Después de vivir en diferentes partes del mundo, cuenta qué lo enamoró de nuestro país y cómo nació su amor por el deporte de los príncipes
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Incansable, a sus 61 años Franck Dubarry, el empresario francés que revolucionó el mundo de la relojería con la marca de relojes deportivos TechnoMarine a los que decoraba con diamantes (la vendió hace años y hoy tiene otra con su nombre), sigue sumando sueños y proyectos que lo tienen viajando de un lado a otro del mundo. Desde hace años, después de descubrir el polo, uno de los muchos deportes que practica, decidió que era hora de sumar experiencias a su vida. Y fue Argentina el país que le robó el corazón, según dice él, donde decidió echar nuevas raíces y darle rienda suelta a su prolífica creatividad: construyó esta casa en Centauros y es el dueño de Technopolo, un proyecto imobiliario que reúne su pasión por el polo, los caballos y las gratas experiencias, ubicado en General Rodríguez.
“Nací en 1961 en el norte de África durante la guerra y un año más tarde, cuando Argelia se independizó, mi familia volvió a Francia y nos instalamos en Marsella. Después estudié Leyes, fui consultor de licencias de marcas internacionales y me fui cuatro años a trabajar a Los Ángeles. A los 28 volví a mi país y fundé mi agencia de publicidad. Como hacía surf en California, un amigo me dijo que tenía que probar con el polo porque, decía, el movimiento, la energía, la velocidad natural asemejaban esos dos deportes. En 1990 arranqué con el polo y me cambió la vida”, asegura Franck en la intimidad de su casa con vista a las canchas de polo y acompañado por su pareja desde hace cuatro años, Celine Garouty.
EL CAPÍTULO CRIOLLO
–¿Con quién empezaste a jugar al polo?
–Con un amigo francés Bruno, que tiene además una propiedad en Córdoba. De hecho, hace dos años festejamos ahí treinta años de amistad y de polo e invitamos a los profesionales con los que compartimos tantos momentos a venir a festejar, como Ricardo Fanelli y su mujer, Amalia Monpelat, entre otros amigos. También hace veinte años que tengo relación con la familia MacDonough. En 1992 gané la Copa de Francia y me animé a venir a Argentina, que no conocía. No hablaba una palabra de castellano, pero lo absorbí como una esponja, me entró en el alma y me enamoré de la cultura.
–¿Dónde parabas?
–Al principio en Mayling, en lo de Jimmy Dodero, que jugaba bastante en el club de París donde yo jugaba. Y después, con los años, en el Alvear. Recuerdo que la primera vez que pasé por la calle Tanoira (donde están los principales clubes de polo de Pilar) supe que algún día iba a tener mi casa acá. Empecé a jugar con Fanelli, con Diego Braun… Tuve varias vidas en el polo, como jugador, después como patrón de equipo y como criador. De hecho, en 2013 una yegua mía, Emocionada, ganó los tres abiertos como mejor ejemplar.
–También sos muy amigo de los MacDonough, ¿no?
–Son personas importantes en mi vida, siempre digo que son mi familia y me siento muy agradecido de haberlos encontrado. Conocía a Matías, pero en 2004 tuve una charla con Pablo en St Tropez, que entonces tenía 6 goles (hoy tiene 10) y me encantó su seriedad, es muy inteligente. Jugamos juntos ahí y en Palm Beach. La relación se extendió al resto de la familia, incluso nombré una calle en Technopolo en honor al padre de ellos, Jorge, que fue una persona muy querida en el polo. Otra linda persona con la que trabajé fue Javier Novillo Astrada (murió en 2014, a los 38 años) con quien jugué dos años. Con su hermano, Alejandro, fui a jugar al polo a Mongolia. Armé un equipo con tres argentinos después de escribir Birth of Passion, que habla sobre el polo allá, que para mí arrancó con Gengis Kan.
–¿Qué te gusta tanto de Argentina?
–Ustedes, los argentinos, son cálidos. Y me gusta cómo funcionan las familias: los padres van a ver los partidos de los chicos, comen juntos los fines de semana… Es único. Todo eso hizo que cada vez quisiera pasar más tiempo acá y mi excusa fue comprar Technopolo en 2009. En 115 hectáreas, y en plena “capital del polo”, estamos desarrollando cinco canchas, 227 casas, departamentos, un centro comercial, un hotel cinco estrellas y hay 650 caballos. Odio que acá haya el mejor polo del mundo y nada de servicio. Los jugadores se cambian a veces frente al baúl del auto. La experiencia no se termina en la cancha, sigue después.
UN EMPRESARIO ESTILO HOLLYWOOD
Entre las mil vidas que lleva vividas, Franck reconoce que la etapa de TechnoMarine fue muy linda. “Revolucionamos el mercado sumando diamantes a los relojes deportivos y viajaba mucho entre las oficinas de Estados Unidos, Suiza y Hong Kong. Pero en algún momento quise cambiar mi estilo de vida, tener más experiencias”, asegura. Una de ellas fue el cine, ni más ni menos, donde fue productor.
–¿Cómo llegaste a Hollywood?
–A mí me gusta lo creativo. Compré y produje algunos guiones, pero es muy complicado ser exitoso en la industria del cine. Una de las películas que hice fue Thirteen, que hoy se puede ver en Netflix.
–¿Y esta casa? Entré y me resultó familiar…
–Es ciento por ciento personal. ¡Yo quería una casa igual a la de El Zorro porque de chico era fanático de la serie, no me la perdía! Pero por afuera es bien diferente. En 2006 fui a Ellerstina y vi una caballeriza muy linda, toda de ladrillo, que era la de Peter Brant. Busqué al arquitecto que la hizo, Hernán Elizalde. Después llamé a un arquitecto americano, que había hecho mi casa de Miami, y le pedí que por dentro fuera la de El Zorro, y por fuera se pareciera a esas caballerizas. Es bastante masculina, tiene mucha madera, cosas de mis viajes, y la escalera y los techos altos me recuerdan a cuando el Zorro se colgaba de la araña y saltaba.
–También le sumaste un gran gimnasio, donde hasta antes de que llegáramos estabas practicando karate…
–Sí, soy cuarto dan. Tengo la suerte de contar con Sasha Décosterd –campeón europeo de karate kyokushinkai–, que ahora vino acá. Es como un hermano. Hace poco fuimos a Marruecos e hicimos karate en el desierto, con 51 grados de temperatura. El deporte es muy importante en mi vida porque me da equilibrio, me permite tomar distancia de lo emocional. También hice años natación y me encanta esquiar. Y hago buceo sin tanque. Por ahora logré como máximo aguantar cuatro minutos. No es tanto, pero me ayuda a focalizar y que la cabeza no esté en mil cosas a la vez.
–Hablabas hace un rato de las familias argentinas. ¿Tenés hijos? ¿Ellos te visitan los meses que vivís acá?
–Claro. Tengo cuatro y viven por todos lados. La mayor, Celine, está en Dubái; Ana Lisa estudia en la universidad de Business & Comunication de Tel Aviv; le sigue Joshua, que está en high school en Inglaterra, y el menor, Nathan, vive en Miami con su mamá. Es un hijo muy inteligente que necesita una atención especial, pero viaja seguido y desde octubre hasta ahora ya vino dos veces, le encanta.
–Y a Celine, tu pareja, ¿cómo la conociste?
–Fue hace cuatro años. Volvía de Hong Kong a Ginebra, donde vivo, y nos vimos en una escala en París. Después nos volvimos a encontrar en Ginebra, intercambiamos teléfonos y desde entonces estamos juntos.
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