La delantera de la selección femenina de hockey viajó a Tokio sin su hija recién nacida. En compañía de su mamá, Gabriela, y de la pequeña Francesca, habla sobre su increíble camino hasta la final olímpica.
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Su historia irrumpió en la escena durante los Juegos Olímpicos. Cuatro meses después de haberse convertido en mamá por primera vez, y tras una recuperación récord, Rocío Sánchez Moccia (33) se despidió de su novio en Buenos Aires, dejó a su beba al cuidado de su mamá en España y partió a Tokio con la selección argentina de hockey femenino para disputarse el oro con Holanda.
No llegó a cumplir el sueño máximo de toda Leona, que es ganarle a su eterno rival, pero aterrizó en nuestro país con la medalla de plata. Contra todo prónostico, “Rochy”, volvió a defender la camiseta argentina en la final más importante: lo logró cuando todo indicaba que su objetivo era casi imposible de cumplir.
LA NOTICIA MENOS ESPERADA
“Vestir la camiseta en cualquier torneo es un orgullo siempre, pero en un Juego Olímpico más. Te hace sentir más argentina que nunca”, nos confía en su primer reportaje con ¡HOLA! Si para sus compañeras entrenar en pandemia fue duro, para Rocío, que integra el seleccionado desde hace doce años, lo fue un poco más. La idea de la jugadora era llegar en su mejor forma a Tokio, participar del Mundial de Hockey de 2022 a modo de despedida, y recién ahí convertirse en mamá. Esto era lo que habían acordado con Alejandro Pérez (33), su novio desde los 16, pero el destino tenía preparado algo distinto para la leona, que en julio del año pasado se enteró de que estaba embarazada.
“Si querés hacer reír a Dios, contale tus planes”, dice un conocido refrán inglés. Rocío asiente. Tras posar con Francesca, su beba de seis meses, y Gabriela (64), su mamá, se prepara para contarnos su historia.
–¿Cómo fue recibir la noticia?
–Fue un shock. No estaba en mis planes quedarme embarazada. Cuando me enteré, ya estaba de diez semanas (dos meses y medio). Me sentía rara y me compré un test creyendo que iba a dar negativo. El resultado fue instantáneo. [Se ríe].
–¿Qué sentiste cuando decodificaste que ibas a ser mamá?
–No estaba triste, ni feliz. Lo primero que pensé fue: “¿Cómo se lo digo a las chicas?”. Habíamos arrancado a entrenar juntas hacía dos semanas y yo había asumido un compromiso y tenía miedo de fallarles.
RUMBO A TOKIO CON PANZA
Tras una charla con Carlos “Chapa” Retegui, Rochy llegó a la conclusión de que aún tenía chances de ir a Japón. Los juegos seguían suspendidos, la nueva fecha aún no estaba definida, pero su director técnico había hecho las cuentas y la visualizaba en el equipo. “Llegás”, sentenció el entrenador y con esa afirmación, la alivió.
Corrió hasta los siete meses de gestación y nadó hasta el final del embarazo. Una semana después del nacimiento de Francesca, que llegó al mundo el 10 de marzo, con 42 semanas de gestación, retomó el entrenamiento y para la primera concentración del team en Córdoba ya estaba al mismo ritmo que el resto de las jugadoras. “Laura, mi obstetra, me autorizó porque mi cuerpo estaba preparado”, explica la delantera, que empezó en el deporte a los 5, en el Liceo Naval, y a los 13 ya entrenaba fuerte en el Cenard.
–Francisca nació por cesárea, ¿fue programada?
–Yo quería que el parto fuera natural para hacer una recuperación más rápida, pero no tenía contracciones y a pesar del goteo, no dilaté. Ya estábamos ahí, así que fuimos a césarea.
LA PRUEBA DE FUEGO
Hasta el 11 de julio, el día que se despidió de su beba después de la última concentración en Valencia, Rocío se organizó para cumplir con su rutina de deportista de elite y seguir dándole el pecho a su hija. Contaba con la ayuda de su mamá, Gabriela, quien primero se comprometió a cuidar de Francesca durante los entrenamientos en el Cenard y, después, aceptó sumarse a las tres concentraciones de las Leonas (Alejandro no podía viajar, por su trabajo).
Lo lógico era que abuela y nieta también volaran a Tokio, pero la organización olímpica no lo permitió. Para Rochy, participar de los Juegos implicó decirle adiós a su hija en Europa y volver a verla cuarenta días después, tras un mes en Japón y una cuarentena obligatoria en Buenos Aires.
–¿Cómo fue la despedida?
–Durísima. Empecé a llorar tres días antes, me daba mucha culpa saber que me iba a perder un mes de su vida. La miraba y pensaba: ‘¿Cómo hago para dejarla?’. Muchísimas veces pensé en no ir a los Juegos.
–¿Qué era lo que más te preocupaba?
–Sacarle la teta por un objetivo que era mío y no de ella. También me daba cosa por mamá, cargarla con tanta responsabilidad. Si bien durante mis entrenamientos Fran tomaba la mamadera, no sabíamos si iba a agarrarla de noche con su abuela, ni cómo iba a ser la vuelta de ellas dos solas a Buenos Aires, donde las esperaba Ale. Por suerte, salió todo perfecto.
–Ahora que ya pasó. ¿Con qué sensación te quedás?
–Si bien fue difícil dejar a Fran y la extrañé un montón, hice algo que era muy importante para mí. Estuvo buenísimo poder haber cumplido mi sueño, que era volver a jugar una final en las Olimpíadas.
–Hace unos días, contaste que el precio que pagaste por Tokio fue la lactancia.
–Mi idea era darle la teta de nuevo, pero ella no quiso más. Entendí que no se puede controlar todo. Lo importante es que las dos estemos bien.
–¿Repetirías la experiencia?
–¿Con el diario de lunes? Sí. El esfuerzo valió la pena, pero soy muy consciente que sin la ayuda de mamá y de mi novio hubiera sido imposible.
Maquillaje: Cecilia Olivestro, para Juan Olivera
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