En una charla profunda y rodeada por sus nietos en su piso de Recoleta, cuenta su historia de superación
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Para Olympia (9), Fucsia (6) y Sylvestre, (4 meses), ella es Giagi, la abuela que los malcría, que los llena de besos, les arma programas divertidos y les cuenta historias fantásticas. Si bien la que Marina Dodero (73) le cuenta hoy a ¡HOLA! no es una historia de ficción, de esas de princesas y príncipes que tanto las entretiene, algún día, cuando la escuchen, descubrirán en su abuela a una superheroína, capaz de hacerles frente a las adversidades, incluso a un cáncer de mama que se descubrió de casualidad, en 2019, cuando el mundo entero se cerraba y quedaba en Atenas, muy lejos de sus hijas y nietos, intentando adaptarse en solitario a la enfermedad.
“Estaba en Grecia y, aunque hacía treinta y dos años que no sabía nada de la gente que compró Skorpios, me llamaron para invitarme a visitar a mi amiga Christina (Onassis, que está enterrada en esa isla junto a su padre, Aristóteles), que siempre digo que me ayuda desde el cielo. La única condición que me pusieron fue que no sacara fotos. Recorrí en lancha los 400 kilómetros, y al llegar vi la iglesia, que estaba igualita porque eso no se toca, fui a su tumba y participé del responso que había pedido por ella. Cuando terminamos, aunque me ofrecieron quedarme en un hotel, preferí volver a mi apartamento. Al día siguiente, llegó la cuarentena: se cerró todo y yo quedé allá, sola”, arranca Marina. Y sigue: “Apenas una semana más tarde, mientras me bañaba, sentí un bulto en el pecho”.
–¿Eras de hacerte el autoexamen?
–No, pero hoy entiendo lo importante que resulta. Por suerte, me había comprado unos guantes exfoliantes en Victoria’s Secret y así lo noté. Como tengo un perrito –un pug que se llama Oro–, pensé que era un tirón, ya que lo paseaba a diario en los 20 minutos que nos daban a la mañana y a la tarde para sacar a nuestras mascotas. No me preocupé, pero al contárselo a un amigo, me recomendó que llamara a un médico de inmediato. En Grecia llamás al número 100 y viene un médico. Después de revisarme me mandó a ver a un ginecólogo. Yo sin auto, sin nadie que manejara, no había taxis… Nunca había visto Atenas tan tranquila...
–¿Sospechaste que algo podía estar mal?
–Nunca se me ocurrió que podía tener cáncer. La obra social de acá no me dio ni la hora. Me hice una mamografía y una biopsia: me sacaron tres muestras y me derivaron a un especialista. Seguía sin entender de qué se trataba. Un amigo me recomendó a su primo ginecólogo, y me recibió el 1 de mayo. Él me dio la noticia.
–Ahí sí caíste…
–No. Uno se atonta ante la verdad. Le dije que decidiera sobre mi vida porque estaba sola. Yo tengo un poquito de peso en Grecia todavía por la historia que ya todos conocen. Me operó el 8. El embajador argentino en Grecia, Juan José Arcuri, a pedido de una amiga, me mandó el auto de la embajada para ayudarme. Como te decía, la obra social me dijo que si era cáncer se trataba de algo preexistente, por lo que no cubrían nada. No había plata, los bancos no te recibían, no andaban los cajeros automáticos… Terminé en un hospital público. Uno está acostumbrado a que te mimen pero acá, nada.
–Con la certeza del diagnóstico, ¿llamaste a tus hijas, Carminne y Tweety?
–Sí, pero sólo les dije que me iba a operar de una lola. ¿Por qué amargarlas, si estaban a miles de kilómetros y no había posibilidad de que vinieran? [Piensa]. Me molestó estar imposibilitada de tener acceso a lo normal. Por suerte, el cáncer no me atacó los ganglios. Me dijeron que era grado B y que lo querían mandar a analizar a Estados Unidos. Como yo buscaba una respuesta rápida, propuse Holanda, que es excelente en estos temas, y a los cinco días respondieron que era grado C. Primero me recomendaron cuatro sesiones de quimioterapia. Sin plata, sin obra social, en un hospital público… Una amiga, una de las mujeres más ricas de Grecia, averiguó y entré al hospital donde ella había ayudado. Me cuidaron como a una reina. El médico me dijo que me iban a poner una suerte de gorra de hielo para que no se me cayera el pelo y en medio del proceso tuve una reacción alérgica que casi me muero, ¡mi brazo era un globo! Después de la segunda sesión, se me empezó a caer el pelo. Otra amiga consiguió que alguien me rapara para emprolijarme. Y me vi divina, me dije: “Qué buen cráneo tengo”. De todas maneras, en la calle no había nadie para verme. [Se ríe].
