Dueña de una energía admirable, después de años de abrazar distintas causas, presenta su propia fundación para trabajar en la integración sociocultural, el bienestar animal y el medioambiente
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Del otro lado de la línea, desde Carrasco, en su Montevideo querido, suena alegre, muy amable y enérgica. A sus 80 años, la princesa Laetitia d’Arenberg, que nació en Líbano y creció bajo la estricta educación de una de las familias con mayor estirpe de Bélgica, es el ejemplo de aquellos que piensan que nunca es tarde, que jamás se debe dejar de soñar y que la vara, si es para bien, siempre se puede subir un poco más.
Después de años de ponerle el cuerpo y el alma a infinidad de causas solidarias, decidió que era hora de englobar su trabajo en una fundación que llevará su nombre (la lanzará formalmente en enero), y trabajará con proyectos propios centrados en la integración sociocultural, el bienestar animal y el medioambiente, sin dejar de impulsar organizaciones no gubernamentales.
–¿Por qué ahora?
–Porque era indispensable cerrar el trabajo de tantos años bajo un mismo sombrero, hay mucho por hacer y quiero un mundo mejor. Además, los 80 me encontraron plena, llena de vida. Le pido a Dios que me deje presentar este proyecto en el que estoy acompañada por un grupo increíble, gente de bien, con mi misma sensibilidad. Toda mi vida estuve atrás de las plantas, los animales, el medioambiente... Y, desde lo social, trabajé en cárceles de mujeres, en hospitales.
–¿De dónde nace tu vocación solidaria?
–Ya a los 15 años ayudaba en hospitales, eso se hace en mi familia desde siempre. Ayudando aprendés lo privilegiado que sos, que todo lo que das por sentado no es lo normal y entonces tenés que dar.
–¿Cómo pensás ayudar?
–Con proyectos propios y también apoyando a distintas organizaciones, que es algo que hago desde hace años, de manera anónima. Entre los programas propios, está Bernardone, que es una red de albergue de animales y Cupertino, con becas de estudio para adolescentes. Cuando los chicos son chicos todos dicen “ay, pobrecitos”. Pero cuando crecen y hacen de las suyas ya no los miran de la misma manera. Los jóvenes necesitan estudiar. Nos estamos juntando con otras ONG porque antes yo hacía todo sola y eso no tiene que ser así. Y vamos a promover Playa Azul, una insignia de calidad para playas públicas que premiará, por ejemplo, a la que esté más limpia. Hay varios proyectos que me tocan desde lo personal.
–¿Por ejemplo?
–El Cottolengo Femenino Don Orione. Es muy triste ver tanta gente abandonada, chicos, bebés y, especialmente, personas de la tercera edad que tienen problemas. La dedicación de las monjas que se ocupan del centro es algo increíble. Después está Fundapass: trabajé 30 años con perros de asistencia para niños con discapacidades. A mis 18 tuve un accidente esquiando y me quemé los ojos, por lo que por un tiempo no pude ver. Y está Renacer, un centro de rehabilitación de drogas y alcohol. Yo fui alcohólica, nunca estuve en las drogas pero sí tuve un hermano que murió por drogas, por lo que entiendo todo sin juzgar.
–¿Cómo lograste recuperarte?
–Tenía 50 años y en ese momento no sabía que podía encontrar un centro que me ayudara, así que luché muy fuerte porque no podía salir. Fue un camino extremadamente duro, que no lo recomiendo. Pero gracias a haber pasado por estas cosas nunca acusé ni miré mal a quien esté en ese lugar. Muchos que conozco se han rehabilitado con nosotros. Cuando me fui de mi casa, salí de un medio muy complicado que es el jet set en Europa. Fue un momento muy complicado en mi vida. Muchos que me rodeaban habían caído muy bajo, entonces pensé que si algún día podía iba a tratar de ayudarlos a rehabilitarse. Hablé con el Padre Gustavo Larrique, que toda la vida estuvo ayudando y dedicado a estos temas. Primero arranqué en Florida, que es el departamento donde tengo mi campo, y después en Montevideo, y hoy funciona muy bien. [Suspira]. Después, en otro orden de cosas, están la Fiesta de la Patria Gaucha, un festival de folklore y tradición que lanzo cada año desde Lapataia (su tambo), y la Bienal de Montevideo, el evento bianual nacional más relevante de arte. Yo espero, además, poder llevar el año que viene diferentes muestras por el interior del país.
SU LEGADO
–¿Cómo es un día tuyo?
–En este momento estoy muy enfocada en el lanzamiento de la fundación, que es apolítica y transparente. La gala será el 4 de enero y quiero incentivar a los benefactores, dar a conocer el trabajo de ONG que compartan nuestra filosofía, y que nos apoyen económicamente. Vivo en Montevideo desde hace 40 años, estoy muy instalada en Carrasco y voy y vengo a mi rancho en José Ignacio. Me acompañan mis nueve perros, mi loro Xingu y las tortugas. Y tengo dos hijos.
–¿Cómo son?
–Divinos los dos. Y muy distintos entre ellos. Cuando nació el primero (Sigismund), lo tuve en Europa. Y el segundo, Guntram, es uruguayo. Hace tiempo les dije: “Cuando llegue a los 80 quiero cumplir mi gran sueño de tener una fundación, será mi legado. Pero quiero saber qué van a hacer de sus vidas porque no tiene sentido empezar algo si después nadie lo va a seguir”. Finalmente, Guntram es el presidente emérito y seguirá el legado con los mismos principios que lo soñé.
Agradecemos a Gabriel Machado por las fotos, a Lucia Uriburu por la producción y a Regina Kuligovski por el maquillaje.
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