Poco antes de la Navidad, se instalaron con su hija Antonia en la casa que construyeron en Cumelén
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La Patagonia argentina tiene ese poder de hechizar con sus bosques nativos, repletos de coihues, cipreses y arrayanes, y su belleza prístina, casi inalterada por el hombre. Once años atrás, Juliana Awada (47) y Mauricio Macri (62) visitaban Villa La Angostura al mejor estilo mieleros. Corría enero de 2011 y hacía unos pocos meses que la diseñadora y el entonces jefe de gobierno porteño habían dado el sí en una ceremonia civil en Costa Salguero, primero, y con una fiesta en el campo en Tandil, después, tras un intenso y corto noviazgo.
Tomadas por ¡HOLA!, las fotos de aquel primer viaje juntos mostraban a Juliana, que ya era madre de Valentina Barbier (19), absolutamente subyugada por el encanto a su alrededor. Estaba vestida de safari y llevaba una cámara profesional colgada, lista para retratar los paisajes que la rodeaban. A Mauricio, se lo veía distendido, recorriendo Las Balsas, el hotel Relais & Châteaux de la familia Sielecki, junto a Calilo Sielecki y su mujer, Nathalie, los primeros anfitriones de los Macri-Awada en el Sur.
Poco más de una década después, y tras sucesivos veraneos en Cumelén Country Club, a orillas del lago Nahuel Huapi, el expresidente y la exprimera dama cumplieron su sueño de tener el propio refugio patagónico. Y convertirse, así, en anfitriones de vacaciones inolvidables para su familia ensamblada, que coronaron con la llegada de Antonia (10).
CASA NEGRA
Fanáticos de Cumelén, adonde pasaron casi todos los eneros desde su “debut” en el Sur (en casa de Nicolás Caputo, su íntimo amigo), el matrimonio eligió un terreno excepcional del country para darle forma a su refugio, en el que se instalaron unas semanas antes de las Fiestas, junto a Antonia y Valentina.
La construcción demoró un año y contó con un equipo de lujo, compuesto por el estudio de arquitectura de Alberto Rossi (cuñado de Juliana, casado con Zoraida Awada), la interiorista Danu Galito y las paisajistas Martina Barzi y Josefina Casares. Revestida íntegramente en chapa negra, toda una audacia para el barrio cerrado creado en la década del 50 por Ezequiel Bustillo, la casa está compuesta por cuatro módulos con techos a dos aguas, varias galerías, y un invernadero al que Awada le dedicó un posteo a mediados de diciembre. “Mi lugar”, escribió la ex first lady en su cuenta de Instagram junto a una foto del interior del jardín de invierno, dando una pista para quien pudiera interpretarla.
La propiedad, a la que varios vecinos se refieren como la casa negra, logra mimetizarse con el entorno de bosque. Por pedido de sus dueños, la casa cuenta con una amplia área de huéspedes. Allí estuvo Pomi (85), la madre de Juliana, durante Navidad y Año Nuevo. Agustina (39), la hija mayor de Mauricio, aterrizó en La Angostura a principios de enero junto a su pareja, Bernardita Barreiro. Por ahora, ni Gimena ni Francisco, los otros hijos de Mauricio junto a Yvonne Bourdeu, conocen aún el “lugar en el mundo” de su papá y Juliana.
El terreno está en primera fila frente al lago Nahuel Huapi, en la Bahía de San Patricio. Los otros propietarios saben que es la casa de los Macri, pero todavía no vieron a Juliana en la playa. Al parecer, la diseñadora prefiere salir a caminar por el bosque (un ritual que cumple casi todos los días), cuidar de la huerta que armó allá, cocinar delicias y visitar amigos, como Paco Mayorga y Carola del Bianco, en lancha.
AGENDA PATAGÓNICA
En general, los que eligen el Sur como destino de sus vacaciones buscan una vida más tranquila y cerca de la naturaleza. A diferencia de Punta del Este, donde los eventos y compromisos se suceden a un ritmo frenético, los días patagónicos transcurren en un tempo más sereno. Esto, sin embargo, no significa que la vida social sea nula. Eso sí: suele ser más diurna que en otros destinos y está ligada a las excursiones, las actividades náuticas, a la pesca con mosca y, en el caso de Cumelén, al golf, deporte que practica el ex presidente.
Por el momento, la agenda de Juliana y Mauricio estuvo cargada de visitas (además de los invitados familiares, él tuvo alguna reuniones) y de programas embarcados. En lo que va del verano, algunos curiosos vieron a Antonia practicando paddle-surf cerca de la costa, bajo la mirada atenta de su papá, y a Valentina en kayak con amigas. El fin de semana pasado, Agustina y Bernardita tomaron sol en la playa, mientras Mauricio presenciaba la final de un torneo de golf en la cancha del club. Algunos amigos animaron al expresidente a probar el fly-fishing –el deporte por excelencia en esa latitud–, pero no hubo caso: cuando tiene un rato libre, él prefiere el golf o leer novelas históricas, como El invierno del mundo, el segundo tomo de una trilogía de Ken Follet, que lo tiene atrapado.
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