Heredero de la dinastía que reinó hasta la Revolución rusa, se casó con la pompa de los zares en San Petersburgo. Fue el primer enlace imperial en más de cien años
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El gran duque Jorge de Rusia (40) y su mujer, la princesa Victoria Romanovna, acaban de hacer historia. Él, que es hijo de la gran duquesa María Vladimirovna Romanova (67) y del príncipe Francisco Guillermo de Prusia (78), y la escritora italiana, cuyo nombre de soltera es Rebecca Bettarini, dieron el “sí, quiero”, en una boda cristiana ortodoxa en la catedral de San Isaac de San Petersburgo, ante representantes de veinte casas reales y más de un millar invitados de todo el mundo.
Se trata de la primera boda de un Románov que se celebra en suelo ruso en más de cien años y se realizó con gran lujo y siguiendo las tradiciones reales. La última fue la del príncipe Andrés Aleksándrovich, sobrino de Nicolás II, en junio de 1918, poco después de la revolución bolchevique que derrocó a los zares. El novio, que usa los títulos de zarévich (heredero del trono ruso) y de gran duque de Rusia, reunió a numerosos miembros de la realeza en tres días de celebración que se desplegaron en tres palacios distintos. Jorge nació en el exilio, en Madrid, y está emparentado con prácticamente todas las familias reales de Europa: es descendiente del emperador Alejandro II de Rusia, de la reina Victoria de Inglaterra y del káiser Guillermo II de Alemania. Además, es ahijado de bautismo de Juan Carlos y Sofía, los reyes eméritos de España, de Constantino de Grecia y de Simeón de Bulgaria.
Entre los asistentes al enlace, de hecho, se encontraron el monarca búlgaro y su mujer, la reina Margarita; el rey Faud II de Egipto; don Duarte Pío de Braganza y su familia; el príncipe Luis Alfonso de Borbón y su mujer, Margarita Vargas; el príncipe Manuel Filiberto de Saboya; el príncipe Leka de Albania; Miriam de Ungría y su hijo mayor, Boris; y los príncipes Rodolfo y Tilsim de Liechtenstein.
DOS LOOKS NUPCIALES Y UNA TIARA FABULOSA
Según comunicó la Casa Imperial, Victoria Romanova se convirtió a la fe ortodoxa y dejó su nombre plebeyo para dar el sí. Para el gran día, eligió un vestido de corte clásico en seda italiana, de la diseñadora libanesa Reem Acra, con una cola estilo catedral, de seis metros de largo. La princesa (tal es el título que adquirió al casarse) completó su look nupcial con un velo del mismo largo de la cola, bordado en hilos de oro con el águila bicéfala (el escudo de los Románov), y la tiara Lacis, una pieza de alta joyería creada por Chaumet. Inspirada en los kokoshnik, los tocados tradicionales rusos, la fabulosa joya está realizada con 438 diamantes en pavé, montados sobre una estructura de oro blanco, dos diamantes centrales de 5,02 quilates y un tercer diamante, talla pera, de 2,21 quilates. Su forma, además, simula la vela de un barco soplada por el viento a modo de homenaje a la actividad de su marido, que presta servicio en la base naval de la capital rusa.
Tras la ceremonia religiosa, en la que intercambiaron alianzas de Fabergé (la joyería preferida del último zar), los recién casados agasajaron a sus invitados con una cena de gala en el Museo Etnográfico Ruso, cuyo edificio principal es el Palacio Mijáilosvski, un edificio neoclásico construido a principios del siglo 19 por el gran príncipe Miguel Pávlovich. Jorge y Victoria eligieron platos típicos rusos para la ocasión, que se sirvieron con vinos italianos y champagne francés.
Durante la recepción, la princesa deslumbró con un segundo traje de novia, también firmado por Acra, y una capa de seda de Elina Samarina. Al día siguiente, los recién casados ofrecieron un brunch en el Palacio de Constantino, construido por órdenes de Pedro el Grande. Fue un encuentro sin dress-code, distendido e informal, que cerró un fin de semana a pura celebración. El primer evento había sido el viernes 1, con una fiesta “preboda” en el Palacio del Gran Príncipe Vladimir, lugar que hoy se conoce como Casa de los científicos.
LA “CORONACIÓN” DE UN LARGO ROMANCE
Con su boda religiosa, que tuvo lugar una semana después de su enlace civil en Moscú, el flamante matrimonio le puso el broche de oro a una historia de amor que comenzó hace casi una década. Jorge y Rebecca se conocían de adolescentes y después de no verse durante años, coincidieron en un evento en la embajada de Francia en Bruselas. Corría 2012 y los trabajaban en la capital de la Unión Europa. Ocho años después, el Gran Duque le pidió matrimonio a su novia con un anillo impactante, con un rubí cabujón (símbolo del amor, la pasión y la nobleza) y dos diamantes, que representan la pureza y la fuerza de sus sentimientos. Había sido un regalo de su madre, la gran duquesa María, que se lo dio a él cuando cumplió 18 años, con la ilusión de que su hijo se lo diera a una futura mujer, en el día de su compromiso.
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