El periodista y conductor, que también es coach ontológico, habla de su “trágica niñez” y de cómo logró trascender ese dolor, algo que hoy enseña en talleres y desde sus libros
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La misma calidez que despliega en la pantalla se ve en cada detalle de su hogar. “Vivo solo, pero me encanta recibir amigos”, cuenta el periodista Mario Massaccesi (54), que además de ser un gran anfitrión, es un apasionado de la decoración, un arte que domina “a prueba y error”, dice desde su departamento del barrio de Palermo, donde lo vintage y lo moderno conviven en perfecta armonía. “En un momento mis amigos me traían todas las cosas que no querían de sus muertos, y esto parecía un anticuario, por eso busqué darle toques más actuales”, detalla una de las caras más queridas de TN y El Trece. Nacido en la ciudad cordobesa de Río Cuarto, a los 8 años recibió el llamado de la vocación: “Jugaba a ser periodista en el patio de mi casa con un palo de escoba como micrófono, dos latitas de picadillo haciendo de auriculares y una cámara de cartón que había improvisado mi papá”, cuenta rememorando un momento alegre dentro de su dolorosa y traumática infancia, en la que fue víctima de abusos “y mucho más”, dice.
“Es una historia muy trágica, pero prefiero no dar detalles. No quiero anclarme en lo que me hicieron, que ya lo tengo sanado, sino en lo que hice a partir de lo que me pasó. Porque pude darles valor a esos momentos trágicos de mi vida, no sólo para mí, sino para compartir con los demás”, aclara Mario, que desde hace cinco años es coach ontológico y da charlas en las cárceles de Los Hornos y Florencio Varela para la población trans. También escribió su primer libro, Soltar para ser feliz (Editorial El Ateneo), junto a Patricia Daleiro –que es psicóloga y la master coach que lo formó–, y que a diez meses de su lanzamiento ya va por su sexta edición. “El éxito fue tal que nos propusieron llevarlo al teatro en una versión de stand up”, dice con orgullo del show que comenzó el verano pasado y con el que se presentará el 9 y 16 de octubre en el Teatro Border. Además, “en octubre publicamos un segundo libro, Saltar al buen vivir (de la misma editorial), con quince capítulos dedicados a qué hacer después de soltar”, le adelanta a ¡HOLA! Argentina.
–Tus libros tienen que ver con tu historia, ¿cómo fue tu infancia en Río Cuarto?
–Fue una niñez triste. Mi padre, Marcelo, era tornero y tenía el taller en casa. Mi mamá, Carmen, era ama de casa y, además, era la costurera y empanadera del barrio, porque había que llenar la olla. Soy el más chico de supuestamente cuatro hermanos, porque de grandes nos enteramos que quien para nosotros era una tía, en realidad era nuestra hermana, hija de mi madre de soltera. Vengo de una familia muy afectuosa, pero de grandes silencios.
–¿Vos también te guardabas lo que te pasaba?
–Sí. Esto lo biodecodifiqué con el tiempo, y cuando elegís el camino de la comunicación tiene que ver con querer poner en palabras lo que la familia no pudo.
–¿Cuándo pudiste pedir ayuda y poner en palabras lo que habías vivido?
–El clic lo hice a los 33, cuando murió mi madre. La vi morir atragantada con un cáncer de garganta, y fue el despertar de mi consciencia, dándome cuenta que yo no quería repetir su historia. Hoy la recuerdo con mucha piedad, y lamento que no nos haya contado lo que vivió, porque la íbamos a entender.
–¿Cómo comenzaste a sanar las heridas de tu niñez?
–Cuando murió mamá le conté por primera vez a un amigo lo que me había pasado, y me regaló un seminario de inside de cinco días. Me dijo: “Si lo terminás te lo regalo, si abandonás lo pagás vos”, y por supuesto lo hice completo, porque era carísimo y yo no tenía un mango. Fue la primera terapia que hice, ¡y sentía que estaba en una secta! Pero antes de finalizar, la facilitadora me dijo: “Vos todavía estás de vacaciones, no tenés idea de lo que te espera, lo mejor está por venir” y para mí fue algo liberador, porque salí lleno de fe y esperanza para mi vida. Y comencé a tomar conciencia del soltar. Después hice como ocho seminarios más, psicología tradicional, retiros espirituales y de silencio, el arte de vivir, biodecodificación, y empecé a estudiar coaching, y así encontré las herramientas para atravesar mis obstáculos.
–¿Qué soltaste para ser feliz?
–¡Tantas cosas! Tuve que soltar el miedo a no poder, la culpa por cosas que no hice, sino que me hicieron –porque el abusador, el violador o el golpeador lo que hace es cargarte con la culpa–, tuve que soltar la vergüenza que derivó en timidez, en sentir que no iba a poder y que no me iban a querer… Tuve que soltar el pasado y trascenderlo, soltar a mis padres y entender que podía solo.
–¿Qué le dirías al Mario de tu infancia?
–¡Pudiste! Y llegamos a tiempo. Ahora ya tengo las herramientas para cuidar a ese niño herido que no las tenía.
–¿Qué te hace feliz?
–[Piensa un instante]. Sentir que pude y que no pasé tanto sufrimiento en vano porque le es útil a los demás. Eso me da muchísima felicidad. No lo elegiría, pero siempre hablo de hacer de la bosta abono, y creo que soy un buen abono, fundamentalmente para mí, y para mucha gente a la que le sirvió el libro.
–¿Estás enamorado?
–Estoy solo y no sé si alguna vez estuve enamorado. No necesito el amor de pareja como motor en mi vida. Mi psicóloga me dice que, si alguna vez llego a estar en pareja, voy a tener un inconveniente: va a ser una pareja de a tres, porque el trabajo es el gran amor de mi vida, lo que me salvó y siempre me sacó a flote. Al no tener un proyecto de pareja, no vivo pendiente del amor. Nunca tuve el deseo de la pareja, los hijos, la casa, el auto en la puerta y el perrito que te mueve la cola en el patio. No tengo registro de haber soñado nunca con esa vida tradicional que me enseñaron y que replicaron mis hermanos. Yo siempre fui el desobediente y el rebelde de la familia, pero un rebelde amoroso, con mi propia causa. Por momentos me cuestioné si tenía que seguir el mandato, pero siempre escuché muy bien mis corazonadas, que me guiaron por mi propio camino.
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