Roxana, Soledad y Belén le rinden un amoroso homenaje a la diseñadora, recordando cómo era en la intimidad familiar, cuando viajaba por el mundo o mientras cosía contrarreloj algunos de los trajes que pasaron a la historia
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Cuando Elsa Romio (ese es su apellido de nacimiento) llegó a Buenos Aires con su familia, tras un viaje de veintiún días en barco, el 7 de diciembre de 1955, tenía 13 años, no hablaba una palabra de español y traía de su infancia calabresa el hábito de coser vestidos para sus muñecas. Desde el puerto, lo que más la impactó fue el edificio Kavanagh –en ese entonces, el más alto de Sudamérica–, porque en su pueblo, Corigliano Calabro, no había nada ni tan alto ni tan moderno. Pasó el tiempo, esa chica con marcado acento italiano se convirtió en Elsa Serrano (tomó el apellido de su segundo marido), una self made woman que construyó un imperio fashion a fuerza de trabajo y seguridad en sí misma, referente de la moda argentina que vistió a figuras como Susana Giménez, Mirtha Legrand, Graciela Borges, Norma Aleandro y Lucía Galán, a mujeres del poder como Zulemita Menem y María Lorenza Barreneche, y a estrellas como Sophia Loren, Catherine Deneuve, Gina Lollobrigida y Joan Collins (entre sus diseños más recordados y copiados están el vestido de novia de Susana para su boda con Huberto Roviralta, el de Claudia Villafañe para su casamiento con Diego Maradona y el que llevó Norma Aleandro cuando recibió el Oscar por La historia oficial: Elsa lo hizo comunicándose con la actriz por teléfono y se lo mandó con su marido, dado que Norma no estaba en Buenos Aires). En 2001, ese mundo de glamour y esplendor se vino abajo: su empresa quebró y perdió la maison de la calle Mansilla. Pero Elsa Serrano no se rindió: sacó a relucir su férrea voluntad de mujer que se había hecho de abajo, y volvió a empezar. Desde cero. De todo eso y de su lado más personal, ¡HOLA! Argentina conversó con sus tres hijas, Roxana Sztemberg (59), fruto de su primer matrimonio con Israel Sztemberg, Soledad (47) y Belén (44) Serrano, de su segundo matrimonio con Alfredo Serrano, quienes aceptaron hablar de su madre por primera vez y repasar su perfil menos conocido: el de la mujer generosa, detallista, obsesiva con el trabajo, creyente y devota, excelente anfitriona y mejor cocinera (sus ñoquis del 29 alcanzaron status de leyenda entre amigos como Ricardo Piñeiro, Lucía y Joaquín Galán, Julio Bocca y Lino Patalano), de sinceridad brutal y un corazón que no le cabía en el cuerpo.
–¿Qué es lo que más extrañan de ella en el día a día?
Soledad: Yo extraño todo. Poder hablarle por teléfono para consultarle cualquier cosa, desde algo de los chicos hasta una receta de cocina.
Roxana: Es que mamá era omnipresente, estaba en todo, todo el tiempo. Desde lo más importante hasta lo más insignificante. Conmigo hablaba por teléfono hasta cinco veces por día.
Belén: Resolvía en todas las situaciones, tomaba decisiones rápido, sin miedo. Y hay muchos momentos en que eso también se extraña.
Roxana: Sí, era muy mandada y resolutiva. Y nos pasa que terminamos riéndonos porque todos los caminos conducen a Elsa: nosotras tres, hablemos de lo que hablemos, siempre terminamos en ella. “Mamá lo hacía de esta manera”, o “Mamá hubiera dicho tal cosa”. La sentimos muy presente, muy entre nosotras.
–¿Cambió en algo lo que cada una sentía frente a la muerte?
Belén: Yo siempre le tuve miedo a la muerte, a la de los demás y a la propia, pero desde que mamá no está, se me fue ese miedo, porque sé que me está esperando con los brazos abiertos.
Roxana: Sí, tiene que ver con la finitud. A mí me calma saber que cuando llegue mi momento, la voy a volver a abrazar. No es que estoy deseando morirme, pero ese pensamiento me tranquiliza.
–¿Cuál de las tres se le parece más?
Belén: Todas tenemos una parte de su tanada. Yo creo que heredé esa cosa de buena anfitriona: me gusta recibir gente, que mi casa sea de puertas abiertas, siempre alegre y llena de amigos. Debe ser por haberme acostumbrado desde chica a las Navidades con quinientas personas que ni conocía, porque mamá era así, albergaba a todas las almas perdidas o en pena y las traía a casa.
Soledad: Tengo las mismas piernas chuecas y camino igual, algo que le hace gracia a mi marido. El otro día bajé del auto a comprar flores –mamá siempre andaba con flores–, y cuando volví a subir me dijo: “Dios mío, me casé con Elsa. Con las piernas chuecas y las flores en la mano eras ella”. [Risas].
