La hija de Ginette Reynal y José Manuel Flores Pirán habla sobre su transformación gracias a la escritura, la maternidad de Ramsés, el mandato de sus familias (los Blaquier por la rama materna y los Ortega, por el lado de su ex pareja) y el gran momento que está viviendo
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Al borde de la cama, de la silla, en la intimidad de una habitación vacía, Bárbara y Rodrigo desnudan miedos, desencantos y malentendidos de su pareja, al filo del abismo. De eso se trata Inframundo, un texto que Mía Flores Pirán (33) gestó, escribió y convirtió en una obra de teatro, de la cual, además, es protagonista. No es la primera obra que escribe la hija mayor que la ex modelo y actriz Ginette Reynal (64) tuvo con José Manuel Florés Pirán, su segundo marido. Ya había lanzado en 2021 Manada insomne, un libro de poemas que ella define como “fantasioso”. En Inframundo, en cambio, no hay ficción: habla del amor y del desamor; de las capas del vínculo amoroso. La obra –que se estrenó con gran éxito el año pasado en Buenos Aires y también fue aplaudida durante los meses de mayo y junio de este 2024 en Madrid y en Barcelona, España– es profunda, intensa y, sobre todo, personal. “Los personajes son ficticios, pero, en realidad, todo lo que escribo es bastante personal: son mis ideas y mis percepciones de la realidad”, dice Mía a cara lavada y mientras comparte mates con ¡HOLA! Argentina en la casa de Colegiales en la que vive desde hace dos años con Ramsés (5), el hijo que tuvo con su ex pareja, el cineasta Luis Ortega.
–¿Cuándo empezaste a escribir?
–La escritura siempre fue para mí una herramienta para expresarme y, a la vez, para sentirme acompañada. Si tengo que decir un momento, creo que fue a los 18, cuando me fui a París a trabajar como modelo. Ya había pasado la adolescencia y empezaba a conocerme. Entonces, tanto si la pasaba bien como cuando me sentía sola o rara en un país que no hablaba mi idioma o cuando sufría porque no es - taba a la altura de las exigencias del mundo de la moda, empezó a gestarse una conversación con la lapicera y el papel. Lo hacía sin poesía ni metáfora; sin objetivo y sin que yo me diera cuenta de que estaba conduciéndome hacia otro lado.
–¿Compartías tus textos con alguien?
–No mucho. Creo que escribía porque no me satisfacía pensarme solamente como modelo; entonces, la búsqueda me llevaba a esa forma de expresión. Escribir se volvió vital para mí; sin embargo, es un ejercicio que no me sale de manera natural, pero insisto… Es una piedra que machaco para que brille. Soy muy autocrítica, algo que, para mí es clave para mejorar. Hoy estoy convencida de que puede pasarme cualquier cosa en la vida, pero no creo que deje de escribir: me ha permitido entender cosas muy cercanas y lejanas, desde el árbol genealógico hasta anécdotas que una cree que recuerda, pero que cambian cuando una las vuelca a la página; o, también, sentimientos que tenía muy guardados y que salen afuera a través de los personajes de una obra.
–¿Puede inferirse que, de alguna manera, en Inframundo estás haciendo catarsis por tu relación con Luis? [Mía y el hijo de Ramón “Palito” Ortega y Evangelina Salazar estuvieron juntos cinco años, desde 2017 hasta 2022].
–Lo más saludable de escribir es su poder catártico. Y sí, en Inframundo, hice un poco de catarsis, aunque los personajes son ficticios.
–En la obra también se habla de un aborto espontáneo y de la depresión.
–De los abortos espontáneos no se habla mucho en la sociedad y yo quería ponerlo sobre la mesa: tiene una gran incidencia en la salud mental, un tema que me preocupa personalmente y como mamá. Hoy hay muchísimos chicos y adolescentes con depresión, y el estilo de vida que tenemos a nivel global tiene mucho que ver: atentamos contra el ambiente, vivimos con estrés y mirando el celular cada veinte segundos... Para quien está construyendo una identidad, responder a la imagen que te venden las redes sociales trastorna el sentido de la autopercepción. Al igual que miles de otras personas, yo pasé por una depresión. Fue antes de que naciera Ramsés; y tuve la suerte de estar rodeada de gente que me ayudó.
