En la intimidad de la casa que compartían y de Cástor y Pólux, el teatro que inauguraron juntos, habla del productor y de la historia que compartieron
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Recordar para honrar los años compartidos, también para llorar y alivianar el pecho sabiendo que, aunque nuestros seres queridos ya no estén más entre nosotros, de alguna manera nos acompañan. Recordar siempre con una sonrisa, porque eso es lo que Lino Patalano –inigualable empresario y productor teatral (murió en septiembre pasado) y un gran amante de la vida– hubiese querido. Con esa premisa, Gustavo Benavídez, su pareja durante veintiocho años, le abre a ¡HOLA! Argentina las puertas de Cástor y Pólux, el espacio con aires de cabaret europeo alemán –así lo define él– ubicado en el barrio de San Telmo (Tacuarí 955), que fue uno de los últimos sueños que compartieron. Después, la charla seguirá a pocos metros, en el departamento en el que vivían.
“Lino era un ser fantástico, tanto a nivel profesional como personal. Su vida era una fiesta permanente. Amaba a sus amigos, a la familia, a sus perros [tenía dieciocho en su quinta de Moreno]. Nadie tiene en su casa tres livings. Bueno, él sí porque invitaba todo el tiempo: por su oficina y su casa pasaron todos, Liza Minnelli, Shirley MacLaine, Eladia Blázquez, Norma Aleandro, Alfredo Alcón, Sandra Mihanovich, el elenco completo del American Ballet…”, recuerda Gustavo. Y sigue: “Recibía con perniles y champagne, aunque él sólo tomaba Chardonnay con hielo, pero le gustaba el glamour. Gozaba agasajando a los artistas. Trascendió el ser productor porque productores de teatro hay muchos, aunque no como él. Era único. Recuerdo que una vez fuimos a ver a Julio Bocca, en el American Ballet, y de repente escuché: ‘Lino, Lino’. Era Liza Minnelli. O íbamos a comer pizza y era en la casa de Isabella Rossellini. Ahora estoy dimensionándolo, parece tan lejano, pero en aquel momento era lo cotidiano”.
–¿Cómo se conocieron?
–Nos presentaron en un bar y nunca más nos separamos. Durante veintiocho años, estuvimos juntos todos los días, las 24 horas. [Se emociona].
–Él ya era conocido. ¿Cómo lo recibieron en tu familia?
–Fue aceptación total, lo amaban. Es que Lino era muy entrañable. [Llora]. Antes de morir, mi papá le dijo que se iba tranquilo porque me dejaba en las mejores manos. Una hora después de decírselo, murió.
–¿Por qué se conoce públicamente tan poco de vos?
–No me gusta resaltar, me parecía que él era el que tenía que brillar y yo aportar a eso. Pero siempre estábamos juntos, en Buenos Aires, en España, en Italia, en Nueva York, en Tokio, donde fuera. Sólo los amigos y la familia sabían que yo estaba ahí. Los medios siempre nos cuidaron mucho, ni a Lino ni a mí nos gustaban la exposición y el escándalo.
–¿Nunca se casaron?
–Nunca. Y fue una decisión. Teníamos un contrato de palabra y a nosotros nos bastaba. Inclusive ahora, con cuestiones legales, la familia de Lino tiene la misma mentalidad que él. Los contratos de palabra se respetan. El don de gentes lo comparten, es algo de familia.
–¿Cómo era en el día a día?
–Siempre estaba de buen humor, no le gustaba pelearse ni que los demás pelaran. Rara vez se enojaba. A los artistas les tenía mucha paciencia, los amaba y admiraba. En sus camarines siempre les dejaba rosas, champagne y lo que les gustara comer. Apuntaba siempre a lo mejor, no importaba si había presupuesto. Siempre había que estar con la mejor comida, la mejor ropa y el mejor champagne. Se levantaba muy temprano y empezaba a laburar con la gente de Europa. A las doce tomaba su copa de Chardonnay y a trabajar con los de acá. Después, hasta antes de la pandemia, siempre había estrenos, cenas…
–¿Que le gustaba hacer además de trabajar?
–Su hobbie era el trabajo, los artistas eran sus amigos. Y adoraba festejar su cumpleaños y la Pascua, porque su nacimiento coincidió con un domingo de Pascua, lo llamaron Pasquale y le decían Pasqualino, de ahí lo de Lino.
–Contame de esas fiestas.
