Nos recibe en “Blue”, la histórica casa de su familia en La Barra, junto a su hijo Joaquín y revela: “Quería ser madre y no me parecía correcto tener un hijo con alguien que no lo deseara”
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Si uno se la cruzara por la calle, no sospecharía que es la hija de un expresidente ni la hermana del actual mandatario de Uruguay. A diferencia de otros miembros de familias presidenciales, que se protegen de la opinión pública con distancia y un halo de misterio, Pilar Lacalle Pou (50) es abierta con quienes la reconocen. Abogada como su padre, Luis Alberto Lacalle (80), y su hermano Luis (48), la mayor de los Lacalle Pou tiene una particular historia de vida, que accede a contar por primera vez, para ¡HOLA! Argentina. “¿Si soñé con ser presidenta alguna vez? No, ya con presidirme a mí misma es suficiente…”, se ríe.
Son las 11 del último viernes de enero y Pilar, que está al mando de una organización medioambiental sin fines de lucro (Urumepa) y es artista plástica (“autodidacta”, aclara), toma la llamada a cara lavada. Está sentada en el living de “Blue”, la casa que sus padres tienen desde 1987 en La Barra, Punta del Este, sede de los veraneos de la familia desde que nuestra entrevistada tiene uso de razón. A lo lejos, se escucha la voz de Joaquín, su hijo de 4 años, a quien tuvo con un donante anónimo argentino cuando decidió que iba a convertirse en madre.
LINAJE PRESIDENCIAL
–Además de tu padre y tu hermano, tu bisabuelo, Luis Alberto Herrera, también fue presidente. ¿Cómo es ser parte de una familia con tanta historia en tu país?
–Es lo único que conozco, lo vivo con mucha naturalidad. Por parte de mi madre [se llama Julia Pou (74)], tengo un antepasado, Joaquín Suárez, que también fue presidente, pero del Partido Colorado [los Lacalle son históricos del Partido Nacional]. Si bien soy histriónica y muy poco convencional, nunca perdí de vista que represento a los Lacalle Pou y que ser parte de esta familia tiene más obligaciones que derechos.
–¿Cómo es tu hermano, Luis?
–Luis es muy auténtico y se ganó el cariño de la gente. Había un prejuicio muy fuerte en contra de él: lo tildaban de surfer, de cheto, y él demostró muy rápido que estaba preparado para la tarea. Y creo que superó las expectativas, incluso de sus votantes. Alguna vez fueron a protestarle a la Torre Ejecutiva, que es donde trabaja, y él siempre bajó a escuchar. Se fue ganando también el respeto de los que no lo eligieron como presidente.
–Tenías 18 años cuando tu padre ganó las elecciones. ¿Qué recordás de aquella época?
–Fue una campaña muy presencial, puerta a puerta. Era el 89, no había celulares, ni Internet, y yo salí a recorrer el país con él. Fuimos a todos los pueblos, resultó una experiencia inolvidable. Lo curioso es que mis sobrinos Violeta y Luis Alberto [el primer mandatario es padre de los mellizos, y de Manuel, fruto de su matrimonio con Lorena Ponce de León], cuando su papá asumió el cargo, tenían casi la misma edad que tenía yo cuando asumió el mío.
UN MATRIMONIO QUE NO FUE Y EL DESEO DE SER MAMÁ
Poco tiempo después de licenciarse en Derecho en la Universidad Católica de Montevideo, Pilar se mudó a Estados Unidos. Allí, hizo un máster en Relaciones Internacionales y Derecho Medioambiental en la Universidad George Washington. “Vivir doce años afuera me hizo muy bien. Me permitió aprender a cuidarme sola y a valerme por mí misma”, reflexiona. Después de un paso por el departamento legal del Banco Interamericano de Desarrollo y una pasantía en la CNN, Pilar fue contratada por una empresa española, Unión Fenosa, para hacer estudios de impacto ambiental en las minas de cobre de Chile y de Bolivia. “Al año, me salió el traslado a Madrid, que era lo que yo quería. Viví en España ocho gloriosos años”, explica.
–¿Qué te trajo de vuelta a Montevideo?
–Una muy mala experiencia matrimonial. Me casé con un español-serbio [se refiere a Radivoje Petrovic-Karadjordjevic, príncipe de Yugoslavia, primo de Kubrat de Bulgaria y pariente de la familia real española] y en menos de un año, me divorcié. Volví a casa en busca de la contención emocional de mi familia, pensando que iba a ser transitorio, y me quedé.
Tiempo después, me di cuenta de que en realidad había dado el sí porque quería ser mamá. Tenía 36 años, el reloj biológico me hacía tictac, tictac, y pensé “es ahora o nunca”. Tuve que esperar casi diez años más para convertirme en mamá, sola.
–¿Por qué demoraste tanto la decisión?
–Le seguí dando oportunidades al amor. Cuando cumplí los 44, agarré a mi madre, que tiene una cabeza superabierta [Julia estudió Letras y Filosofía en La Sorbonne], y le dije: “Quiero ser mamá, no tengo pareja y lo voy a hacer sola”. “Te entiendo y te apoyo. Después vemos cómo se lo vendemos a tu padre”, me contestó. [Se ríe]. Ella me acompañó mucho durante todo el proceso de la fertilización in vitro [Pilar intentó dos veces en España y quedó la tercera, en Buenos Aires].
