La cruzada de Isabel de Estrada empezó hace dieciséis años. Hoy, en su campo de Luján, donde recibe a ¡HOLA! Argentina, hay galgos, un lobero, un gato, caballos y un mono carayá rescatados por su fundación contra el maltrato animal
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La decoración y la arquitectura fueron, por más de dos décadas, la gran pasión de Isabel de Estrada (60). Tras recibirse de anticuaria en Roma, Italia, donde vivió, se volcó al periodismo de diseño interior. Publicó la belleza de casas en libros y en revistas como Vogue, Architectural Digest, D&D y Living. Pero un perro casi destrozado al costado de la ruta le hizo dar el volantazo de su vida. “Después de ese perro, empecé a encontrar muchísimos más: atropellados, enfermos, desnutridos, envenenados, en bolsas de basura, atados con alambre, muertos. Cuando los viste, los viste…”, reflexiona ella ante ¡HOLA! Argentina. La Fundación Zorba –una organización sin fines de lucro que fundó hace diez años para proteger animales y concientizar sobre su maltrato– surgió de esos días de desesperación, cuando levantaba perros de manera casi compulsiva (en un momento, llegó a tener cerca de cuarenta) para salvarlos, curarlos y buscarles hogar. Se llama “Zorba” en memoria de un Golden chocolate que le regalaron y que, dos años después, apareció envenenado.
–¿Cómo sucedió ese giro en tu vida?
–Coincidió con un momento en el que yo estaba en carne viva. Acababa de separarme de mi marido [el ítalo-argentino Mario di Campello] y, sensibilizada como estaba, mi historia con los animales reapareció: de chica, había tenido perros e, incluso, una tortuga como mascota. Supongo que me pasó lo que a mucha gente con los animales: ignoraba cosas, pero, fundamentalmente, no me habían enseñado a quererlos. Haber tomado conciencia de que sienten y sufren empezó a “quemarme la cabeza”. Empecé a sentir que, si no hacía algo, me iba a enfermar de dolor.
–Y en esta cruzada, ¿tus conocidos empezaron a mirarte como un bicho raro?
–La pregunta recurrente que me hacían era “¿Por qué te ocupás de los animales sabiendo que hay tantas personas y niños abandonados?”. Creo que, en una sociedad que funciona, cada uno puede aportar su granito de arena con aquello que le toca el alma. En mi caso, son los animales. La crueldad a la que están expuestos es cultural. Muchas veces, donde hay un animal castigado, suele haber un niño castigado.
–¿Dejaste tu trabajo por los animales?
–Para armar la fundación, busqué asesoramiento en la Fundación Brigitte Bardot, en Francia. Sentía que las problemáticas de los animales –desde el tráfico ilegal hasta los zoológicos, pasando por las carreras de galgos y las riñas de gallos– eran tantas y estaban tan normalizadas que no iba a poder hacer nada. En la fundación, me dijeron que podía ayudar haciendo lo que yo sabía hacer. Publiqué mi primera nota sobre galgos en una revista de decoración. Hoy escribo casi exclusivamente sobre animales. Por suerte, sigo estando del lado de la belleza que, para mí, hoy está en los animales.
UN LUGAR PARA TODOS
Olga, con su cuello infinito y sus patas eternas, parece llevar toda la vida ahí, en el camastro de hierro. Como un cuadro de un museo, la galga Borzoi –una variedad de galgo desarrollada en Rusia– está con los ojos entrecerrados por el sol e indiferente a los ladridos implacables de Condesa, una perra “raza perro” que marca los ritmos de Los Galgos, el campo que hace catorce años Isabel tiene en Luján, provincia de Buenos Aires. Son unas cuarenta hectáreas a las que se llega después de atravesar un camino flanqueado por campos con caballos y extensiones de soja. “Era un monte abandonado”, cuenta ella, que es la segunda de los seis hijos que el abogado, diplomático y político Santiago de Estrada tuvo con Julieta Bosch. Además de ejercer varios cargos en diferentes gobiernos, Santiago de Estrada (88) fue embajador político en el Vaticano, como el abuelo y el bisabuelo de Isabel. “Tener un lugar para estar con mis animales fue siempre mi sueño. Quería estar rodeada de naturaleza y, además, armar un santuario de caballos”, confiesa. Los Galgos no es un refugio de animales: si bien los reciben, tratan de reubicarlos para su adopción.
–¿Sos estricta con el lugar que ocupa cada uno en la casa?