–Para sus 75 años hizo un fiestón en Gaeta, Italia, su pueblo natal. Por algún motivo, lo adelantó unos meses y lo bien que hizo, porque después vino la pandemia. Fuimos 130 desde acá y él pagó todo, incluidos los pasajes y el hotel. Además, invitó a gente de allá. Él decía que siempre había que celebrar la vida, por eso su tema preferido era “Honrar la vida”, de Eladia Blázquez, que permanentemente le pedía a Sandra Mihanovich, que la idolatraba y era su musa, que se lo cantara. De hecho, Sandra lo cantó en ese festejo, en la playa, en el que todos llevábamos antorchas. Aunque estaba prohibido, él consiguió permiso para tirar fuegos artificiales, que le encantaban. Su madre, ya desde chico, lo llamaba Misión Imposible, porque conseguía todo lo que se proponía.
–¿Y la Pascua?
–Era un punto de comunión de la familia, así que mandaba pasajes y remises y lograba traer a todos desde La Plata, Villa Ballester, Río Gallegos. Lino compraba media pescadería, y el domingo, la madre y después su hermana María, hacían la salsa de pescado que llevaba medio océano. También se rompía el huevo de chocolate de ochenta kilos que mandaba hacer cada febrero a Fenoglio, en Bariloche. Y yo me ocupaba de pensar los regalitos que poníamos adentro. Éramos 150 personas cada vez, entre artistas, amigos, vecinos y familia.
INSIEME (O JUNTOS, NI MÁS NI MENOS)
El 21 de abril pasado, Lino hubiese cumplido 77 años y se le rindió tributo con Insieme, un espectáculo de canciones italianas dirigido por Valeria Ambrosio y protagonizado por Ivanna Rossi, que además estuvo acompañado por una exposición de su amiga Renata Schussheim. “Insieme significa ‘juntos’. Entre nosotros hablábamos en italiano y cada vez que empezábamos algo juntos, nos repetíamos “Insieme possiamo fare tante cose belle”, así que es muy significativo”, dice Gustavo.
–¿Cómo surgió la idea de este teatro?
–Acá estaban los depósitos de escenografía del Maipo porque Lino era dueño de los trece departamentos de esta propiedad, más este local [hay otros dos que nunca le quisieron vender]. Quería convertir todo en un centro cultural. Pero mientras buscaba sala para hacer las Gambas gauchas le ofrecieron el Maipo. Entonces vendió todos los departamentos y se quedó sólo con este local como depósito. Lo que quedaba obsoleto venía al “deposito Tacuarí”. Después yo tuve la idea de poner un anticuario porque soy coleccionista de antigüedades y de arte moderno, también surgió la idea de agregarle un bar y Lino me dijo que tenía que poner un escenario pequeño en el fondo. Finalmente, eso hice y me dio mucho placer porque él entraba acá y se le iluminaba la cara porque lo remontaba un poco a lo que fue El Gallo Cojo, La Gallina Embarazada o El Pollito Erótico (los café concert que inauguró en los 70). Estaba fascinado. El lugar es mío y él iba a ser el director artístico. El nombre se lo pusimos entre los dos, con Lino nunca peleábamos, eran eternas conversaciones. Después de que murió me planteé seriamente qué hacer. Pero esto es un desafío y siento que me ayuda a continuar. También pensé: “Qué lindo si quien pasa por un duelo, o queda viudo, tuviera un teatro para atravesarlo”. La frase “el show debe continuar” me ayudó. A todos nos pasan cosas. Y cuando estoy acá, puedo convertirme en el mejor anfitrión porque, tal como aprendí de Lino, al cruzar la puerta tiene que ser magia total.
–¿Quiénes te están ayudando?
–En este proyecto colaboran Verónica Benavídez, Ignacio Mues, Agustín Bandi y Fabián Angelotti. Se armó un grupo de gente entrañable que apostó al proyecto para estar a mi lado en esto. Lino hacía que todo pareciera fácil y dejó la vara muy alta. [Se ríe].
–En el último tiempo Lino tuvo varios temas de salud, le sacaron un riñón, lo operaron de la cadera. ¿Cómo lo sobrellevó?
–En dieciocho meses tuvo quince operaciones con todo lo que implica: prequirúrgicos, rehabilitaciones… Él estaba espléndido y, de repente, triple fractura de vértebras. Ese fue el disparador. Después no quiero entrar en detalles porque no aporta nada, pero sí destaco que nunca perdió el ánimo.
–¿Creés que se fue con sus sueños cumplidos?
–Con muchos, tenía muchos más porque era una fuente inagotable de proyectos. Por lo que habían sufrido sus padres en la guerra, siempre decía que de acá no te llevás nada, por eso había que disfrutar. Y él lo hizo. Se fue en su ley.
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