–¿Te hicieron rayos?
–Sí, pero en otro hospital. Marcaron la zona donde iba la máquina y, por un mes, fui todos los días. Pero los rayos me quemaron, todavía me duele. Fue un momento difícil. No había ni amigas ni señores, porque sabiendo que tenés un cáncer nadie te festeja. No existe en esta situación un hombre que te vea como a una mujer. Pero si lo agarrás a tiempo se puede curar, hay que lucharlo, no bajar los brazos. La pandemia me dio una fuerza extra. Nunca tuve miedo. Yo rezo pero en ese momento no pedía especialmente curarme porque nunca se me ocurrió que me iba a morir. Y eso que vi gente morir al lado. Te das cuenta de que no te llevás nada de acá. Ahora tengo que tomar una pastillita por cinco años. Y te aseguro que se hace sentir.
–¿De qué manera?
–Tengo algunos temblores. También hablo más fuerte pero no estoy sorda, se ve que siento que me tengo que hacer escuchar.
CAPÍTULO DOS: EXPLOSIONES E INYECCIONES
Cuando cierta normalidad empezó a aflorar en el mundo y ya era posible viajar, su hija Carminne y su nieta Olympia volaron a Atenas a visitarla. “Para estar más linda me fui a una clínica en París y me puse ácido hialurónico debajo de los ojos. Quedé divina. Las mandé a un Airbnb cerca de casa porque yo todavía me estaba recuperando. Una noche, aunque duermo con tapones en los oídos, sentí que mi perro ladraba y saltó la alarma. No me quise levantar, y a la mañana siguiente, me enteré de que hubo una explosión terrible en el edificio de al lado. Subí la persiana del cuarto de las chicas y la terraza estaba llena de escombros. Tampoco había luz, ni agua, ni calefacción. En lo que me mandó el universo estuvo totalmente de más. Me puse tan mal que me saltó lo que me había retocado en los ojos. Era un espanto, debajo de los ojos tenía todo duro. Además de todos los arreglos que tuve que hacer en el departamento, tuve que volver al médico para que me pusiera unas inyecciones para ablandar estas durezas. En medio de esto nació mi nieto, Sylvestre. Y aunque no pude venir a conocerlo apenas nació, aquí estoy. Es un bombón, muy mamero. Siempre quise un nieto varón.
CAPÍTULO 3: SUS TRES BOMBONES
–¿Qué tipo de abuela sos?
–No me siento abuela, pero no porque no quiera serlo, todo lo contrario, sino porque a mis nietas mayores las trato como amigas, me encantan nuestras charlas, que me cuenten sus cosas. Es un amor totalmente diferente, no retás, sólo amás. Y tenés poca responsabilidad. Tengo que decir que mis hijas son divinas, trabajadoras, buenas madres, ¿Qué más puedo pedir? Y mis nietas son buenas, muy educadas.
–¿Qué compartís con ellas?
–Todo lo que me dejen. A mí me cuesta la soledad, me parece horrible. El otro día mis hijas me las dejaron a dormir y fue una fiesta. Al día siguiente las llevé a almorzar al Palacio Duhau. Fue un lindísimo programa.
–Llegaste apenas hace unas semanas después de tres años afuera. ¿Cuál es tu plan para los próximos días?
–Tengo pasaje para volverme en agosto, allá quedó mi perro, pero para eso falta un montón. Tengo mucha energía, así que ya organicé una reunión de trabajo para mañana. Desde hace cinco años soy madrina de Casa Cuna. Nos vamos a juntar para ver formas de recaudar fondos. Desde la primera vez que fui al Hospital Pedro de Elizalde, que recoge chiquitos, me enternecieron tanto que no dudé en involucrarme. Yo creo que alguno de ellos debe haber pedido por mi recuperación…
–¿Te gustaría enamorarte?
–No quiero estar sola, no tiene que ver con miedo, sino con ganas de compartir, comunicarme. [Piensa]. Después de lo que viví, creo que para conocer un señor sigo teniendo vergüenza de mi cuerpo, todavía no estoy preparada.
–¿Aprendiste algo de todo lo que te pasó?
–Soy una mujer positiva. No se me ocurre que el cáncer vaya a volver. Me siento bien, incluso me creció el pelo mucho mejor que antes. Me di cuenta de que no somos nada y no hay que preocuparse por todo porque de acá nos vamos sin nada. Además, si no tenés amigos, no sos nadie. Cultivá la amistad y bajá la soberbia.
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