–Aún hoy hay quienes creen que los que tienen más privilegios de clase están ajenos a la depresión y la ansiedad, consideradas los males del siglo XXI.
–En un país con altísimos niveles de pobreza y de indigencia, es duro abordar ciertos temas. Hablar desde un lugar de privilegio –que sí lo tengo– no quita ni que la realidad me cueste ni que yo, a nivel personal, pueda estar dando batalla todo el tiempo entre mi parte oscura y mi parte luminosa. Cuando estás mal, muchos no entienden: tenés belleza, tenés todo… Ser linda, a mí, no me ahorró nada: me sen - tía una fracasada igual. Hoy, varias veces, durante el día, freno y digo “Qué suerte tengo, Dios”. Saber que mi hijo Ramsés y yo podemos tener muchas cosas resueltas no me deja tranquila: hay miles de chicos como mi hijo que se saltean comidas en el día. Trato de no tener una mirada negativa para salir adelante.
–Ya que mencionás el hecho de salir adelante… Vos podrías haberte quedado en el molde siendo “la hija de” y, sin embargo, con la escritura y la actuación pegaste un volantazo en tu vida.
–No hay nada que me estimule menos que “ser la hija de”. Tampoco me entusiasma particularmente andar diciendo: “Ah, vengo de la familia Blaquier”. Con eso de pertenecer a familias clánicas de la alta sociedad, yo, más bien, calladita la boca. Todo lo que ese estrato social pretende de mí –desde mi ideología hasta que sea linda y esté bien vestida– amenaza mi esencia… aunque no tengo problema en admitir que no sé cuál es mi esencia ni sé si alguien realmente lo sabe. No me callo mis ideas.
–¿Sos de confrontar?
–A veces. Me he retirado de algunos chats familiares, pero nada más. [Se ríe]. En los tiempos que corren, es importante no enojarse tanto. Y, con respecto al volantazo de la actuación…, bueno, creo que, en algún momento de la vida, una tiene que pasar al frente. Durante muchos años, hice miles de castings tratando de que me llamaran para trabajar de actriz. “Ay, no me llamaron”, vivía lamentándome.
–Pero vos, viniendo de donde venís, seguro tendrías muchos contactos que te podrían haber dado una mano para que ese salto no fuera al vacío.
–Construir mi identidad por fuera de esos clanes ha sido mi trabajo en estos diez últimos años. Fue un trabajo milimétrico. Al principio, me la pasaba diciendo: “Si no supero esto, voy a quedar en un nivel de mediocridad que me va a hacer muy infeliz”. Y me di cuenta de que el universo –o la suerte– quizás pueda estar de tu lado, pero era yo quien tenía que llevarme al próximo nivel: nadie iba a hacerlo por mí. ¡No podía ser tan atrevida de seguir quejándome y seguir diciendo no me llamaban! Con mi texto, fui y toqué puertas: “Che, te dejo mi obra; fijate”. O mandaba reels o cortos: mi hermano Martín me ayudaba a hacerlos. Tuve vergüenza, sí, pero no me importó. Si uno lo sabe ver, el no es una bendición. Hacerme cargo de mi historia me hizo poderosa: me hizo reconstruirme. Hoy soy mi propia productora… porque produzco mucho de lo que hago: escribo, edito, actúo y ahora quiero aprender a dirigir.
–¿De quién heredaste ese empuje?
–De mis padres, que son muy de ir para adelante. La voluntad es clave en la vida, pero todo en su justa medida. En todos los aspectos de mi vida, trato de ser moderada. No es que me la paso trabajando, entrenando o comiendo sano. También estoy mucho con mi hijo, salgo con amigos, limpio mi casa y valoro mis momentos de ocio. Bajar un cambio y desayunar bien, darle descanso al cuerpo, tener buenos vínculos y sembrar un lugar pacífico es clave para mí.
