a la familia, a sus amigos y a sus vecinos. “En un mundo rápido, cambiante y con frecuencia preocupante, su calma y dignidad nos dieron la confianza para afrontar el futuro, como hizo ella, con coraje y con esperanza”, destacó, para luego asegurar que “su vida fue una bendición para nosotros”. Antes de terminar, pidió a Dios “la gracia de honrar su memoria siguiendo su ejemplo” y que pueda “gozar de una dichosa vida eterna”. Tras sonar el himno “All My Hope on God is Founded”, leyó un texto del Apocalipsis 21 –también leído en los funerales del padre de la Reina y sus abuelos Jorge V y la reina María–, y los tres capellanes de la Reina se sumaron a los rezos.
GESTOS SIMBÓLICOS
Uno de los momentos más emotivos fue cuando el joyero real retiró la corona del Estado Imperial, el orbe y el cetro del ataúd y el decano de Windsor los puso sobre el altar. Son los atributos que Carlos III recibirá el día que lo coronen (el año que viene, con fecha a definir). Además, el teniente coronel al mando de la Guardia de Granaderos le entregó al Rey la Bandera de Campamento de la Compañía de la Reina, que colocó sobre el ataúd. Y el Lord Chamberlain, jefe de la Casa de la Reina, rompió su Varita de Oficio –señal del final de su servicio a la Reina– y la depositó sobre el féretro.
A medida que el ataúd fue bajado a la bóveda real, el deán de Windsor leyó el salmo 103: “Ve en tu viaje de este mundo, oh, alma cristiana”, dijo. Al terminar, un gaitero tocó un lamento y, tras la bendición final, entonaron “Dios Salve al Rey”.
DESCANSA EN PAZ, ISABEL
A las 19, ya sin cámaras ni invitados, el Rey y sus familiares volvieron a la capilla para el entierro. Los detalles no fueron revelados, ya que el Palacio de Buckingham confirmó que se trataba de algo privado y una “ocasión familiar profundamente personal”.
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