Después de visitar la India por segunda vez, sumó millas para conocer la cultura y las costumbres en Katmandú, Bhaktapur y Nagarkot
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Viajero incansable, gran contador de historias y muy espiritual, el periodista, conductor y coach ontológico Mario Massaccesi armó las valijas una vez más para sumergirse en la cultura asiática. Si bien tenía previsto visitar India, su curiosidad innata lo animó a sumar millas y cruzar a Nepal, un país que no conocía y lo cautivó desde el principio. “Fue una derivación de mi segunda visita a la India. Además de talleres, los tres libros, los podcasts y el teatro, con Patricia Daleiro –mi coequiper– estamos haciendo ‘viajes con sentido’: acompañamos a grupos de viajeros que eligen destinos donde es posible, además, hacer una conexión interior, espiritual y reflexiva. Después de India, nos dijimos: ‘¿por qué no cruzamos a Nepal y hacemos nuestra propia experiencia?’. Ninguno de los dos conocía. Fue un viaje extraordinario, muy movilizante. Nos encanta ser viajeros y no turistas. El turista ve lo que cada destino le ofrece, el viajero experimenta y aprende. En el aprendizaje está el crecimiento interior”, le cuenta Mario a ¡HOLA! Argentina.
–¿Con qué criterio elegiste cada destino en Nepal?
–Ir a Katmandú se caía de maduro. Es una ciudad pobre, pero llena de color, movimiento y fe. Sus templos multiplican las almas por miles que las visitan a diario y en cada uno de ellos encontrás los mercados donde es imposible no perderse. Es muy fácil caminar o trasladarse porque sus habitantes son muy amables y serviciales. No hicimos excursiones: agarramos un mapa y salimos a patear. Anduvimos en micros, en motos y en los carritos tirados por bicicletas. También fuimos a Bhaktapur, que es otra ciudad importante y la más dañada por el violento terremoto de 2015 que dejó miles de muertos. Es un museo de arte a cielo abierto, con edificios y esculturas que la gente puede tocar, se puede subir a ellos y además, siguen las obras de reconstrucción. También sumamos Nagarkot, en medio del valle de los Himalayas, donde encontramos la paz y el silencio que buscábamos. Es un pueblito de casas desperdigadas al costado de la ruta y tienen amaneceres y atardeceres que son un regalo para el alma. Nagarkot fue un spa para el alma, Katmandú nos marcó por el río sagrado Bagmati y su ritual de cremación de los muertos y Bhaktapur por el diseño.
–¿Qué fue lo que más te impactó?
–La vida y la muerte en un mismo escenario. El río Bagmati une ambos extremos. De una orilla están los crematorios y se suceden las ceremonias del último adiós. A diferencia de la India, aquí sí pueden participar las mujeres. Hay cánticos y sollozos. En la otra orilla, las ceremonias de fecundidad, donde los locales ofrecen miniceremonias que son como bautizos para el buen vivir. En medio de todo esto, centenares de monos que andan entre la gente haciendo de las suyas y pidiendo comida.
–¿Tenían alguna rutina?
–Patricia amanecía meditando y haciendo yoga. Yo aprovechaba para editar los videos que fui publicando en mis redes como ruta de viaje. Luego el desayuno a las 8, cuando definíamos qué íbamos a hacer, salíamos a recorrer improvisando para darle lugar a la magia y a la sorpresa. Charlamos mucho con los nepalíes y eso siempre enriquece.
–¿Cuánto te preparaste para esta aventura?
–Fui previsor. Cada viaje lo consulto con mi médico para saber los sí y los no de cada destino. Qué vacunas, qué hacer con el agua, qué medicamentos llevar… Pero en cada lugar, por supuesto, preguntamos cuestiones básicas, como si hay zonas peligrosas. Siempre hay que hacerlo con la gente del lugar. Lo demás es aventura pura.
-¿Qué miedos te surgieron o superaste en esta travesía?
–Nuestro último libro, Salir de los miedos, habla de todos esos temores que nos van surgiendo a medida que hacemos cosas. Un miedo que apareció fue que temblara la tierra cuando estuvimos tan cerca del Everest, la cima del mundo. Había razones para sentirlo: ya había temblado en 2015 e hizo desastres. A medida que ascendíamos hasta el valle de los Himalayas y veíamos al costado del camino las piedras desprendiéndose constantemente nos preguntábamos: “¿Es acá donde queremos estar?”. Para colmo se nubló, había mucha niebla y luego llovió mucho. Lo superé hablándolo con Patricia, recordando que habíamos elegido ese destino, que también se abrían otras posibilidades, que no podemos controlar a la montaña –menos al Everest– y que también podíamos reírnos de nuestro miedo.
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