–¿Y cómo tomó la noticia don Lacalle?
–Se lo dije cuando cumplí los tres meses. Estaba tan nerviosa que empecé mal. “Papá, te quiero decir una cosa: ‘Estoy embarazada’”, le dije. “¿De quién?”, me preguntó. “No sé”. “¿Cómo que no sé?”. [Se ríe]. “No, bueno, hice un tratamiento en una clínica, con un donante anónimo imposible de rastrear”, le expliqué y él me respondió: “Bueno, esto es muy moderno para mí, pero estamos contigo y te vamos a apoyar. Va a ser una aventura más de esta familia”.
–Cuánta sabiduría…
–Así es el amor generoso, ¿no? Es respetar al otro aunque no compartas su punto de vista. Nació Joaquín y mi padre se fue enamorando. Mamá ahora me dice: “Nos regalaste años de vida”. Los dos están en esa edad en que empiezan a padecer pequeños problemitas de salud y tener un niño en casa es una ilusión. Te conecta con la belleza de lo simple, con la curiosidad…
–¿Ustedes viven con tus padres?
–Sí, era vivir con ellos o debajo de un puente. [Se ríe]. A la mañana, Joaquín le lleva el diario a mi madre al cuarto. “Diarero, diarero”, lo llama. Está feliz de despertarse y saber que él está en casa.
–¿Cómo viviste el embarazo y el parto, sin una pareja a tu lado?
–Tuve un embarazo divino. Lo disfruté con mamá y con mi perro, Ramón, que tiene seis años y fue un gran compañero. Joaquín nació a término, por cesárea. Fui al parto sola. Nunca me voy a olvidar lo que sentí cuando me lo pusieron llorando en el pecho… Fue un antes y un después en mi vida. Estoy muy agradecida de ser su mamá.
–¿Es muy mimado por ser hijo único?
–Es lo que le tocó. No tendrá hermanos, pero tiene abuelos, primos y dos tíos muy cariñosos. Luis, que es el que está más ocupado, se hace tiempo todas las semanas para venir a visitarlo. Juan José, mi hermano menor [tiene 46 y es economista] tiene a Alfonso de 2 años y estoy segura de que va a ser muy compinche de Joaquín.
–¿Te arrepentís de no haber sido madre antes?
–No. Antes hubiera sentido que me cortaban las alas. Aunque no lo supiera en aquel momento, yo precisaba tener mis aventuras. La maternidad es un acto de generosidad. Ahora, Joaquín es mi prioridad: él está antes que todo.
–Con una familia tan conocida, ¿cómo tomó la sociedad uruguaya la noticia de que ibas a ser madre soltera?
–Nunca me planteé qué iban a pensar los demás. Cuando me preguntaban qué iba a decir, respondía: “¿Cómo qué voy a decir? La verdad: que fui mamá con un donante anónimo”. No me parecía correcto tener un hijo con alguien que no lo deseara.
–¿De qué manera manejás esta información con tu hijo?
–Me asesoro con una psicóloga. Él, hoy, sabe lo que puede comprender por su edad. Con el tiempo, iré agregando más información, pero la versión no va a cambiar.
–¿Cuáles son las ventajas y las desventajas de criar a un hijo sola?
–La gran ventaja es que no tengo que acordar con nadie cómo crío a mi hijo. Por lo que escucho, esa es una gran fuente de conflicto en las parejas. La desventaja es que, al no contar con nadie, la maternidad se hace cansadora. Sobre todo, cuando Joaquín se enferma.
–¿Te gustaría formar una pareja?
–Estoy abierta a una relación que sume, pero ya me siento colmada de amor por Joaquín y, ahora, el objetivo de mi vida es criar a una buena persona.
UN ESPÍRITU JOVEN Y LIBRE
–Hace poco más de un mes cumpliste 50. ¿Cómo te afectó el cambio de década?
–No me afectó, creo que es porque tengo un hijo chico. En lo que sí hago hincapié es en ser una mamá ágil y sana. Me gusta tirarme a jugar al piso con él, treparme a los árboles… Por eso, camino siete u ocho kilómetros casi todos los días, en la rambla de Montevideo. Pensá que las mamás de sus compañeros de jardín tienen veinte años menos...
–Estudiaste Derecho, pero desarrollaste tu vocación por el arte. ¿Cómo se dio esa transformación de abogada a artista?
–Yo siempre tuve una inclinación por lo artístico. De chica, me gustaba cantar, bailar, pintar, disfrazarme y nunca le temí al ridículo. La abogacía no era mi vocación, estuve por dejar varias veces la carrera, de hecho, pero me dio una buena formación y es una gran herramienta. Hoy, me dedico a la concientización medioambiental, sobre todo en las escuelas, y al arte, que es una fuente de expresión y de reinvención permanente. Si el derecho es la rigidez de las reglas, el arte es la libertad total.
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