–No creo en humanizar al animal: los perros son perros, corren, se meten en las lagunas... Pero sí, los malcrío. [Se ríe]. No soy de las personas que quieren más a los animales que a los humanos. Más bien, creo que amar a los animales nos hace mejores humanos. Y acá, en esta casa, la política es compartir. Hay lugar para todos. Cada uno trae historias complicadas y tiene su personalidad; y cada uno elige el lugar en el que quiere instalarse. Dersu, que es otro de los galgos Borzoi, es todo un dandy: le gusta estar adentro de la casa. Coco [es el mono carayá cuyo caso generó conmoción en 2022: fue encontrado dentro de un ropero en una casona del barrio de Belgrano; perdió los colmillos y tiene los huesos rotos, dos cosas habituales que les hacen a este tipo de animales quienes los trafican ilegalmente] debería estar libre, en un santuario, pero, como quedó discapacitado, no sobreviviría en el exterior: no puede tener vida de mono. Anís [un gato atigrado] y Condesa entran y salen. Camelia, Flor, Magnolia, Angelito, Viento, Maggie, Iris, Brisa, Narciso y Tupi [galgos ingleses mezcla con españoles] y Ceibo [un lobero irlandés] han elegido estar entre la galería y el galpón, junto con Negro, un perro de la calle. En el santuario de caballos, ahora está Máster, rescatado de las carreras.
–Hoy tenés dieciséis perros, un mono, un gato y un caballo que, seguro, implican dinero y tiempo. Esta familia que armaste, ¿es un condicionante para conseguir pareja?
–Trabajo para que la gente conozca y ayude. En el campo cultivamos alfalfa y cebadilla para hacer rollos para alimentar a los caballos rescatados. Ahora tenemos a Máster, pero pronto recibiremos más, todos de las diferentes disciplinas, como polo, salto y carreras. La comida de los perros nos la provee una marca de alimento balanceado. Desde la fundación, organizamos remates y muestras de arte para solventar gastos. Con una bodega lanzamos Los Galgos, un vino que, en la etiqueta, cuenta sobre las carreras de galgos. Creo que compartir es hablar un mismo idioma. Tuve la suerte de que tanto mi ex marido como mi ex novio, Martín Orozco, tuvieran gran sensibilidad hacia los animales y me ayudaran. Martín –que, junto con mi hermana Clara, es otro de los socios de Zorba– me ha acompañado a meterme, incluso, en riñas de gallos y en carreras de galgos. Son ambientes muy pesados: hay un paralelismo entre la delincuencia y el maltrato animal.
–¿Qué es lo que más te costó?
–De a poco, la problemática de los animales te va absorbiendo. Si quiero ayudarlos, tengo que tener equilibrio en mi vida. Y eso también supone no ser extremista: intento, en todo momento, no juzgar. Si un hombre que vive de los cerdos mata a su animal, no lo voy a condenar. No proclamo “No hay que matar animales”. Eso sí: sueño con que se les dé una vida digna, una muerte digna. Estamos lejos de eso.
–¿Qué falta?
–Si bien el tema del maltrato animal se va visibilizando, todavía falta mucho. Desde la fundación, encaramos varias iniciativas a la vez; todas al mismo tiempo. La concientización y la educación son fundamentales. Los refugios de perros son, para nosotros, un mal necesario: el objetivo es prevenir el abandono. En tan sólo un mes, con caricias y cuidados, cambiás su situación. ¡Hay que tener paciencia! Uno no ama lo que no conoce. Los caballos nos develan: en este país, donde tuvieron un rol glorioso en la Historia y donde se los cría con pasión, resulta difícil comprender que se los mande a una muerte horrible cuando ya “no sirven” más. También está el tema de su clonación para, por ejemplo, el polo. Para todos los temas, vamos con voluntarios a las escuelas para dar charlas. En 2018, hicimos algo inédito: una muestra en el Museo de Arte Decorativo con fotos de animales y ¡llevamos cuarenta galgos! La gente ayuda en la medida en que conoce. También apoyamos leyes, como el proyecto de Ley Sintientes, que presentó la actriz Liz Solari en el Congreso. Buscamos que la Justicia deje de considerar cosas a los animales. En la Argentina, los animales no son sujeto de derecho. Pero las leyes no salen hasta que la sociedad está preparada.
–Vas a terminar en la política, como tu papá…
–[Se ríe]. Me ofrecieron un cargo recientemente. Hasta hace poco no tenía ganas de involucrarme. Sin embargo, considero que, si no cambiamos las leyes, no podemos cambiar la realidad. Si respetáramos a los animales y a la naturaleza en vez de destruirlos, nuestra vida sería mejor.
Fotos: Tadeo Jones
Agradecimientos: @ mulita_paris, @guapas2020, @paisana.guiraldes y @madeinlivia
Para información: @fundacionzorba y @espirituzorba. El 13 de mayo realizarán una muestra para recaudar fondos.
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