Adorada durante su infancia y, tras su corta vida sagrada, Chanira Bajracharya obtuvo una maestría en Administración de Empresas. Ahora se propone ayudar a las nuevas generaciones de kumaris a que sigan su ejemplo
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Vivir como una princesa, recluida en un palacio de ensueño y ser adorada por todo un pueblo puede parecer algo del pasado. Sin embargo, en Nepal es una realidad para las niñas diosas, consideradas la reencarnación de la diosa Taleju. Una tradición que se mantiene desde hace setecientos años entre las familias budistas de la comunidad newar –viven en el valle de Katmandú–, el lugar de donde provienen las “elegidas”.
CANDIDATAS
Una docena de chiquitas –algo así como las aspirantes– reciben el título de kumari (‘vírgen’ en nepalí), pero sólo tres, que representan los tres reinos antiguos del valle de Katmandú, se convierten en finalistas. Y tras un riguroso proceso de selección (las candidatas tienen que tener la mayor cantidad posible de las treinta y dos cualidades prescriptas que incluyen “corazón de león” y “ojos parecidos a los del venado”), una resulta investida con el poder de la diosa. Será reverenciada y agasajada hasta que se convierta en mujer, momento en el que pierde sus derechos y vuelve a ser una persona normal. Mientras es diosa, pasa sus días atendiendo a una larga fila de visitantes que se arrodillan a sus pies –que nunca deben tocar el piso– y le llevan ofrendas de dinero y frutas, sin dirigirle la palabra. A manera de bendición, la niña diosa estira su brazo cubierto de raso rojo y pone en la frente de los devotos una señal religiosa llamada tika, hecha con pasta bermellón. Chanira Bajracharya (27) es quien más tiempo mantuvo el status de niña diosa en la historia: casi diez años albergó en su cuerpo la reencarnación de Taleju.
¿QUIÉN ES ESA CHICA?
Aun en su condición de diosa, en sus ratos libres Chanira siempre se dedicó a estudiar, y hoy es una mujer con una flamante maestría en Administración de Empresas (se graduó en la Universidad de Katmandú), que trabaja en una compañía de servicios financieros. “La gente solía pensar que, por ser una diosa, lo sabía todo –contó ella en una entrevista con el New York Times–. Y… ¿quién se atreve a enseñarle algo a una diosa?”. Aunque defensora de la tradición (“Fueron los mejores momentos de mi vida, todos venían a verme, a recibir mis bendiciones, y traían muchos regalos”), Bajracharva es consciente de que su título universitario y su trabajo corporativo la diferencian del resto de las kumaris, ya que a la mayoría no se les permite estudiar y cuando pierden su divinidad no saben leer ni escribir. “No es nada fácil ser analfabeta en este mundo”, comentó en la misma entrevista, por eso ella trabaja para alentar a las nuevas generaciones de jóvenes diosas a que estudien. “Esto nos facilita integrarnos a la sociedad cuando nos jubilamos”, algo indispensable para tener una vida normal después del trono. Casi todas las kumaris viven aisladas de sus familias y son educadas por las cuidadoras oficiales. Pero ese no fue el caso de Bajracharya, quien durante su reinado pudo quedarse en casa, donde una maestra le daba clases particulares después de terminar las tareas sagradas del día. Chanira sigue siendo muy respetada en su comunidad newar de Patan, donde se ocupa de instruir a su sucesora, Nihira Bajracharya –no tienen ningún parentesco–, quien también recibe clases particulares. “Ser una kumari puede implicar una gran responsabilidad, pero además de eso, también es una niña que tendrá una vida después de terminar con sus tareas sagradas, por lo que necesita todas las aptitudes que se requieren para sobrevivir”, les explicó ella a los padres de Nihira cuando esta accedió al trono, a los 5 años. “Me siento bendecida por haber sido una diosa –afirmó Chanira, que cree que a ella le fue bien porque su familia adaptó el estilo de vida tradicional de las kumaris a la vida moderna–. Nunca se me ocurrió escapar del templo. Si bien es cierto que la transición a la vida normal es muy difícil, no tengo sino buenos recuerdos de aquellos años. Todos se preocupaban por mi bienestar y, de todas maneras, yo era demasiado pequeña como para preocuparme por nada”.
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