Después de cuatro intensos y duros años de tratamientos, su hijo Ciro –a quien la influencer presenta en esta producción– nació el 31 de octubre de 2022
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Al terminar el secundario, en 2013, armó sus valijas y emprendió el viaje desde Bahía Blanca hacia Buenos Aires para cumplir su sueño de ser arquitecta. Cuatro años más tarde, la vida de Carmela Bustelo (26) daría un giro de 180 grados: “Yo venía con una tos que no soportaba más desde hacía meses. Un médico me dijo que era alergia y otro, que era broncoespasmo, pero nadie me había hecho una radiografía. Entonces, una amiga me aconsejó que volviera a consultar, así me sacaba el tema de encima”, cuenta Carmela. Los médicos que la revisaron en el Sanatorio Mater Dei le hicieron una recomendación que la puso en alerta: que no estuviera sola para recibir el resultado de los estudios. Con la poca batería que le quedaba en el celular, llamó a Fernando, su papá, y juntos escucharon el diagnóstico ese sábado 28 de octubre de 2017, una fecha que quedará para siempre grabada en su memoria: Carmela tenía un tumor de 17 centímetros entre el pulmón izquierdo y el corazón. “Uno nunca está preparado para algo así, yo estaba paralizada, incluso llegué a pensar ‘¿Para qué vine a hacerme ver?’”, admite la influencer, que tiene casi 77 mil seguidores en su cuenta personal de Instagram.
–¿Cuál fue el diagnóstico?
–Me diagnosticaron un linfoma de Hodgkin. Fueron cuatro años de tratamientos. Probamos todo lo que existía y nada funcionaba. Pasé por más de setenta sesiones de quimioterapia, veinte de rayos y un autotrasplante, todo en diferentes etapas.
–¿Tuviste miedo de morir?
–En 2015, mucho antes del cáncer, me tatué “God makes no mistakes” (‘Dios no comete errores’) y la verdad es que cuando me pasó todo lo que me pasó, me resultaba muy difícil mantener ese pensamiento. En enero de 2019 me realicé el autotrasplante, que no funcionó, y ahí pensé que me moría. Incluso se lo pregunté a Eve, mi psicóloga, y ella me contestó: “Sí, te vas a morir. No creo que sea por cáncer, pero todos nos vamos a morir”. Eso me hizo reflexionar muchísimo. Yo sabía que iba a estar bien, no sabía cuándo, pero me repetía: “Esto también pasará”.
–¿Cuándo tomaste la decisión de raparte?
–Le pregunté a mi médica si se me iba a caer el pelo y me dijo que sí. Entonces decidí cortarme el pelo por los hombros –lo tenía larguísimo– para hacerme una peluca a la que llamé “María Elena”. A partir de la quinta quimioterapia se me empezó a caer. Fue ahí cuando mi psicóloga me dijo que si mi pelo se había convertido en un problema, me sacara el tema de encima. Y me pelé.
–¿Ahí nació “House of Cholas”, tu emprendimiento de turbantes?
–En enero de 2018, viajé a Monte Hermoso con mis amigas y me llevé un par de vinchas y turbantes que usaba para que no se me volara la peluca en la playa. Fue ahí cuando mis amigas empezaron a ponérselas porque les parecían cancheras. Ellas me decían: “¿Por qué no hacés un emprendimiento de vinchas y turbantes? Que sean aptas para uso oncológico, que no piquen, que no den alergia”. El 21 de febrero abrí una cuenta de Instagram para empezar a vender vinchas y turbantes con el nombre de “Las Cholas” [sus íntimos le dicen “Chola”]. En apenas días vendí los pocos turbantes que había publicado. Fue algo que no esperaba, todavía hoy no puedo creer todo lo que logré.
–¿En qué momento mejoró tu salud?
–Después de dos años sin una solución a la vista, comencé con un tratamiento monoclonal que sólo atacaba la parte que tenía enferma, no el resto de mi cuerpo. Incluso viajé a Miami para tener otra opinión. En septiembre de 2019, por primera vez, los estudios salieron bien. Durante la pandemia seguí el tratamiento en Bahía Blanca y finalicé con veinte sesiones de rayos en Buenos Aires. No recuerdo la fecha exacta de mi curación total, pero sí que en febrero de 2021 los estudios me dieron perfecto y las cosas comenzaron a salir como deseaba.
–¿Fue entonces cuando te enamoraste de Tadeo, tu novio?
–Sí, un mes después me puse de novia con Tadeo (25), él es de Bahía Blanca, así que manteníamos una relación a distancia, ya que mi vida estaba en Buenos Aires. Pero nos extrañábamos demasiado y empezamos a vivir juntos. En marzo de 2022 me hice un test de embarazo porque tenía todos los síntomas. ¡Y salió positivo! Aunque no lo buscábamos, fue una bendición; nunca pensé que me pasaría algo tan maravilloso. Fue un milagro quedar embarazada de manera natural después de los tratamientos. Y el parto fue un sueño. Ciro llegó a nuestras vidas en el Mater Dei –el mismo lugar donde me diagnosticaron y trataron el cáncer–, el 31 de octubre de 2022. Habían pasado cinco años y dos días de ese sábado que cambió para siempre el rumbo de mi vida.
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