La cantante lírica, que nació en Corea del Sur, habla de sus comienzos, de su relación con la moda y de su increíble presente
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De la conmovedora noche del lunes 15 de abril, cuando se presentó en el Teatro Colón, la soprano Hera Hyesang Park (35) rescata el amor. “¡Tanto amor! Cuando lo pienso, todavía no puedo creerlo: cientos de personas ahí, escuchándome. Es amor, es magia”, dice la cantante surcoreana a ¡HOLA! Argentina después de algunos segundos buscando en la taza de café que acaba de pedir la respuesta de lo que sucedió en la presentación de Breathe –su segundo disco para el sello alemán Deutsche Grammophon–. Y lo que sucedió en Buenos Aires es lo que pasa en todo el mundo: no hay público que no caiga rendido por su voz, su energía y simpatía contagiosas. Por su capacidad técnica y su potencia, la cantante –que fue galardonada con el premio Hildegard Behrens, entre otros reconocimientos– es una de las grandes promesas de la lírica. “¿Sabés que estuve a punto de tirar todo por la borda”, confiesa Hera. A los 22 años, cuando todavía estudiaba en la Universidad de Seúl, empezó a entrenarse para ingresar a la prestigiosa Juilliard School, en Nueva York: “Estaba entre los estudiantes con mejor promedio de la universidad, pero las dos veces que intenté entrar en la Juilliard para Artes Vocales no me aceptaron. Pensé en anotarme en Arquitectura o Diseño. Fueron mis profesores y mis amigos los que me insistieron ¡Y lo logré! Todavía no entiendo cómo llegué tan lejos”, reconoce ella.
–¿Y cómo fue que te enamoraste del canto?
–Eso es un misterio para mí y para toda mi familia. [Se ríe]. Salvo mi hermano [se dedica a la producción de películas] y yo, no hay artistas en mi árbol genealógico. Fue mi madre, quien ama la música, la que me llevó a cantar a un coro.
–Muchos chicos suelen tener experiencias en coros y, sin embargo, no todos abrazan la ópera. ¿Qué pasó con vos?
–En mi caso, se fue dando de manera natural. En ese coro, que funcionaba en un espacio religioso, aunque no vinculado a la iglesia, nos hacían cantar de una manera determinada –haciendo falsetes, por ejemplo– que me llamó la atención. Luego, mamá me anotó para tomar clases de ópera clásica. ¡Quedé fascinada por esas voces tan potentes! Yo quería usar mi voz: tenía muchas emociones dentro de mí: dolor, angustia, enojo… Soy dragón en el horóscopo [Hera nació en 1988], pero, además, tenía un dragón adentro: quería gritar.
–¿Qué te sucedía?
–Mis padres se estaban divorciando. Fue un momento traumático para mí: yo tenía cerca de 13 años y ocultaba mi tristeza. Era un secreto que no compartía con nadie. Quería que mis padres volvieran a estar juntos –en Corea es importante que las parejas estén y se muestren unidas– y me di cuenta de que, cantando, lograba unirlos. Al principio, cuando iban a verme cantar, uno se sentaba en un lado y otro, en otro extremo. Pero fueron acercándose hasta llegar a sentarse juntos.
–¿Y qué pasó?
–Para lograr ese milagro que anhelaba, me anoté en competencias; canté, canté, canté. Quiero decir que lo logré: justo cuando me aceptaron en Juilliard, mis padres se juntaron otra vez. Entonces me di cuenta de que, si bien yo creía que cantaba para ellos, estaba cantando para mí. La música fue mi tabla de salvación: mitigó mi dolor; fue terapéutico.
–¿Hiciste terapia?
–Sí, aunque ahora ya no más. Después de mucho indagar dentro de mí, descubrí que la razón por la que canto es, simplemente, porque amo cantar. Es raro de explicar, pero cuando estoy en el escenario, me vacío de mí misma y de mi ego: a través de mi voz y de mi cuerpo, canalizo historias y personajes.
–En poco tiempo, lograste conquistar los circuitos de ópera más importantes, como el MET de Nueva York, la Staatsoper de Berlín, la Ópera de París, el Teatro Colón en Buenos Aires… Y también al mundo fashion: en 2020, causaste sensación en el MET Gala, con un Giambattista Valli, elegido por la mismísima Anna Wintour. Ahora, presentaste Breathe, tu disco, en la Semana de la Moda de Seúl. ¿Qué sentís cuando te llaman ícono de la moda?
–La verdad, no me lo esperaba. Creo que tengo sentido de la moda, me gusta el mix & match; me gustan los colores, la arquitectura, el arte. Cuando vine el año pasado, Gino Bogani me vistió para la gala que ofrecí en el Colón. Este año, traje diseños de Naeem Khan, que es un diseñador de origen indio con base en Nueva York [ha vestido a Michelle Obama, a la reina Noor de Jordania y a Kate, la princesa de Gales] y de la diseñadora coreana Seodamhwa. Me siento muy afortunada por lucir vestidos de alta costura: esos diseños te dan un aura y poder tremendos. La moda tienemucha fuerza. En mi vida normal, no podría usarlos nunca. Estos vestidos no son Hera… o, mejor dicho, son Hera como producto. No soy una superstar ni una diva, sé de dónde vengo. Trabajo mucho para mantenerme humilde y tener los pies sobre la tierra. En el escenario, no soy yo; soy un sirviente que canta música que alguien escribió años atrás.
–Dijiste “diva”. En el imaginario colectivo, quienes llegan a las altas ligas del bel canto como vos viven con un altísimo nivel de exigencia, mucha competencia… y soledad.
–A veces, tengo mucha gente a mi alrededor, en especial, después de los conciertos, cuando hay que ir a fiestas y recepciones. Sin embargo, la mayor parte del tiempo estoy entrenando, trabajando o arriba de un avión. Antes de venir acá, estuve en España; y ahora viajo a Nueva York, México, San Francisco; paso por Corea y sigo viaje hacia París. Fui nómade por siete años, pero ahora tengo mi base en Corea. Este es un trabajo solitario; tenés que cuidarte, no podés salir…
–¿Te hubiera gustado que fuera diferente?
–No. No me arrepiento de nada. Es tan gratificante lo que siento cuando estoy en el escenario que no puedo quejarme. Quienes se quejan un poco son mis padres. Ellos quieren que mi vida sea un poquito más normal. [Se ríe]: sueñan con que hagamos más planes juntos y también con que encuentre un candidato. En Corea, son muy match makers. Mi mamá, cada vez que estoy allá, me pregunta: “¿Cuándo vas a darme mis nietos?”. Claro que quiero hijos algún día; sé que mi reloj biológico está empezando a hacer tictac, pero todo va a llegar. Estoy segura de que hay alguien ahí afuera, un amor, esperándome. Soy paciente. Cuando tenía veintipico, era, en general, muy ansiosa, algo complaciente y, además, le ponía mucho esfuerzo en ser feliz. Cuando cantaba, incluso, lo hacía “para afuera”. Ahora, canto “hacia adentro”, ingresando la energía y haciéndola circular en una conexión muy subjetiva, sagrada, casi espiritual. Hoy, en mis treinta y pico y en el año del Dragón [una figura mitológica importante y de buenos augurios para Corea], puedo decir que es uno de mis mejores momentos de mi carrera. Estoy feliz, agradecida y relajada: me conozco y me acepto, algo que he estado buscando desde hace mucho tiempo.
Maquillaje y peinado: Luana Clemente para Sebastián Correa. Agradecemos al Buenos Aires Marriott Hotel.
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