Belén: Sole se parece también en la abundancia: para ella todo tiene que ser abundante, igual que mamá. Por ahí estás preparando una reunión y te dice: “Pero no, ¿cómo un alfajorcito? Veinte alfajorcitos”. Mamá era así: generosa, todo exagerado.
–¿Lo material nunca le importó?
Belén: Cero. Una vez, estábamos yéndonos de un hotel y ya arriba del auto se dio cuenta de que se había olvidado en la mesita de luz un anillo carísimo. Y no le importó: no quiso volver a buscarlo. A mí se me hizo una úlcera.
Roxana: En otro viaje, conmigo, se olvidó en Francia una virgencita de plástico con patitas que llevaba a todas partes, además de las quinientas medallas que tenía colgadas. Y movió cielo y tierra hasta que yo encontré a la dueña del departamento que habíamos alquilado, que era divina, y le mandó la virgencita con Federal Express a Buenos Aires. Una virgencita de plástico, que valía dos pesos. Pero era su virgencita, la que la había acompañado durante años.
Soledad: Soy Team Elsa, yo hubiera hecho todo igual: dejado el anillo y recuperado la virgencita. [Risas].
–¿Qué clase de abuela fue?
Roxana: Cuando se convirtió en abuela de Agus, mi hijo, era muy joven, estaba en el apogeo de su carrera, no tenía un minuto para nada porque trabajaba tres mil horas por día, viajaba muchísimo, iba a todos los eventos, pero igual siempre se las ingenió para estar presente y ser una abuela amorosa. En lo que tuvo mucha suerte Agus; al ser el primero, se convirtió en un compañero alucinante de su abuela: iban juntos a todas partes y tenían un vínculo increíble.
Soledad: Después vinieron los míos. Nació Giuseppe (que siempre dice que nadie va a pronunciar su nombre como su abuela) y enseguida nos fuimos a vivir a Uruguay. Y ella venía a visitarnos de sorpresa. Vivíamos en un barrio en las afueras de Montevideo y de repente era un sábado de invierno, gris, feo, depresión total, y aparecía mamá sin avisar, cargada de regalos y golosinas, y nos alegraba la vida. Era como un ángel que llegaba, sus visitas eran mágicas.
Belén: Con los míos fue como más abuela en el sentido tradicional, porque la agarró a otra edad, entonces hizo cosas que con los otros no pudo porque no tenía tiempo. El menor no tiene muchos recuerdos porque era muy chico cuando ella murió, pero Sofi sí, y de golpe te sorprende con cosas que no sabés de dónde las saca. El otro día fuimos a comer a un restaurante y la veo agarrando sobres de azúcar. Mamá tenía esa costumbre, regalaba sobres de azúcar a todo el mundo porque decía que traían suerte. Entonces le pregunto: “¿Qué hacés?”. “Como la abuela Elsa, me guardo el sobrecito de azúcar para la suerte”, me dice. Siento que me arrebataron a mamá justo cuando empezaba su mejor momento, cuando empezaba a poder disfrutar y dedicarse un poco más a los nietos y a la familia.
–¿Cómo era su vínculo con Italia?
Soledad: Era de los dos lados, de allá y de acá, por eso nunca quiso nacionalizarse.
Roxana: Ella estaba muy agradecida con Argentina, lo decía siempre, pero creo que, como la mayoría de los seres humanos cuando nos vamos poniendo grandes, el último tiempo el vínculo con las raíces era más fuerte. Cuando se mudó la última vez, una de las premisas de su búsqueda era “el terrazo”, la terraza, algo que por ahí siempre había sido de su agrado, pero no era determinante para elegir una casa. Me parece que estaba con la italianidad a full, muy a flor de piel.
Soledad: En un momento empezó con que se quería ir a vivir allá. Pero cada vez que tuvo la oportunidad, no se fue. Era como si tuviera el corazón partido en dos: de un lado Italia y de otro Argentina.
–Volver a Italia con ella sería una fiesta…
Belén: Era fabuloso y le copaba llevarnos.
Roxana: Súper. A Italia o a cualquier lado, porque era muy viajera.
Belén: Se llevaba el mundo por delante, literalmente. No sólo acá, era lanzada en todos lados: adonde fuera se hacía entender: “Ma sí... Yo hablo así y me entienden”, decía.
Soledad: Me acuerdo de estar con ella en París, completamente rota porque me había tenido de acá para allá, yendo a desfiles, a hacer compras, caminando sin parar, y cuando llegamos a la noche al hotel le dije: “¡Ay, mamá!, qué bueno, ahora nos compramos un paté, comemos acá y descansamos”. Y ella me contestó: “¿Paté?, ¿en París? Vos estás loca, cambiate que nos vamos a comer”. Era incansable, imposible de seguir. Además, conocía todo y tenía amigos en todos lados, en una época en que no había redes ni internet, adonde llegaras con mamá te decía: “Ahora llamo a Carlitos para ir a comer”… o a no sé quién.