–Ramsés tiene cinco años. Vos, que sos tan exigente, ¿cómo te ves como madre? ¿Descubriste cosas tuyas que te sorprendieron?
–Mi hijo es mi proyecto más importante. Al igual que muchas madres, intento hacer lo mejor posible: trato de darle tiempo de calidad. De los tres meses que estuve en España con mi obra, pasé todo un mes con mi hijo: lo llevé a museos, a la casa de Ratón Pérez, en Madrid… Estuvo increíble. Descubrí que tengo mucha paciencia, pero, como a muchas madres, a veces, se me acaba. [Se ríe]. Cuando pierdo el norte y no sé qué decir, pido ayuda. Eso sí: consulto a gente que tiene hijos: porque, muchas veces, quienes no tienen hijos fantasean sobre qué se debe hacer y qué no y te dan cátedra. Llamo a una amiga, a mi terapeuta, y, por supuesto, llamo al papá de Ramsi y juntos lo vemos.
–¿Tienen buen vínculo con su padre?
–Sí, un supervinculo; uno del bueno. Romper un vínculo es doloroso y, sobre todo, si hay un proyecto de familia. Se terminó una fase, pero se convirtió en otra cosa, muy linda y muy especial. Siento que la familia está unida.
–Y ahora ¿estás en algo? ¿Tenés pareja?
–Nada para declarar.
–Pero ¿estás con la puerta abierta?
–Nada para declarar.
–¿Y sentís que después de haber escrito una obra que habla del amor y del desamor tenés más información sobre tu propia forma de amar y sobre la forma que te gustaría que te amen?
–Al escribir el texto, al ensayarlo, al actuarlo en el escenario y al volver a actuarlo al año siguiente, empezás a ver la película completa; comenzás a entender la totalidad de una relación: mientras más angosta es la mirada, más justificativos tenés para echarle todas las culpas al otro. A veces, uno le endosa al otro mucho de lo que uno no entiende de uno: “Vos me hiciste tal cosa”, “Vos no me diste tal otra”. En realidad, una es la contracara del otro: el 50 por ciento de uno y el 50 por ciento del otro. Y yo amplié la mirada sobre mí misma; me repensé.
–¿Te volviste un poco como Bárbara, el personaje de Inframundo, que es sinceridad total?
–Es que cuando uno escribe, se va transformando. Bárbara es muy arrojada para decir las cosas: dice todo sin anestesia. [Se ríe]. Creo que sí, que empecé a ser más como ella. Si bien yo me guardo cosas, intento cada vez más no caretear las situaciones. No me da pudor admi - tir todo lo que me costó construirme. Y así como no estoy interesada en dar una imagen perfecta, tampoco estoy interesada en personas que no muestren su fisura. ¡Todos tenemos fisuras!
–Cumpliste 33 años este 2024. ¿Sos de hacer balances?
–Estoy en un muy buen momento. En principio, me bajé de la carrera contra el tiempo y contra la edad. Francamente, no estoy igual que hace veinte años, cuando empecé a trabajar como modelo. No tengo ni la cara ni el colágeno de los 15 años y no me importa. Cuando nació Ramsés, tenía unas ojeras tremendas por no dormir. Un día, dejé de tapármelas: ¡yo me había ganado estas ojeras y, ahora, las arruguitas que ya empecé a ver en el espejo! Y así como bajé la hiperexigencia, también aprendí a disfrutar más. Me siento muy conectada con mi proyecto personal, que es conducir mi vida de una prueba hacia otra: ahora estoy tratando de terminar una novela, que me está costando un poco, y concretar un proyecto vinculado a la filmación. Y, si bien sigo sin saber bien quién soy, confío en mi capacidad de reescribirme y de llevarme hacia donde quiera ir.
Fotos: Tadeo Jones
Producción: Alejandro García
Maquillaje y peinado: Natalí Pomasoncco para Sebastián Correa Estudio
Agradecemos a Mishka
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