–¿Tenía sentido del humor?
Soledad: No es que no tuviera sentido del humor, pero muchas veces la gente tomaba por chiste algo que ella decía en serio, porque era completamente transparente y no tenía filtro. De hecho, muchas veces nos reíamos de su inocencia y de las pavadas que decía. Ella no hacía chistes o decía algo por ser graciosa, para nada. Por ahí decía algo que no correspondía, te agarrabas la cabeza y te terminabas riendo, pero su intención no había sido causar gracia.
Roxana: Mamá no pescaba el doble sentido, y mucho menos lo ejercía. Siempre fue muy frontal, muy sin vueltas.
–¿Qué significó Elsa Serrano en la moda argentina?
Roxana: Creo que algo así como la persona justa en el momento exacto. Ella inventó el cóctel: el rubro cóctel, el nombre en sí mismo y la ropa para ponerse en ese momento del día fueron un invento de mamá. Y creó un imperio de moda porque todo tenía excelencia: los géneros, los materiales y una hechura de primera que hasta entonces no había en Argentina para el prêt-à-porter.
–En 2001 su empresa quebró, perdió la maison y volvió a empezar de cero. ¿Nunca se deprimió o se rindió?
Roxana: Jamás. Se fue a Easy, compró dos caballetes y un tablón, levantó el cuarto de vestir y arrancó a trabajar otra vez. Les probaba a las clientas en el baño, donde había un espejo grandísimo, y todo lo hacía con la misma obsesión por que saliera perfecto que cuando tenía una maison de tres pisos. No sabía lo que era bajar los brazos.
–¿Eso de no bajar los brazos las marcó a ustedes?
Soledad: Sí, te marca, pero nunca vamos a poder ser como ella, nos puso la vara altísima. No sólo nunca bajaba los brazos, no tenía miedo. Después de eso de los caballetes, pasaron seis meses y se alquiló un departamento gigante en Santa Fe y Callao, y nosotras diciéndole: “Bueno, mamá, ahora buscate un departamento chiquito, para empezar de a poco”.
Belén: Mamá siempre hizo lo que quiso. En pocas semanas lo había pintado, iluminado y estaba lista para abrir.
Roxana: Pero siempre hizo lo que quiso, porque los cuentos de su niñez también hablan de esa voluntad contra viento y marea.
Soledad: Tenía mucha confianza en sí misma y nunca tuvo miedo. Ella sabía de su capacidad de trabajo y estaba segura de que le iba a ir bien.
–¿Cuál era su secreto para llevarse bien con las mujeres famosas y poderosas?
Belén: Su gran seguridad personal, nunca perdió su lugar.
Roxana: Mamá nunca fue “llevacarteras”, jamás se acercó a alguien para salir en la foto, porque ella era la foto. Y siempre fue ubicada como para saber que, si estaba en tal situación con Susana, Mirtha, Graciela Borges, Norma Aleandro o Lucía Galán, no tenía que perder su lugar.
–Muchas veces le dio segundas oportunidades a gente que no le había sido leal o que la había perjudicado. ¿Por qué?
Belén: No daba segundas oportunidades, daba quinientas. Era la bondad absoluta.
Soledad: Es que tiene que ver con lo que antes hablábamos de la inocencia, de no tener doble discurso. No lo sentía como una segunda oportunidad. Para ella era “bueno, ya está”, y daba vuelta la página. No era una segunda oportunidad, era volver a empezar.
–¿Por qué le dirían “gracias” si pudieran?
Roxana: Lo que más le agradezco es haberme dado a mis hermanas.
Soledad y Belén: Ro lo dice todo el tiempo y llora todas las veces. [Risas].
Belén: Somos muy unidas, y eso se lo debemos a ella.
–Si tuvieran la chance de volver a verla una última vez, ¿qué harían o qué le dirían?
Soledad: La abrazaría muy muy fuerte y creo que no podría decirle mucho, porque me pondría a llorar.
Belén: Yo también la abrazaría fuerte y le diría: “Quedate un rato más”.
Roxana: Abrazarla, besarla, contarle cosas de los chicos, ponernos al día… y decirle que no se preocupe, que vamos a estar juntas por toda la eternidad.
Elsa Serrano, la mujer que le dedicó su vida a la moda y venció todo tipo de obstáculos, murió de manera trágica el 16 de septiembre de 2020 mientras dormía, cuando se incendió su casa, en la calle Maipú al 900. Quizás lo último que miró por la ventana antes de acostarse fue el vecino edificio Kavanagh.
Maquillaje y peinado: Joaquina Espínola.
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